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miércoles, 17 de diciembre de 2014

Los totalitarismos hipernacionalistas: el nacionalsocialismo alemán

La Primera Guerra Mundial supone un triunfo para la democracia moderna. Sin embargo, la situación económica y social en una difícil posguerra permite el ascenso de los movimientos fascistas e hipernacionalistas. La llegada al poder de dichos movimientos implicará la aparición de las dictaduras y los regímenes totalitarios. El culmen de este proceso se da en Alemania; donde elementos como el nacionalismo, el militarismo y el racismo se unen para formar una de las más crueles ideologías que ha concebido el ser humano. El nazismo implantará una maquinaria alimentada por el odio de tales porporciones que, una vez en marcha, sólo podía ser detenida mediante una guerra de dimensiones globales.  

Enlaces relacionados:
Crisis económica en el período de entreguerras: el Crack de 1929.
La Primera Guerra Mundial: los Tratados de Paz y las consecuencias a largo plazo.
Los totalitarismos hipernacionalistas: Características de los fascismos.
- Los totalitarismos hipernacionalistas: el fascismo italiano.


 ADOLF HITLER Y EL ASCENSO DEL NACIONALSOCIALISMO

Nacido en Austria en 1889, Adolf Hitler no era un intelec­tual y nunca fue socialista. Se consideraba a sí mismo como un germano puro y ya en su juventud se mostró violentamente antisemita. Hijo de un agente de aduanas y nacido en los alrededores de Linz, fue rechazado por la Academia de Bellas Artes de Viena y en 1913 se trasladó a Baviera, donde estuvo hasta que sirvió en la I Guerra Mundial, en el ejército alemán. Ya en aquella época, hablaba en contra de judíos y marxistas, a los que acusaba de robar a la nación y no cumplir con sus deberes patrióticos. De hecho, la creencia popular era que el ejército alemán terminó la guerra invicto pero que fue traicionado por políticos socialistas que presionaron para firmar un armisticio donde fueron humillados.

Adolf Hitler durante un desfile nazi en Weimar, por Georg Pahl (1930)
Fuente: Wikimedia commons / Bundesarchiv, Bild 102-10541 / CC BY-SA 3.0

Tras la guerra, regresó a Baviera. Ésta constituía un importante foco de la ofensiva comunista en Europa Central. Pero esta "amenaza comunista" hizo de Baviera un activo centro de todo tipo de agitación contrarrevolucionaria. Allí pululaban las sociedades secretas capitaneadas por oficiales del ejército descontentos o por otros individuos a quienes resultaba difícil adaptarse al nuevo régimen. Un pequeño grupo se llamaba Partido de los Obreros Alemanes, del que Hitler fue uno de los primeros miembros. En 1920 pasó a denominarse Partido Nacional Socialista de los Obreros Alemanes (Partido Nazi).

Asamblea del partido nazi en Munich, por Heinrich Hoffmann (1923)
Fuente: Wikimedia commons / Bundesarchiv, Bild 146-1978-004-12A / CC BY-SA 3.0
Es evidente que en la Alemania de la posguerra la situación económica era difícil. Satisfacer las cláusulas del Tratado de Versalles en las condiciones que éste imponía se antojaba imposible y en 1923, al no recibir los pagos de las reparaciones, el ejército francés ocupó el Ruhr, una de las regiones industriales más prósperas de la nación. Esto suponía un ataque directo a la economía germana. Un clamor de indignación nacional se levantó en todo el país, el hipernacionalismo ganaba adeptos. Hitler y los nacionalsocialistas, que habían conseguido muchos seguidores, denunciaron al gobierno de Weimar por su vergonzosa sumisión a los franceses. Consideraron que era el momento oportuno para tomar el poder y, a finales de 1923, imitando la Marcha de Mussolini sobre Roma, los Camisas Pardas del partido Nazi llevaron a cabo el “Putsch de la cervecería” en Munich. Un fallido golpe de Estado. La policía terminó dominando el disturbio y Hitler fue condenado a 5 años de cárcel, aunque se le puso en libertad antes de un año. En la cárcel escribió un libro, «Mein Kampf» (Mi Lucha), un turbio relato de recuerdos personales, racismo, nacionalismo, teorías de la historia, acoso a los judíos y comentarios políticos.

Acusados del Putsch de Munich, por Heinrich Hoffmann (1924)
Fuente: Wikimedia commons / Bundesarchiv, Bild 102-00344A / CC BY-SA 3.0

 LA LLEGADA AL PODER

A comienzos de 1924, con los franceses fuera del Ruhr, concertadas las reparaciones y obtenidos préstamos de países extranjeros, Alemania empezó a disfrutar de una asombrosa recuperación. El nacionalsocialismo perdía su atractivo, el partido perdía miembros, Hitler era considerado un charlatán, y sus seguidores una partida de lunáticos. Pero entonces, llegó la gran depresión de 1929. Ningún país sufrió más que Alemania a causa de la crisis económica mundial. Los préstamos extranjeros cesaron o fueron revocados, las fábricas pararon, el número de desempleados llegó a 6 millones. Los votos comunistas aumentaban constantemente, pero las grandes clases medias, que no querían el comunismo, buscaban desesperadamente a alguien que las salvase del bolchevismo. La depresión también agravó el general aborreci­miento alemán del abusivo Tratado de Versalles. Muchos alemanes explicaban la ruina de Alemania por el trato que hablan recibido de los aliados tras la guerra: la reducción de sus territorios, la pérdida de sus colonias, de sus mercados, de su marina mercante y de las inversiones extranjeras, las reparaciones, la ocupación del Ruhr, la inflación...

