jueves, 26 de julio de 2012

El pensamiento económico en la edad moderna. - Parte 8

Esta serie de artículos está centrada en el surgimiento de una nueva forma de pensar con respecto a la economía y que es heredera directa del nuevo contexto en que se mueve la Europa del momento. Los siglos modernos alumbran un nuevo concepto del hombre y su lugar en el mundo: el humanismo y el renacimiento subrayan el papel del hombre frente al pensamiento medieval (centrado en el concepto de Dios). El cambio de mentalidad imperante y una mayor tendencia de los países europeos hacia el reforzamiento de su autoridad como garante de la solidez del estado, acentuará el aligeramiento de las férreas posturas económicas medievales que ya poco a poco estaban desapareciendo frente al nacimiento de un nuevo pensamiento económico, traído de la mano de los hombres de negocios más influyentes, los funcionarios más preocupados por el desempeño de su profesión y de otros pensadores laicos que se centran en los problemas económicos del estado.


Enlaces relacionados:
El Mercantilismo 1.
              
 LOS AUTORES MERCANTILISTAS  

Todavía no se ha planteado una pregunta fundamental:

¿Quiénes escriben los tratados mercantilistas?

En primer lugar, hay que señalar que el colectivo de autores mercantilistas es inmenso, pero sólo una pequeña minoría de los miles de arbitrios, reme­dios, desengaños, avisos y memoriales fue publicada. En los siglos XVII y XVIII se presenta una gran expansión del pensamiento y la literatura económica pero, a diferencia de los siglos anteriores, no son ya los teólogos quienes se ocupan de la materia. Los pensadores del período incluyen a funcionarios públicos, periodistas, científicos, filósofos y, sobre todo, hombres de negocios. Nada marca tanto el rompimiento con el pasado que el hecho de que los pensadores económicos del período fueran prominentes hombres de negocios. Sir Josiah Child, una figura destacada, fue el hombre más rico de Inglaterra en el siglo XVII. Tanto él como Thomas Mun, otro escritor destacado en asuntos económicos, ocuparon puestos de dirección en la Compañía de las Indias Orientales. Otros autores ingleses como Thomas Milles o Gerard de Malynes fueron considerados bullonistas o metalistas, su pensamiento era algo más arcaico y estático por lo que se intentaban resistir a la propia dinámica de la economía. Estos autores eran reacios a operaciones de comercio exterior. Sus posiciones se veían enfrentadas con las de los teóricos de la balanza comercial (como Misselden o Mun). En Francia, la gran figura del mercantilismo será Jean-Baptiste Colbert, quien fue ministro de finanzas durante 22 años. Tal será su influencia que muchos autores designan al mercantilismo francés como colbertismo.


Colbert presentando a los miembros de la Real Academia de las Ciencias a Luis XIV,
por Henri Testelin
Fuente: Web Gallery of Art

En resumen, el comercio y la utilidad pecuniaria, que en épocas anteriores habían sido vistas con sospecha, fueron vistos ahora con otros ojos. Así, mientras en la Edad Media los escolásticos habían trazado una estrecha ruta a recorrer por el hombre de negocios que no pusiera en peligro su salvación, ahora eran los hombres de negocios quienes se constituyen en jueces de la conducta y de las políticas públicas que afectan la economía. Con ellos aparecen nuevos criterios para determinar la validez e idoneidad de los actos. Por ello, el poder y la abundancia en este mundo llegaron a tener más peso que la salvación del alma en el mundo por venir.

