jueves, 5 de julio de 2012

El pensamiento económico en la edad moderna. - Parte 5

En esta serie de artículos nos centraremos en la génesis del pensamiento económico moderno y, en esta ocasión, continuaremos viendo cómo se ve influenciado por la doctrina eclesiástica en un contexto nuevo: el descubrimiento del Nuevo Mundo. El cambio de mentalidad y una mayor tendencia hacia más global por parte de los países europeos, consecuencia de dicho descubrimiento provocará un mayor aligeramiento de las férreas posturas económicas medievales y el nacimiento de una nueva disciplina,  el pensamiento económico, de la mano de los doctores escolásticos de la Escuela de Salamanca.


Enlaces relacionados:

  LA DOCTRINA ECONÓMICA DE LA ESCUELA DE SALAMANCA 
 (continuación)

 EL MERCADO Y EL PRECIO:  

Los autores españoles del siglo XVI en sus distintas obras distinguían 4 clases de precios:

  • Precios legales.
  • Precios naturales.
  • Precios justos.
  • Precios injustos.
El calificativo de justo o injusto lo aplicaron tanto a los precios legales como a los precios naturales.

Para entenderlos debemos remontamos a Aristóteles. En su obra "Ética", Libro V, Cap. VII, se establece una distinción entre dos clases de precios: naturales y legales. Esa distinción la adoptaron los escolásticos españoles para indicar cuándo y en qué circunstancias era más conveniente fijar legalmente el precio que dejarlo oscilar de modo natural. El precio legal es el precio estableci­do por una autoridad. En la España del siglo XVI, el ejemplo más claro de precio legal lo tenemos en la famosa tasa de los cereales. En cambio, el precio natural es el resultante del acuerdo entre la oferta y la de­manda de forma libre y voluntaria.

Luis de Molina definió el precio legal y el natural con es­tas palabras: "Las cosas tienen un precio justo que viene fijado por la autoridad pública mediante ley o decreto público; la generalidad de los doctores llama legal o legítimo a este precio significando con ello que se trata de un precio puesto por ley". El precio natural es "el que las cosas tienen por sí mismas independientemente de cualquier ley humana o decreto público". El precio legal era además indivisible, que no admitía variación alguna una vez fijado por la autoridad. En cambio, el precio natural era divisible, para los escolásticos españoles, pues admitía un margen dentro del cual podía variar.

Luis de Molina, grabado de F. G. Wolffgang
Fuente: Wikimedia Commons
Ese margen de variación que ofrece el precio natural se justifica por las circunstancias que intervienen en su determinación, como el hecho de que el precio natural depende fundamentalmente de la estima de los hombres, que no es igual para todos sino fruto de la necesidad. Teniendo en cuenta las circunstancias y la fluctuación del precio natural, los escolásticos agrupan a los precios naturales en tres categorías morales:

1.   Precios rigurosos.
2.   Precios medios.
3.   Precios piadosos.

Estos tres tipos de precios serían justos. Con respecto a qué circunstancias concretas determinan el precio natural; son las siguientes: la escasez o abundancia de los bienes; el número de compradores y vendedores; la mayor o menor urgencia de satisfacer las necesidades y, en cuarto y último lugar, la cantidad de dinero existente en el mercado (teoría cuantitativa del dinero).

Si recurrimos a Luis de Molina para ilustrar la explicación, dice textualmente:

"(…) Debe observarse que son muchas las circunstan­cias que hacen fluctuar el precio de las cosas o a la alza o a la baja; así, por ejemplo, la escasez de bienes debida a las malas cosechas o a causas semejantes hace subir el justo precio. La abundancia, lo hace descender.

El número de compradores que concurren al mercado en unas épocas mayor que en otras y su mayor deseo de comprar lo hacen también subir. Igualmente, la mayor necesidad que muchos tienen de un bien es­pecial en determinado momento, supuesta la misma cantidad de dicho bien, hace que su precio aumente como sucede con los caballos que valen más cuando la guerra está próxima que en tiempos de paz.

De igual forma, la falta de dinero en un lugar determinado hace que el precio de los demás bienes descienda y la abundancia de dinero hace que el precio suba, (pues) cuanto menor es la cantidad de dinero en un lugar más aumenta su valor y, por tanto, caeteris paribus ("en igualdad de condi­ciones") con la misma cantidad de dinero se pueden comprar más cosas".

La explicación del valor económico de los diversos bienes ha oscilado a lo largo de la historia entre dos posturas distintas. Una es la que hace depender el valor económico de los bienes de los costes de producción y la otra es aquella que lo hace depender de la utilidad de los mismos.

Por su parte, los doctores escolásticos españoles del siglo XVI optaron por esta segunda interpretación, es decir, por la utilidad. Francisco de Vitoria, por ejemplo, subrayaba que el precio de las cosas no con­sidera la naturaleza de las mismas, sino que éste se fija atendiendo a la común estimación del precio de los hombres. Lo mismo opinaba Luis de Molina, para el que no hay que basarse en la natu­raleza de las cosas para considerar un precio justo o injusto, sino en cuanto sirven a la utilidad humana. Esta insistencia en la utilidad como factor determinante implica que, en el siglo XVI, asistimos a un subjeti­vismo del valor o precio de las cosas y de los distintos bienes económicos. Y ello planteaba un problema analítico importante: tener que dar el paso desde la estimación subjetiva hasta la estimación común o general.