Esquema sobre las características básicas de los fascismos

Hitler atizó todos aquellos sentimientos con su propaganda. Denunció el Tratado de Versalles como una humillación nacional. Denunció la democracia de Weimar por producir lucha de clases, división, debilidad y charlatanería. Lanzó duros ataques contra los marxistas, los bolcheviques, los comunistas y los socialis­tas. Atacaba los ingresos que no eran producto del trabajo, las ganancias de la guerra, el poder de los grandes trusts y de las cadenas de almacenes, los impuestos injustos. Y sobre todo, denunciaba a los judíos.

Apocalipsis - El ascenso de Hitler: La amenaza
subido por A. C. Parpayuela a https://www.youtube.com

Tras las elecciones de 1928, en que sólo habían obtenido 12 escaños; en 1930 los nazis consiguieron 107 escaños en el Reichstag (constituyéndose como la segunda fuerza política del país); en julio de 1932 aumentaron a 230, aunque seguían sin poder formar gobierno debido a la negativa de Hitler a formar coaliciones que no conllevaran su nombramiento como canciller. Finalmente, en noviembre bajaron a 196. Tras este retroceso, Hitler temió que su momento estaba pasando. Pero determinados elementos conservadores, nacionalistas y antirrepublicanos habían concebido la idea de que Hitler podía serles útil y estar controlado por lo que convencieron al presidente Hindenburg de que la única forma de dar estabilidad al país pasaba por nombrar a Hitler canciller de un gobierno de coalición. El 30 de enero de 1933, por medios totalmente legales, Adolf Hitler pasó a ser canciller de la República Alemana.

Primer gabinete de Hitler en enero de 1933
Fuente: Wikimedia commons / Bundesarchiv, Bild 183-H28422 / CC BY-SA 3.0
Hitler no contento con ser canciller de un gobierno de coalición que pretendía controlarle, convocó otras elecciones contando esta vez con el respaldo del poder. Una semana antes de la fecha en que habían de celebrarse, se incendió el edificio del Reichstag. Si bien se desconoce la autoría de este hecho, los nazis, ya en el poder y sin prueba alguna, aprovecharon esta coyuntura para culpar a los comunistas (muchos de sus dirigentes fueron enviados a campos de concentración). Levantaron una terrible alarma roja, suspendieron la libertad de expresión y de prensa, y utilizaron a los Camisas Pardas para que amedrantasen a los electores. Tras las elec­ciones; en las que obtuvieron sólo el 44% de los votos, Hitler, con el pretexto de una emergencia nacional, hizo que un dócil Reichstag le concediese poderes dictatoriales. Empezaba la revolución nazi.

Hitler llamó a su nuevo orden el Tercer Reich. Declaraba que, siguiendo al Primer Reich o Sacro Imperio Romano, y al Segundo Reich o imperio fundado por Bismarck, el Tercer Reich continuaba el proceso de la verdadera historia de Alemania.

Congreso nazi en Núremberg (1934) 
Fuente: Wikimedia commons / Bundesarchiv, Bild 102-04062A / CC BY-SA 3.0
Hitler adoptó el título de Führer, y pretendía representar la absoluta soberanía del pueblo alemán. Los judíos eran considera­dos antialemanes. La nueva ciencia racial, cuyo sumo sacerdote era Rosenberg, clasificaba a los judíos como no arios y conside­raba como judío a cualquiera que tuviese un abuelo judío. Las leyes de Núremberg de 1935 privaban a los judíos de todos los derechos ciudadanos y prohibían los matrimonios entre judíos y no judÍos. Los judíos eran golpeados, cazados, expulsados de los cargos públicos, arruinados en sus negocios privados, multados como comunidad, ejecutados. El antisemitismo anunciaba el exterminio físico, durante la guerra, de millones de judíos.

Alemania dejó de ser federal; todos los antiguos estados fueron abolidos, de modo que se proseguía el proceso histórico de la unificación alemana. Todos los partidos políticos fueron disueltos, excepto el nacionalsocialista. Incluso el partido nazi fue violentamente purgado en la noche del 30 de junio de 1934 (la “Noche de los cuchillos largos”), cuando muchos de los antiguos jefes de los Camisas Pardas fueron acusados de conspirar contra Hitler y sumariamente pasados por las armas.

Una policía política secreta, la Gestapo; juntamente con las SS (la guardia personal de Hitler, de amplios poderes y con capacidad para actuar impunemente por encima de la ley) y los Tribunales del Pueblo; y con un sistema de campos de concentración permanentes en los que se retenía a miles de personas sin proceso ni sentencia, suprimieron todas las ideas que discrepasen de las del Führer. Las iglesias, tanto la protestante como la católica, fueron coordinadas con el nuevo régimen, prohibiéndose a sus cleros que criticasen las activida­des nazis. Un Movimiento de la Juventud Nazi, así como las escuelas y las universidades instruían a la nueva generación en los nuevos conceptos. Los sindicatos fueron coordinados también, siendo sustitui­dos por un Frente Nacional del Trabajo. Se prohibieron las huelgas. Bajo el "principio de dirección", se instituyó a los empresarios como pequeños führers en sus fábricas e industrias.

Características generales de los regímenes totalitarios
Se lanzó un gran programa de obras públicas, se organizaron proyectos de repoblación forestal y de saneamiento de zonas pantanosas, se construyeron viviendas y carreteras. Un extenso programa de rearme absorbió a los parados. El gobierno asumía crecientes controles sobre la industria. En 1936, adoptó un plan cuatrienal de desarrollo económico. Alemania se benefició de su situación como principal mercado del que dependían los europeo-orientales. Mezclando las amenazas políticas con los negocios corrientes, los nazis intercambiaban trigo polaco, madera húngara o petróleo rumano, entregando en compensación artículos de los que a Alemania le convenía desprenderse, en lugar de los que los europeo-orientales necesitaban. Para solucionar el problema de las restricciones aduaneras y de las diferencias de monedas, los nazis pretendían la creación de una red de acuerdos bilaterales que asegurarían a todos los pueblos vecinos una salida para sus productos. Pero era una solución en la que los alemanes serán los más industrializados, los más poderosos y los más ricos, y los otros países europeos quedarían relegados a un estatus perpetuamente inferior. Y lo que no pudiera conseguirse mediante los acuerdos comerciales y la penetración económica se conseguiría mediante la conquista y la guerra.