En el caso español, el mercantilismo tiene como protagonista a los llamados arbitristas que abundan en la España del siglo XVII y que fueron severamente satirizados por autores de la época como Cervantes o Quevedo. La mayoría de las veces se trataba de individuos con una formación científica e intelectual muy deficiente. Muchos de ellos, elaboraron unos proyectos tan quiméricos como interesados, que se pre­sentaban como la auténtica panacea, el remedio único y universal para resolver todos los complejos problemas de la economía nacional (sobre los que influyen, como sabemos hoy en día, múltiples factores). La realidad es que muchos de estos individuos buscaban su promo­ción en la Corte, ascender en la escala social y política. En cualquier caso, estos arbitristas son los grandes autores de esa intensa polémica que tuvo lugar en la España del siglo XVII y que Don J. A. Marabal llamó la "cultura de la decadencia". Sin embargo, hay que destacar que en algunos casos supieron vislumbrar algunos de los problemas de fondo de la economía española (algo nada fácil dada la formación económica de la época) e incluso proponer algunas soluciones factibles.

Estos arbitristas abundan en la Castilla del siglo XVII, por lo que su enumeración sería harto extensa, pero los más significativos serían Miguel Álvarez Osorio, Miguel Caxa de Leruela, Lope de Peza, Martín González de Cellorigo, Juan de Mariana, Francisco Martínez de Mata, Sancho de Moncada, Luis de Ortiz, Pedro de Valencia o Luis Valle de la Cerda, entre otros.

Joven mendigo (Niño espulgándose), por Bartolomé Esteban Murillo (1650 aprox.)
Fuente: Wikimedia Commons

Aunque son muchos los temas y problemas que se tratan, casi todos coinciden en lo más importante: “Denunciar la decadencia de Espa­ña”. Su misión consiste en buscar causas para explicar tal decadencia a la vez que proponen sus remedios únicos y universales, sus soluciones. De hecho, no sólo les preocupa la economía, también les preocupa otras cues­tiones de política social como por ejemplo la asistencia a los pobres, la crítica hacia la ociosidad, etc.

El análisis de la de­cadencia española, por parte de los arbitristas del siglo XVII, se realiza recurriendo a una paradoja fácilmente apreciable en la época: “¿Cómo era po­sible que una potencia militar como Castilla, con su poderoso imperio, que disponía de grandes riquezas en materias primas (como la lana) y en metales preciosos (reservas de oro y plata), se estuviera quedando atrás durante el siglo XVII y, en cambio, un nuevo y pequeño país como era Holanda estaba prosperando rápidamente?” La respuesta es categórica y acertada; la causa del atraso castellano es el abandono de los sectores productivos y una vez que se realiza esa denuncia deben pro­ponerse soluciones.

Si la solución está en que si resulta que el mal primigenio de la economía española era el abandono de las actividades productivas, la cuestión estribaba en cuál de las actividades económicas había que retomar pues tales actividades productivas no tienen igual importancia, por ejemplo no se sabía si retomar la agricultura o la ganadería.

Todos los arbitristas castellanos que se preocupaban por la economía nacional, sin embargo, incidieron en particular en la econo­mía de Castilla como corazón del Imperio. Ellos, conscientes de los gravísimos prejuicios que la política imperial estaba produciendo intentaron con sus escritos que los monarcas se fijasen no en España (tal concepto aún no era una realidad política), sino en Castilla. Para ellos, el futuro del Imperio pasaba por la rehabilitación de la economía castellana. Castilla era la que más había sufrido y la que soportaba el coste fiscal y económico de las empresas imperiales.

La causa por la que la economía castellana, según los arbitristas, había entrado en bancarrota era el descubrimiento de América. Es decir, en los cambios que se habían producido tras el hallazgo del Nuevo Mundo. Y mencionan tres consecuencias negativas:

1.   El alza de precios.
2. La entrada de metales preciosos con su inmediata saca (salida) a los distintos centros industriales o financieros de Europa.
3.  El abandono de los sectores productivos por vivir la gente ociosa o de las rentas que no son fruto del trabajo.

La primera de las consecuencias perjudica porque ponía en clara desventaja a los productos españoles, respecto a los extranjeros. Los productos españoles eran más caros y menos competitivos, resultando más barato importar los productos.