Apocalipsis - El ascenso de Hitler: El Führer
subido por Blog JP a https://www.youtube.com

Pocos años después de 1933, la revolución nazi había convertido a Alemania en una gigantesca y disciplinada máquina de guerra, había liquidado o silenciado a sus adversarios internos, mientras sus hipnotizadas masas bramaban su aprobación en manifestaciones asombrosas.

Esquema sobre algunas características básicas de la subida al poder
del nacionalsocialismo alemán

jueves, 20 de noviembre de 2014

Los totalitarismos hipernacionalistas: el fascismo italiano

La Primera Guerra Mundial supone un triunfo para la democracia moderna. Sin embargo, la situación económica y social en una difícil posguerra permite el ascenso de los movimientos fascistas e hipernacionalistas. La llegada al poder de dichos movimientos implicará la aparición de las dictaduras y los regímenes totalitarios. La primera excepción a la aparente victoria de la democracia en Europa occidental será la de Italia, un país que desde 1861 había aceptado el liberalismo parlamentario, pero donde en 1922, Benito Mussolini se apoderó del control del gobierno e instauró el fascismo.  

Enlaces relacionados:
Crisis económica en el período de entreguerras: el Crack de 1929.
La Primera Guerra Mundial: los Tratados de Paz y las consecuencias a largo plazo.
- Los totalitarismos hipernacionalistas: Características de los fascismos.
- Los totalitarismos hipernacionalistas: el nacionalsocialismo alemán.


 EL NACIMIENTO DEL FASCISMO ITALIANO

En los años previos a la Primera Guerra Mundial, Benito Mussolini era un alto cargo del Partido Socialista de Italia y director del periódico Avanti! (vinculado al partido). Sus radicales opiniones, contrarias a la línea seguida por el partido le valdrán un enfrentamiento con la cúpula del mismo, del que será expulsado. Durante la Guerra, Benito Mussolini abogó por la intervención al lado de los aliados y reclamó la conquista de los territorios italianos situados al norte y al otro lado del Adriático.

Italia había entrado en la Gran Guerra al lado de los aliados en busca de despojos territoriales y coloniales; el Tratado Secreto de Londres (firmado por Italia, Reino Unido, Francia y Rusia) prometía a los italianos ciertos territorios austriacos y una parte de las posesiones alemanas y turcas. Italia perdió más de 600.000 hombres en la guerra, y los delegados italianos acudieron a la conferencia de paz confiando en que sus sacrificios serian reconocidos y sus aspiraciones territoriales satisfechas. Pero el presidente estadounidense Wilson se negó a cumplir las cláusulas del Tratado Secreto de Londres y otras demandas italianas. Los italianos recibieron algunos de los territorios austriacos que se les habían prometido, pero no se les concedió parte alguna de las anteriores posesiones alemanas y turcas.

Benito Mussolini en la plaza del Duomo de Milán (1930)
Fuente: Wikimedia commons / Bundesarchiv, Bild 102-09844 / CC BY-SA 3.0

Después de la guerra, Italia, al igual que otros países, sufrió la carga de la deuda de la guerra, así como la aguda depresión y el fuerte desempleo de la posguerra. La inquietud social se extendía. En el campo tenían lugar ocupaciones de tierras; los arrendatarios se negaban a pagar las rentas; los campesinos quemaban las cosechas y exterminaban el ganado. En las ciudades estallaban huelgas en las industrias. En marzo de 1919, Mussolini organizó, principalmente con ex-soldados desmovilizados e inquietos, su primera banda de lucha, los fasci di combattimento. Los socialistas moderados y los dirigentes obreros, desaprobaban todo aquel extremismo, pero los socialistas de izquierda, que se habían hecho comunistas y se habían unido a la III Internacional, avivaban el descontento. Mientras tanto, bandas armadas de jóvenes, entre los que destacaban los Camisas Negras o fascistas, armaban camorra en las calles. Socialistas y comunistas (considerados los grandes culpables de la situación) eran blanco habitual de sus acciones. Terratenientes y burgueses industriales no veían con malos ojos este movimiento y se apresuraron a prestarle apoyo.

Emblema del Partido Nacional Fascista, por Nsmn
Fuente: Wikimedia commons / CC BY-SA 3.0

Durante los meses de tumultos, el gobierno se abstuvo de toda acción audaz. El sistema parlamentario italiano nunca había funcionado muy bien, pero ahora se había hundido más todavía. En 1919 se habían celebrado las primeras elecciones de la posguerra, en las que los socialistas y el nuevo Partido Popular Católico obtuvieron grandes triunfos. En 1921, a consecuencia de los disturbios, se celebraron nuevas elecciones. Liberales y demócratas, socialistas moderados y el Partido Popular Católico mantuvieron sus altos números de miembros del Parlamento. El movimiento fascista de Mussolini, convertido ahora en partido político, sólo obtuvo 35 escaños, de un total de más de 500. Pero, a pesar de este resultado, las filas fascistas habían ido engrosándose.

 LA LLEGADA AL PODER DE IL DUCE

Mussolini y los fascistas se habían mantenido, al principio, al lado de los radicales. No desautorizaron las ocupaciones de fábricas, denunciaron enérgicamente a los que se habían enrique­cido con la guerra, y exigieron un alto impuesto sobre el capital y sobre los beneficios. Pero Mussolini no tardó en presentarse con sus fascistas como los defensores de la ley y el orden. Los grandes intereses prestaron ayuda financiera, patriotas y nacionalistas de todas clases se le unieron, y las clases medias y bajas, presionadas por la inflación económica y sin poder encontrar protección o alivio en los sindicatos ni en los movimientos socialistas, también se incorporaron a su movimiento. Poco a poco su movimiento iba adquiriendo masa.

Mussolini y sus Camisas Negras en la Marcha sobre Roma (1922)
Fuente: Wikimedia commons

Los Camisas Negras procedían, mientras tanto, a propinar palizas a los comunistas, a los socialistas y a las personas corrientes que no los apoyaban. Escuadras de vigilancia, los squadristi, rompían huelgas, destruían las sedes de los sindicatos, y arrojaban de sus puestos a los alcaldes y funcionarios municipales socialistas y comunistas legalmente elegidos. Ante la inoperancia del Estado, pasan a controlar estos municipios.

En octubre de 1922 tuvo lugar la ’’Marcha sobre Roma”. Los Camisas Negras comenzaron a afluir sobre la capital desde diversas direcciones para reclamar su derecho a gobernar el país. El gobierno italiano trató de declarar el estado de guerra, pero el rey Víctor Manuel III se negó a aprobarlo, por lo que el ejército no podía intervenir. El gobierno dimitió y el rey encargó a Mussolini que formara gobierno, por lo que fue nombrado Primer Ministro. Todo era perfectamente legal; Italia seguía siendo un gobierno constitu­cional y parlamentario y Mussolini presidía solamente un débil gobierno de coalición (inestable y fácilmente desmontable), y no recibía del Parlamento más que la concesión de plenos poderes de emergencia durante un año para restablecer el orden e introducir reformas.

El dirigente fascista aprovechó al máximo ese año. Antes de la expiración de sus poderes de emergencia, Mussolini, ante la escasez de sus diputados (sólo disponía de los 35 escaños de 1921) obligó al Parlamento a aprobar la Ley Acerbo, según la cual el partido que obtuviese el mayor número de votos en unas elecciones recibiría, automáticamente, los dos tercios de los escaños de la Cámara. Irónicamente, esta ley no fue necesaria. En las elecciones de 1924, los fascistas obtuvieron más de los 3/5 del número total de votos, ayudados por el control gubernamental de la maquinaria electoral y por el empleo de los squadristi, que acosaban e incluso asesinaban a los detractores del partido fascista, como en el caso de Matteoti (por lo que estos resultados hay que verlos en un contexto de violencia, intimidación y fraude electoral).

De esta manera, legal formalmente, empieza el régimen fascista. En pocos años, Mussolini redujo a la nada el Parlamento italiano, restringió el sufragio universal masculino, sometió la prensa a censura, destruyó los sindicatos, despojó a los obreros del derecho a la huelga, controló las actividades de las asociaciones no gubernamentales y abolió todos los demás partidos políticos. Se estableció una policía secreta (la OVRA) y se organizaron tribunales especiales contra los adversarios del régimen.

Características generales del fascismo italiano

Mussolini denunció la democracia como históricamente anticuada y declaró que acentuaba la lucha de clases, dividía al pueblo en incontables partidos minoritarios y conducía al egoísmo, la ambigüedad y la charlatanería. En lugar de la democracia, Mussolini predicaba la necesidad de una acción enérgica, bajo el mando de un dirigente fuerte: adopta el sobrenombre propagandístico de Il Duce, de reminiscencias militares (en latín clásico dux, general o caudillo). Denunció el liberalismo, el libre comercio, el capitalismo, junto con el marxismo, el socialismo y la conciencia de clase. En lugar de todo ello, predicaba la solidaridad nacional y la administración estatal de los asuntos económicos.

Mussolini introdujo el estado sindical o corporativo. Éste establecía la división de toda la vida económica en 22 áreas mayores, a cada una de las cuales se asignaba una “corporación”. En cada corporación, los representantes de los grupos de organización fascista de los trabajadores, los empresarios y el gobierno decidían las condiciones de trabajo, los salarios, los precios y los programas industriales; y se suponía que aquellos representantes se reunían en un consejo nacional, a fin de idear los planes para una autosuficiencia económica de Italia. De esta forma, el gobierno intervenía en todos los aspectos de la vida económica del país. Como punto final, aquellas corporaciones se integraron en el Estado, de modo que en 1938 la antigua Cámara de los Diputados fue sustituida por una Cámara de los Fascios y Corporaciones, que representaba a las corporaciones y al partido fascista. Lo cierto es que la inquietud social y los conflictos de clase se acabaron, pero no por el sistema corporativo, sino por la prohibición de huelgas y paros, y por la abolición de los sindicatos indepen­dientes.

El fascismo italiano,
subido por Educatina a https://www.youtube.com

Cuando sobrevino la depresión de 1929, ninguno de los controles económicos de Italia resultó  muy útil. Mussolini elaboró un gran programa de obras públicas y trató de incrementar la autosuficiencia económica. Se avanzó en el saneamiento de las zonas pantanosas en la Italia Central y en el desarrollo de la energía hidroeléctrica en sustitución del carbón del que Italia carecía.

A lo largo de la época fascista no se produjo ninguna reforma fundamental en la situación de los campesinos. La estructura existente en la sociedad, que en Italia significaba extremos sociales de riqueza y de pobreza, continuó inalterada. El fascismo no fue capaz de proporcionar ni la seguridad económica ni el bienestar material, en aras de los cuales habían pedido el sacrificio de la libertad individual. Los sustituyó por una extendida euforia psicológica, por una convicción de que Italia estaba experimentando una heroica resurrección nacional; y a partir de 1935, en apoyo de esa convicción, Mussolini se entregó, cada vez en mayor medida, a aventuras militares e imperialistas.