Con respecto al segundo caso, lo importante no era la posesión de los metales preciosos, sino que dichos metales no habían servido para relanzar las actividades productivas. Es decir, no contribuyeron a crear riqueza firme y estable. Esta rique­za era el fruto de la actividad productiva y no especulativa. Sin embargo, es conocido que los ahorradores eran grandes especuladores. Los metales no eran la riqueza, tampoco eran la causa de la decadencia de Castilla, que procedía del abandono de los sectores productivos y de esta manera resuelve la paradoja: países escasos en oro y plata eran, sin embargo, países industriales y trabajadores, y por tanto, eran países ricos. En cambio, España tenía poca industria y, por tanto, se había empobrecido.




 MERCANTILISMO Y BULLONISMO

Debemos clarificar que nunca existió una escuela de pensamiento que así misma se definiera como mercantilista, ni tampoco ninguna corriente de opinión que siendo consciente de su propia homogeneidad teórica pudiera definirse como mercantilista. Ahora bien, no hay duda de que Adam Smith tenía razón cuando agrupaba bajo la categoría de sistema comercial o mercan­til al conjunto de ideas económicas que dominaron los ambientes políti­cos y comerciales europeos en los siglos XVI, XVII y gran parte del XVIII. Más allá de las propias fronteras nacionales, existió un núcleo común de teoría y éste núcleo común de teoría era el que permitía tanto el diálogo como el debate y también era el que daba cierta homogeneidad a las distintas prácticas económicas nacionales. Aunque no puede ob­viarse que existían ciertas diferencias entre los autores de unos países y otros que se explicaban por los caracteres nacionales y, por supuesto, también en la propia evolución histórica. Esas diferencias, nos permiten establecer una distinción en­tre bullonismo y mercantilismo.

El primero, el bullonismo, había tenido una posición preponderante en las opiniones que circulaban en las cortes europeas hasta finales del siglo XVI. Este bullonismo se caracterizaría ante todo por la creencia de que la moneda, el oro, era la riqueza (como se ha comentado anteriormente). Obviamente, el hecho de que el dinero u oro constituya riqueza no plantea ninguna duda. Por otro lado, en opinión de Adam Smith, el error está en creer que sólo el oro constituye la riqueza.

Hay que señalar que esta interpretación del pensamiento de Smith es dudosa ya que actualmente hay historiadores del pensamiento económico que dudan de que jamás hayan existido economistas en esta época que pensaran exactamente de ese modo. Para estos, lo que pensaban los bullonistas era más bien no que el oro fuese la única riqueza, sino que ese oro (o tesoro, en definitiva) era el único tipo de riqueza que valía la pena acumular. Esta opinión no era ni mucho menos insensata, sino coherente y racionalsobre todo desde el punto de vista de la época. Para el poderlas guerras se ganaban con oro, los costes del gasto estatal se pagaban con oro y el oro constituía la moneda universal, luego son evidentes los beneficios inherentes a la acumulación de oro por parte del Estado. Por ello, es fácilmente entendible que el siglo XVI fuera el siglo del bullonismo. Para el pueblo, la idea tampoco era insensata, sino que también tenía su lógica. Para el comerciante, la moneda era sinónimo de capital; o mejor dicho, constituía el único capital que valía por sí mismo.

Así, está claro que para casi todos los economistas del siglo XVI la moneda era un medio para aumentar la riqueza y el poder. Eso sí, lo que no admitían muchos bullonistas era la idea de que este medio debiera usarse para aumentar el bienestar colectivo o lo que Adam Smith llamó la "riqueza de las naciones".