Fascismo en color 1: Asalto al poder,
Fascismo en color 2: Mussolini en el poder,
subido por Antifeixistes Pv a https://www.youtube.com

viernes, 7 de noviembre de 2014

Los totalitarismos hipernacionalistas: Características de los fascismos

Tras la Primera Guerra Mundial, el modelo democrático se impone en Europa. Sin embargo, en un territorio debilitado por una posguerra con una dimensión nunca vista antes, la extensión del fenómeno democrático no indicaba que el modelo estuviera afianzado. En la década siguiente surgen corrientes militaristas y antidemocráticas que cristalizarán en los movimientos fascistas y cuyo ascenso implicará un paso atrás en la persecución de la libertad.

Enlaces relacionados:
Crisis económica en el período de entreguerras: el Crack de 1929.
La Primera Guerra Mundial: los Tratados de Paz y las consecuencias a largo plazo.
- Los totalitarismos hipernacionalistas: el fascismo italiano.
- Los totalitarismos hipernacionalistas: el nacionalsocialismo alemán.


 LOS TOTALITARISMOS HIPERNACIONALISTAS

La década de los 30 del siglo XX verá el ascenso de los movimientos totalitarios, un fenómeno que surge en un gran número de países al abrigo de la depresión económica y de la sensación de frustración que deja un sistema democrático que no ha podido impedir las crisis económicas ni las guerras y posguerras mundiales.

Benito Mussolini y Adolf Hitler durante la visita del primero a Munich (1940)
Fuente: Wikimedia commons

Entre los factores que favorecieron la crisis de los sistemas democráticos de principios de siglo en gran parte del continente y el extremismo y la radicalización de la política podemos destacar:

  • La crisis económica de la posguerra, que trajo consigo una enorme inflación.
  • Las tensiones sociales protagonizadas por una mayoría obrera y campesina (empobrecida y que había participado y sangrado en una guerra que no le reportaba nada).
  • Los cambios en el sistema parlamentario, que permitieron una mayor representación social y la aparición de nuevos partidos de amplio seguimiento (socialistas, comunistas…) así como de grupos radicales de extrema derecha (apoyados por burgueses e integrantes de las clases medias).
  • La llegada de la depresión económica de los 30, de amplias consecuencias a nivel mundial.
En este contexto, aparecen ideologías que propugnan la unidad del Estado aún a costa de la libertad y defienden el bienestar del colectivo, entendido como un ente único, por encima del individual. En algunos casos, se convertirán en movimientos de masas y llegarán a alcanzar el poder imponiendo una idea unitaria del Estado en el que se condena todo desviacionismo respecto al ideario propuesto por el movimiento. Se emplea para ello, herramientas de control de la sociedad como la propaganda, la censura y la represión. El movimiento adquiere así con facilidad la forma de un partido único en torno a una figura carismática de poderes ilimitados cuya presencia impregna todos los aspectos de la vida social. En este sentido, el control de los medios de comunicación, la limitación de la libertad de opinión y el empleo masivo de la propaganda se vuelven fundamentales para afianzar la ideología en las masas.

El período de entreguerras,
subido por José María HerCal a https://www.youtube.com

De esta forma, se impone la dictadura y se asesina a la democracia aunque en la mayoría de los casos no se rompe formalmente con ella; ya que el poder de sus líderes proviene de la masa, no de la fuerza de las armas (los golpes de estado no son siempre necesarios para imponer el nuevo régimen). El militarismo de la sociedad, el empleo de la policía secreta, el fomento de la delación contra elementos contrarios al régimen, el culto a la personalidad del líder, el imperialismo exterior (usado como arma de propaganda), el control de la educación y el empleo de símbolos y dogmas ideológicos se convertirán en herramientas habituales para el control y manejo de la sociedad.

La imagen que el régimen ofrece de sí mismo se convierte en un pilar esencial. Elementos como la historia, la raza o la religión se convierten en la columna vertebral de estos regímenes y actúan como símbolos de unidad y de diferenciación respecto a otras naciones. Serán usados sistemáticamente y reforzados, retorcidos y amoldados a las necesidades de la nación. El hipernacionalismo justificará así la pérdida de la libertad y los que disientan se convertirán en enemigos del Estado.

Hitler y Mussolini a la llegada de éste a Munich (1938)
Fuente: Wikimedia commons / Bundesarchiv, Bild 183-H12937 / CC BY-SA 3.0



 CARACTERÍSTICAS DE LOS FASCISMOS

Entre las características que definen los movimientos fascistas pueden destacarse que:

1.   Es la reacción de un nacionalismo contra la humillación de la derrota o, en el caso de los vencedores, contra el despilfarro de la victoria. Es por eso que el fascismo encontró su medio de elección en el país vencido (caso alemán), pero también tiene lugar en algunos de los países vencedores, que estiman que la victoria no ha sido provechosa, que los sacrifi­cios de los combatientes no han aportado todo lo que se esperaba (caso italiano).

Los excombatientes se consideran depositarios de una misión: procurar que el sacrificio de sus camaradas y sus propios sufrimientos no hayan sido en vano. En los países vencedores defienden el respeto de los tratados, la ejecución de las cláusulas, y en los países vencidos encarnan el sentimiento nacional herido y humillado. Los movimientos de excombatientes desembocarán fácilmente en la agitación subversiva y serán un importante afluente del fascismo.

Hitler (sentado a la derecha) durante la I Guerra Mundial (1914)
Fuente: Wikimedia commons / Bundesarchiv, Bild 146-1974-082-44 / CC BY-SA 3.0

El militarismo impregnó todas las esferas de la sociedad. Las distintas asociaciones; ya fueran laborales, juveniles, etc. adoptaban formas y valores inspirados en la vida militar. La demostración del orgullo patrio se manifestaba a través de desfiles que pretenden deslumbrar y del empleo de uniformes de temática militar en organizaciones civiles. Se perseguía con esto reforzar la unidad e identidad nacionales usando el nacionalismo extremo como arma política y originando un ambiente de xenofobia e intolerancia.

2.   Es una reacción contra la democracia y la filosofía liberal. Considera que la democracia es incapaz de defender los derechos e intereses del país. Para ellos, es un régimen débil e impotente, que desacredita en el exterior y traiciona en el interior. Además, tiene el defecto de dividir. En lugar de hacer que todas las energías se unan en un objetivo común, la democracia mantiene las divisiones. Por ello, la existencia de un único partido fomentaba la unidad y fortalecía al Estado.

3.   Es antiindividualista. El individuo no tiene derechos propios, no tiene más que los que la colectividad quiera otorgarle. El individuo encuentra su razón de ser en la subordi­nación al grupo. El fascismo exalta los valores del grupo, de la colectividad, de la comunidad nacional. El éxito del fascismo se debe, en parte, a la voluntad de formar una sola alma, en la exaltación de sentir, pensar, vivir y actuar juntos. Por ello, una de las primeras, medidas que adoptan es suprimir todo lo que diferencia, el pluralismo, los partidos políticos y sindicatos. La diversidad es sustituida por organizaciones unitarias, basadas en la fidelidad al régimen y al partido.

Concentración nazi en Núremberg (1935)
Fuente: Wikimedia commons

4.   Es antiliberal. Está en contra de todas las libertades que puedan debilitar la autoridad y la cohesión del grupo nacional. Algunas de las primeras medidas serán la instauración de la censura en las informaciones, el control de las conversa­ciones, la vigilancia policial, todo ello acompañado, de un conjunto de sanciones e internamientos arbitrarios. Algunos de estos regímenes conservan un simulacro de asamblea representati­va, pero que no representa más que al partido en el poder: el Reichstag alemán o la Cámara de los Fascios italiana. Pero estas asambleas no deliberan verdaderamente, sino que sólo son cámaras de ratificación destinadas a dar publicidad a los discursos de los jefes del régimen y aprobar las decisiones tomadas fuera de ellas.

5.   Es anticapitalista. Financieros y banqueros fueron considerados un símbolo de la corrupción que asolaba a la nación. Para protegerla se llevaron a cabo medidas de corte social como la creación de la seguridad social o de sindicatos organizados desde el poder establecido como un medio de control social. Sin embargo, cuando era necesario se recurría a la financiación que sólo las organizaciones capitalistas podían aportar.

6.   Su filosofía no es igualitaria, sino una filosofía elitista convencida de que una minoría de hombres está llamada a dirigir a los demás. Son élites forjadas por el partido, dirigentes que se han distinguido por su combatividad, su disciplina, su fidelidad hacia el jefe, su adhesión total al partido.

Hitler junto a su primer gabinete (1933)
Fuente: Wikimedia commons / Bundesarchiv, Bild 183-H28422 / CC BY-SA 3.0

La crisis de 1929 influyó en estos movimientos aportándoles las masas que les faltaban. La crisis económica, al sumir en la miseria y la angustia a millones de pequeños burgueses, emplea­dos, obreros, hace crecer los efectivos del partido y del electorado fascista.

7.   Aunque en esencia todos los movimientos fascistas son similares, algunos incorporan características peculiares. Así, el Nacionalsocialismo alemán añade un elemento nuevo, el racismo, que establece el Postulado de la desigualdad de razas y afirma que las razas superiores deben preservar su pureza biológica. Dentro de la jerarquía de razas, la prioridad pertenece a la raza aria y la nación germánica que desciende de ella. Esta teoría se convierte en una fe, en un dogma que inspira una política concreta, que dicta una legislación que llevará al exterminio a 6 millones de judíos.

Esquema sobre las características básicas de los fascismos

Los fascismos se convirtieron en un fenómeno muy extendido y llegaron al poder en países europeos como Alemania, Italia, España, Austria, Hungría, Rumanía, Bulgaria, o los estados balcánicos de Yugoslavia, Albania y Grecia. Entre 1919 y 1936 hubo movimientos fascistas en casi todos los países, pero no todos siguieron la misma suerte. Unos triunfaron, otros fracasaron. Varios elementos pudieron influir en su éxito o fracaso:

  • Las tradiciones intelectuales y políticas: en aquellos países en que el fascismo podía referirse a autores o escuelas que habían preparado el terreno, se encontraba una situación favorable para su expansión (caso alemán).
  • La posición internacional de los países donde el sentimiento nacional ha sido herido por la derrota (Alemania) o por la manera poco considerada en que fue tratado por los aliados (Italia).
  • Los trastornos sociales provocados por las crisis económicas: los éxitos de los fascismos son casi siempre proporcionales a la amplitud de las crisis.
  • La gravedad del peligro comunista: cuanto más próximo esté el peligro comunista, mayor es la violencia de la reacción fascista. Sindicatos y partidos de izquierda fueron acosados y más tarde ilegalizados.
  • Las dificultades de la democracia: cuanto mayores son las dificultades que encuentra el sistema democrático, más fuerte es el desarrollo del fascismo.
Esquema de las bases sobre las que se apoya la ideología fascista

Los fascismos se convirtieron en un fenómeno muy extendido y llegaron al poder en países De esta forma, la década de los 30 será testigo de un enfrentamiento a tres bandas entre distintas ideologías: la comunista (triunfante en la URSS), la democrática (en sus horas más bajas) y la fascista (cuyo ascenso tendrá funestas consecuencias).