Puerto de mar, por Claude Lorrain (1638)
Fuente: Wikimedia Commons

Con respecto a cuál es la diferencia entre el mercantilismo y el bullonismo, podemos señalar en primer lugar, que el bullonismo tiene su desarrollo en el siglo XVI, mientras que el mercantilismo se desarrolla en el siglo XVII, que es su gran momento. Aunque unos y otros, aunque persiguen los mismos fines (aumentar la riqueza y el poder) se diferencian en los métodos para conseguir dichos objetivos. Los bullonistas defendían una amplia circulación de moneda en el territorio nacional, porque se consideraba garantía de una gran capacidad fiscal o contributiva. Por esa razón, se debía obstaculizar la salida de los metales preciosos fuera de los territorios nacionales. Y el método más sencillo para evitar esa salida de oro y plata fuera del país era prohibir las exportaciones de oro y plata. También se recurría con frecuencia al alza del valor nominal de las monedas, más en concreto consistía en aumentar el poder adquisitivo de las monedas que circulaban dentro del país. Así, se perseguía el efecto contrario, que era que afluyese hacia el país mone­da extranjera. Un tercer procedimiento era obligar a las distintas empresas nacionales a tener que pagar sus importaciones con mercancías y no con oro y plata (dinero). Por último, el cuarto procedimiento con­sistía en lo que se denominaba la balanza de contratos; adquirir de cada país extranjermercancías por un importe que no excediera al valor de las mercancías exportadas a dicho país.

Una última cuestión sobre el bullonismo era la tendencia, por parte de sus autores, a buscar las causas de la salida sistemática de los metales preciosos del país, en fenómenos de naturaleza puramente monetaria y, más en concreto, en las desviaciones del tipo de cambio de las paridades determinadas por el contenido metálico de las monedas. Esas desviaciones entre el valor nominal y el contenido de oro y plata de las monedas se atribuía a comportamientos ilícitos, a falsificaciones y manipulaciones de los banqueros y comerciantes. Justo es decir, que también los propios monarcas recurrieron con frecuencia a técnicas monetarias fraudulentas; como es el caso del "recorte" de la moneda, es decir, reducir el contenido de oro y plata de la moneda, respecto a su valor inicial. También, mediante un edicto o ley elevaban el valor de las monedas que circulaban por el mercado, valor muy fre­cuentemente por encima del contenido real de la moneda.

Estas prácticas legales dieron lugar a numerosas críticas hasta el punto que de estas críticas nació una ley económica que hoy se conoce como la Ley de Gresham, según la cual la moneda mala ahuyenta a la buena, es decir, si en un país circulaban dos tipos de moneda con el mismo valor nominal, pero distinto valor intrínseco, pues el pueblo tenderá a utilizar la moneda mala para realizar los pagos internos y, en cambio, guardará la moneda buena, por tanto, ésta desaparecerá de la circulación.

Sir Thomas Gresham, por Anthonis Mor (1560 aprox.)
Fuente: The Yorck Project / Wikimedia Commons

El mercantilismo, en cambio, tenía connotaciones algo distintas:

1.   Los mercantilistas, sin excepción se identifican por su elevado interés hacia la economía real; para ellos, esos viejos temas escolásticos de la justicia, la caridad y la salvación no aparecen ya en sus escritos económicos. Ahora, los mecanismos para aumentar dicha riqueza es la mentalidad burguesa; una preocupación que se proyecta al Es­tado. Entonces, todos los recursos materiales de la sociedad (medios) deberían usarse para promover el enriquecimiento y el bienestar del Estado. Esta consolidación del poder política y económicamente se concretaría en la ejecución de políticas internacionales o exteriores de exploración, descubrimiento y colonización.

Por esta razón, el tema eco­nómico más importante para los autores mercantilistas fue el del comercio y las finanzas internacionales; entendidos como instrumentos para aumentar las reservas de metales preciosos. La obsesión por aumentar las reservas de metales preciosos, que también era bullonista, se justifica porque el lingote de oro era la unidad de cuenta internacional, por tanto, el objetivo del comercio y la producción nacional era aumentar la riqueza o, lo que es lo mismo, acumular lingotes de oro.

2.   El desarrollo del empleo y de las industrias nacionales dependía de la puesta en práctica de políticas que fomentaran las importaciones de materias primas y las exportaciones de bienes acabados (manufacturados). Porque los bienes acabados o manufacturados tenían un mayor valor añadido que las materias primas. Esta política macroeconómica favorecía no sólo el principio del equilibrio de la balanza comer­cial, sino que también propiciaba un saldo favorable de la misma, puesto que perseguía un excedente de las exportaciones sobre las importaciones y ese saldo tenía que efectuarse o pagarse en oro.