Estado Totalitario-Ciencias Políticas-Educatina,
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lunes, 20 de octubre de 2014

Crisis económica en el período de entreguerras: la Gran Depresión

Tras la gran expansión económica y financiera que Estados Unidos experimenta durante los llamados "felices años veinte", el nuevo orden económico sufre un duro golpe al entrar en una fuerte depresión que marcaría la marcha económica durante una década. Si los garantes de la economía mundial entran en una recesión sin precedentes, sus consecuencias no tardarían en dejarse sentir en el resto del globo. Esta crisis del sistema capitalista propicia un inestable marco económico que sólo puede superarse gracias a la intervención estatal lo que implica la quiebra del sistema económico liberal proporcionando un excelente caldo de cultivo para quienes se muestran contrarios a las ideas democráticas. los regímenes totalitarios se verán beneficiados de una depresión que afecta a todos los estratos de la sociedad. 

Enlaces relacionados:
- Crisis económica en el período de entreguerras: el Crack de 1929.
La Primera Guerra Mundial: los Tratados de Paz y las consecuencias a largo plazo.


 LA GRAN DEPRESIÓN

Tras el Crack de la Bolsa de Nueva York en octubre de 1929, nadie podía negar la existencia de una crisis económica sin precedentes. El rápido paso de la expansión económica de los años veinte a la crisis tuvo un gran impacto social. El aumento del desempleo contraería la demanda de productos lo que provocaría sobreproducción y una caída de los precios, de la que el crack financiero sería un síntoma. Se redujo la inversión y el sistema capitalista sufrió una crisis inesperada de grandes consecuencias. Los años siguientes estuvieron protagonizados por una profunda depresión que marcó la década de los 30.

Florence Owens Thompson, por Dorothea Lange (1936), 
de la serie: "Madre migrante" o "Cosechadores desposeídos en California"
Fuente: Wikimedia commons
En poco tiempo, el desempleo adquiría proporciones gigantescas. Los salarios del obrero desaparecían y los ingresos del granjero tocaban fondo. El descenso del poder adquisitivo de las masas imponía una mayor inactividad de la maquinaria y un mayor desempleo. Millones de personas se veían reducidas a vivir y a sostener a sus familias gracias a las raciones de caridad, al socorro del gobierno, a las limosnas. Se multiplicaron los poblados chabolistas en las grandes ciudades (bautizadas popularmente como Hooverville, en honor del presidente norteamericano).

Los optimistas de la época declaraban que aquella depresión, aunque dura, no era más que otro punto periódico bajo en el ciclo económico, y que la prosperidad estaba a la vuelta de la esquina. Otros creían que la crisis representaba el hundimiento de todo el sistema capitalista.


Cola de reparto del pan en Nueva York (1932)
Fuente: Wikimedia Commons
Independientemente de su postura, todos los gobiernos adoptaron medidas para facilitar trabajo e ingresos a sus pueblos. De un modo u otro, todos se esforzaron por liberarse de la dependencia de las incertidumbres del mercado mundial. La consecuencia económica más acusada de la depresión fue una fuerte tendencia al nacionalismo económico.

Para proteger sus exportaciones y sus industrias, los países devaluaron sus monedas. La depresión, al agregar sus efectos a los de la Guerra Mundial y a la inflación de la posguerra, condujo al caos en el intercambio monetario internacional. Los gobiernos manipulaban sus monedas para sostener sus decrecientes exportaciones o imponían determinados controles de intercambio: exigían que los extranjeros a quienes su población compraba y a quienes, por tanto, entregaba su moneda, utilizase esa moneda para comprarles a ellos. El comercio, que había sido multilate­ral, se hacía cada vez más bilateral.


Esquema sobre algunos de los factores que confluyeron en la Gran Depresión

El control de la moneda era un medio de mantener activas las fábricas propias, a través de la conservación o de la conquista de mercados para la exportación en un período de depresión. Otro procedimiento para mantener en actividad las fábricas propias consistía en cerrar el paso a las importaciones competitivas echando mano del viejo recurso de las tarifas proteccionistas. Pero tampoco las tarifas fueron suficientes siempre, y en muchos estados se adoptaron cuotas o restricciones cuantitativas. Por este sistema, un gobierno decía no sólo que los artículos que entrasen en el país tendrían que pagar una alta tarifa aduanera, sino que, ponía límites a la cantidad, es decir, que por encima de dicho límite no podrían introducirse más artículos. Tanto los importadores como los exportadores trabajaban, cada vez en mayor medida, con licencias del gobierno, a fin de que todo el comercio exterior de un país pudiera estar centralmente planificado y dirigido. Así, la economía mundial se desintegró en sistemas económicos nacionales ferozmente competidores. Cada estado trataba de crear una isla de seguridad económica para su propio pueblo. La cooperación económica internacional estaba terminando en una intensificación sin precedentes de la rivalidad económica y del autocentrismo nacional.


 CONSECUENCIAS DE LA DEPRESIÓN

Respecto a las consecuencias de la depresión, hemos de hablar de consecuencias psicológicas. La opinión pública pierde confianza en las instituciones democráticas, a las que identifica con el capitalismo, y en la inspiración liberal de la democracia parlamentaria. En Europa, sectores muy amplios de la opinión pública se hallan bruscamente disponibles para cualquier tipo de aventura y dispuestos a escuchar las llamadas de los agitadores.