3.   La doctrina se fundamentaba, por tanto, en la creencia de que la riqueza de un país se maximizaba por medio de la acumulación de metales preciosos resultantes de obtener un superávit en la balanza comercial. Sin embargo, la mayoría de los autores mercantilistas no com­prendieron los efectos que un aumento de la masa monetaria que circula­ba dentro del país podía causar (como la inflación) y además tampoco les preocupó.

El temor al exceso de libertad hizo que los mercantilistas buscaran el favor, la protección del Estado para planificar y regular la vida económica. El apoyo estatal (intervencionismo del poder político en la economía) se concretó en distintas leyes que venían a regular algunos sectores de la economía porque otros sectores (como la agricultura) permanecieron al margen de ese intervencionismo, al margen de la protec­ción del Estado. Se plasmó también en impuestos diferentes, en un desigual trato fiscal, para los distintos sectores económicos. El apoyo del poder político se plasmó en la concesión de ayudas a determinadas ramas de la producción nacional, complementadas con restricciones de acceso a los mercados para determinados productos, que por su elevada competitividad pudieron poner en peligro los intereses nacionales. También fueron habituales por parte del poder político la concesión de monopolios legales en forma de privilegios y patentes legales. Es el caso de aquel pri­vilegio que garantiza los derechos exclusivos de comercio, bien a un particular o bien a una sociedad de comerciantes, como es el caso de las compañías de Indias orientales u occidentales.

En conclusión, el mercantilismo fue, por tanto, una alianza de poder entre el monarca y los comerciantes, un pacto interesado por ambas partes. Porque el monarca dependía de la actividad económica que desarrollaba el comerciante para aumentar su tesoro. En cambio, el comerciante dependía de la autoridad del monarca, para que este legalmente procediera a salvaguardar sus intereses.

Oficina del banquero Jacob Fugger con su contable
Fuente: biography of M. Schwarz / Wikimedia Commons

4.   Por otro lado, otro punto sería el siguiente: los intereses de la clase mercantil adinerada y del Estado confluyen en asuntos económicos de tanta trascendencia como son los relativos al trabajo y a los salarios. A ambos les interesa el mantenimiento de unos salarios bajos y de una demografía en expansión porque a mayor población, mayor número de trabajadores potenciales y aumentan las posibilidades para reducir los salarios.

Estos dos asuntos, poblacionismo y salarios bajos, son cues­tiones muy discutidas en toda la literatura mercantilista. Estas doctrinas defienden el mantenimiento de una desigual distribución de la riqueza. De hecho, esa doctrina mercantilista de salarios bajos descansa sobre un fundamento amoral, que algún autor ha llamado "utilidad de la pobreza".

A lo largo de toda la etapa mercantilista (siglos XVI y XVII) encontramos en los folletos y en las obras de los distintos autores calificados como mercantilistas el argumento de que el trabajo debía de mantenerse en los umbrales mínimos de la subsistencia. Tal  argumento se justifica partiendo de una premisa: La creencia de que el sufrimiento es terapéutico. Es decir, esta teoría se concretaba en la opinión de que si, por ejemplo, a un criado se le presentaba la oportunidad de obtener unas posibles mejoras en su situación familiar, éste criado se volvería gandul y perezoso, por tanto el sufrimiento era también terapéutico y útil para el rendimiento del trabajo. La opinión que circulaba entre los autores mercantilistas era que debido a la generalmente baja condición moral de las clases inferiores, los salarios elevados les llevarían a estas clases a cometer toda clase de excesos como la embriaguez y el libertinaje, por ejemplo. Por esta razón, si los salarios se situaban por encima del nivel de susbsistencia, las clases populares caerían en el vicio y en la ruina moral, es decir, que la pobreza hacía laboriosos a los trabajadores. De hecho, en 1771 A. Young hizo la siguiente afirmación: "Cualquiera excepto un idiota sabe que las clases inferiores deben mantenerse pobres o nunca serán laboriosas".