En cuanto a las consecuencias objetivas, hay que destacar la quiebra del sistema liberal y la impotencia de la iniciativa privada, que obligan al poder público a intervenir. Los gobiernos son empujados a violar las máximas liberales que prohibían al Estado intervenir en el ámbito reservado a la iniciativa privada. Los gobiernos se encargan de la dirección de la economía, emprendiendo grandes trabajos para poner en marcha los mecanis­mos. La expresión más completa de este cambio de política es la revolución que constituye el New Deal en EE.UU.

Construcción de una carretera según un proyecto de la Works Progress Administration (New Deal)
Fuente: Wikimedia Commons
Por otra parte, la política económica de los gobiernos afecta a las relaciones exteriores. Para proteger la producción nacional de la competencia extranjera, los países se cierran a las importaciones, elevan sus tarifas aduaneras, establecen restric­ciones. En todas partes, el nacionalismo económico alienta un egoísmo a ultranza en las relaciones comerciales.

Así pues, en cuestión de varios años, entre 1929 y 1932, la gran depresión acarreó el abandono de los principios liberales, la quiebra de la economía liberal, el trastorno de las relaciones entre grupos sociales e incluso las relaciones entre naciones. La democracia política sufre las repercusiones de la crisis que atraviesa el liberalismo económico. Es un argumento más a favor de las doctrinas autoritarias y de los regímenes autoritarios. Al fascismo italiano o al comunismo soviético les es fácil usar como pretexto la crisis del liberalismo para demostrar el fracaso de la democracia.

Esquema sobre algunas propuestas generales del keynesianismo



 LA SOLUCIÓN NORTEAMERICANA: EL NEW DEAL

En 1933 los demócratas sustituyen a la administración republicana de Hoover, tras el triunfo electoral del presidente Franklin D. Roosevelt. A la llegada de éste al poder, la situación económica era alarmante: la población estaba cada vez más empobrecida, las enormes cifras de desempleo implicaban una reducción en el gasto que acarreaba la ruina y quiebra de empresas (aumentando las cifras mencionadas y destruyendo una estructura económica que poco antes era floreciente), los mercados financieros se precipitaron y la economía se estancó.

Franklin Delano Roosevelt, por Elias Goldensky (1933)
Fuente: Wikimedia Commons

El nuevo presidente propone una nueva política económica sustentada en las teorías keynesianas. Se trata de un New Deal ("Nuevo Acuerdo", en castellano), que se propone reactivar el consumo y la inversión, y poner fin a ciertos abusos que han estado en la base del origen de la crisis. Esta política se mantendrá hasta 1938, cuando el esfuerzo económico encontró en la Segunda Guerra Mundial una válvula de escape para la mejoría.

El New Deal pone en acción un conjunto de medias de intervención gubernamental en el terreno de la economía (aunque no se recurre a la nacionalización de empresas). El primer objetivo es la deflación: hay que lanzar los precios al alza, devolver la confianza a los inversores, distribuir poder de compra a los consumidores. Roosevelt procedió a la devaluación del dólar con el objetivo de provocar un aumento de los precios (se llegó a abandonar momentáneamente el patrón oro).

Entre las primeras medidas del presidente Roosevelt, planteadas para surtir efecto a corto plazo, los objetivos se centraron en reformas agrícolas, del sistema bancario (en el que el Departamento del Tesoro pasó a investigar la solvencia de los bancos, provocando el cierre y la fusión de miles de bancos en situación inestable y mejorando la garantía del sistema) y la creación de programas de asistencia social y de ayuda al trabajo.


Sin embargo, la intervención del Estado en la economía era uno de los factores contra los que luchaba el sistema capitalista, por lo que este plan fue recibido con reticencia. No obstante, se crearon distintas agencias con el objetivo de intervenir en la vida económica proporcionando un respiro a los sectores más castigados por la depresión. En el sector industrial se obligó a las empresas a adoptar un código de buena competencia, creando un organismo de regulación, la NRA, al que las empresas se adhirieron libremente.

En el orden agrícola, ante la acumulación de excedentes, se invita a los agricultores a que consientan en reducir voluntaria­mente sus cosechas a cambio de una indemnización. El efecto inmediato de la reducción de las cosechas era la subida de los precios aunque en un país con menos capacidad adquisitiva y con un comercio internacional a escala más reducida que en años anteriores, los resultados de la Ley de Ajuste Agrícola tardaron en ser alentadores para los agricultores.

Una ley autoriza al presidente a acuñar monedas de plata en cantidades ilimitadas. Con ello se producía una fuerte inflación, pero se acepta como medio de estimular la economía.


Esquema básico sobre las principales reformas que formaron el New Deal

Pero todo esto sería inútil si no se mejoraban las cifras del desempleo de la población. Por ello, éste será uno de los grandes indicadores de la crisis y las reformas encaminadas a mejorar esta situación serán una prioridad: los sindicatos, las jubilaciones y los parados serán sus principales objetivos. Desde el punto de vista social, la ayuda a los parados reforzó las medidas de subidas de salarios. Se creaba una masa con cierto poder de compra, única salida de una etapa en la que por superproducción o por subconsumo se había generalizado la ruina.

Económicamente, la situación mejoró al final de la década, con importantes matices: la inversión privada en la industria se contrajo (como era inevitable) a pesar de que la producción industrial volvía a cifras parecidas a las de finales de los veinte. El número de parados era aún alarmante (17% de la población activa), aunque ahora muchos de ellos recibían un subsidio que les permitía sobrevivir. En el orden agrícola, la subida de los precios no pudo sostenerse y la situación de los agricultores se agravó.

En la esfera de lo social, el Estado inauguró una mayor preocupación por la protección de sus ciudadanos frente a un marco económico que auguraba nefastas consecuencias para el ciudadano de a pie. 

Historia del siglo XX - Roosevelt y el New Deal 
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