Para los mercantilistas el desempleo no existía. En todo caso el desempleo era una consecuencia de la indolencia. Algunos incluso realizaban afirmaciones todavía más extremas, como B. de Mandeville, que argumentaba que a los niños de los pobres y a los huér­fanos no se les debía dar una educación a cargo de los fondos públicos, sino que debían ser puestos a trabajar a una edad temprana. Y es que la educación arruinaba al que merece ser pobre y la asistencia a la escuela comparada con el trabajo era un signo evidente de holgazanería.

Para los autores mercantilistas era de gran importancia que los estratos más bajos de las clases trabajadoras fueran tan numerosos como fuese posible porque se confiaba en estos colectivos sociales para conseguir el poder económico que habría de llevar al estado a la victoria en la lucha de las distintas naciones por conseguir la supremacía mundial. Quiere ello decir que la doctrina mercantilista condicionaba el destino de la na­ción a la existencia de un número de población de trabajadores no cualificados, que se vería obligada a la estricta com­petencia entre ellos, a una vida de laboriosidad constante con unos salarios mínimos.

5.   Los mercantilistas creían en la utilidad de la pobreza y en la baja condición moral de las clases trabajadoras. Ambas creencias estaban relacionadas con la oferta de trabajo. Decían los mercantilistas que dado que la producción para el comercio nacional e internacional es una función de la cantidad, del factor trabajo y de una cantidad constante de capital, la cantidad de trabajo era fundamental para el desarrollo de la economía inglesa. En consecuencia, muchos mercantilistas temían que una vez que los salarios alcanzasen un cierto nivel, los trabajadores preferirían el ocio adicional a la renta adicional.

El aumento de la prosperidad si se presenta en forma de un aumento del salario medio, para el conjunto de la economía, ha de desalentarse porque la entidad del factor trabajo disminuiría y finalmente conducción nacional. Al disminuir la producción nacional también disminuiría la capacidad de acumular metales por medio del comercio.

Puesta de sol en un puerto, por Claude Lorrain (1639)
Fuente: Wikimedia Commons

Con respecto a cuál es la importancia del mercantilismo en la historia del pensamiento económico, podemos decir que la doctrina mercantilista es importante sobre todo porque contiene el primer esbozo de una ciencia de economía. En el marco de dicha doctrina, se intentan establecer relaciones de causa-efecto entre diversos fenómenos de la vida económica. La tesis que formu­laron tanto bullonistas como mercantilistas, según la cual las varia­ciones de la cantidad de moneda son la causa de la variación de los precios es un indicio evidente de la relación causa-efecto en lo que se llama teoría cuantitativa del dinero.

La importancia del mercantilismo reside también en el hecho de que expresa con particular claridad el espíritu que se abre con el Renacimiento en Europa. El hombre de los tiempos modernos piensa que es su misión ganar dinero. Y ese hombre es el burgués, y es el res­ponsable de la revolución económica que contribuyo a desarrollar de ma­nera prodigiosa las fuerzas productivas de una parte de la humanidad y que creó la civilización industrial moderna.

Como sistema de ideas, el mercantilismo ha sido objeto de múltiples valoraciones, críticas positivas y negativas. Bien es cierto que la mayoría de las críticas han sido negativas y los que optaron por un juicio positivo hicieron dicha valoración jus­tificándose en que las políticas mercantilistas fueron las ade­cuadas para su época. El fortalecimiento del poder del Estado tras la caída del sistema feudal aconsejaba y justificaba semejante ideología económica. Quizás la defensa más notable del mercantilismo haya correspondido a un insigne economista J. M. Keynes (premio nobel de la economía) que dijo lo siguiente: “En una epoca en que las autoridades no tenían control directo sobre la tasa de interés interior u otros estímulos a la inversión nacional, las medidas para aumentar la balanza comercial favorable sobre la entrada de los metales preciosos era su único medio indirecto de reducir la tasa de interés doméstica y aumentar así el aliciente para invertir dentro del país".