Estatua de Francisco de Vitoria en Salamanca, por Francisco Toledo (1975)
Fuente: http://www.wikisalamanca.org / CC-BY-SA 3.0

Que el valor de los bienes se estimara en función de su utilidad planteaba una dificultad añadida a los doctores escolásticos porque bienes de gran utilidad (como por ejemplo el agua) se estimaban en poco y, por el contrario, bienes de muy poca utilidad se estimaban en mucho. Entonces ahí hay una contradicción y la solución a este pro­blema llegó de la mano de otro concepto clave: el de la escasez.

Podríamos definir la utilidad como la capacidad o potencialidad de un bien para satisfacer una determinada necesidad, la estimación como la complacencia hacia ese determinado bien (hoy en día la entendemos como el gusto) y, por último, la escasez tiene que ver con la rareza del bien y su mayor o menor abundancia. Y estos tres conceptos se convierten en los factores determinantes del precio de los bienes, según los doctores escolásticos.

Esa relación entre el precio y el número de compradores o de vendedores de un bien constituye la base para definir los distintos tipos de mercado; es decir, para hablar de monopolio, oligopolio y libre competencia. De estos, los doctores esco­lásticos ciertamente condenaron en concreto, el monopolio y el oligopolio mientras que, en cambio, defendieron la libre competencia y pusieron como ejemplo el trigo, que era el alimento básico.

Melchor de Soria nos habla sobre el trigo y hace depender la estructura del mercado del trigo del volumen de la cosecha producida, hasta tal punto que considera que la producción y la distribución son dos aspectos claves que además están relacionados y que influyen de una manera muy directa sobre el trigo. Una producción abundante de trigo, decía, podrá cambiar la estructura del mercado y hacer que exista competencia allí donde antes sólo había un comporta­miento monopolístico.


 LA RELACIÓN ENTRE EL PRECIO Y LA CANTIDAD DE DINERO:  

Sobre esta cuestión, la cantidad de dinero, tal relación se interpreta en los términos de lo que hoy se conoce como teoría cuantitativa del dinero. La aparición de la teoría cuantitativa del dinero en la segunda mitad del siglo XVI constituye un hecho de enorme importancia en la historia de la economía. Esta teoría analiza la relación entre la oferta y la demanda de  dinero y considera que los precios vienen determinados por esa relación. Si la oferta de dinero aumenta, el nivel de precios subirá. Por el contrario, si la oferta de dinero cae, el nivel de precios disminuirá. Esta es la teoría en su forma más simple.

Durante la Edad Media lo inadecuado de la oferta de dinero había desalentado la expansión económica. Ahora, con el descubrimiento del Nuevo Mundo, una corriente incesante de metales preciosos llegó a España y se difundió por toda Europa. Los precios subieron y como la explicación tradicional de los cambios en el nivel de precios (que señalaba como causa de los mismos la devaluación de la moneda), no parecía ya adecuada para estas circunstancias como lo había sido antes; los pensadores tuvieron que buscar una razón que explicara mejor la subida. Algunos teólogos españoles estuvieron entre los pioneros en la formación de la teoría cuantitativa del dinero, si bien no lo hicieron con fines meramente especulativos sino porque querían resolver algunos problemas prácticos de la ética mercantil.

Luis de Molina nos dice lo siguiente: “Cuanto menor es la cantidad de dinero en un lugar, más aumenta su valor y, por tanto, con la misma cantidad de dinero se pueden comprar más cosas. Por ejemplo, si los frutos de la tierra abundasen en la misma proporción en dos provincias distintas y una tuviera mayor cantidad de dinero que la otra, esos frutos se venderán a un menor precio en la provincia con menos cantidad de dinero y a un menor precio se colocarán también los obreros en dicha provincia”.

Como el efecto, tanto inmediato como a largo plazo, de la revolución de precios que siguió al descubrimiento de América fue primero sentido en España, no es sorprendente que fueran algunos observadores sobresalientes de la escena española los que primero relacionaran el incremento de precios con la llegada de los metales preciosos del Nuevo Mundo. Uno de ellos, fue Martín de Azpilcueta (también conocido como el doctor Navarro), un predicador dominico que había estudiado derecho canónico en Toulouse antes de ingresar como docente en Salamanca. Para Azpilcueta, “(…) El dinero vale más cuando es escaso que cuando es abundante; se hace caro cuando existe una fuerte demanda y pobre oferta del mismo (…)”. Es decir, que cuando el dinero es escaso, las mercancías y los servicios productivos tendrán bajos precios y cuando es abundante, como en España después del descubrimiento de las Indias, los precios son altos. De esta forma, el doctor Navarro se acerca a una teoría de oferta y demanda de la que la teoría cuantitativa del dinero es una aplicación especial. Azpilcueta explica que “(…) todas las mercancías se encarecen cuando existe una fuerte demanda y una pobre oferta. El dinero, en tanto en cuanto puede ser vendido, intercambiado o cambiado cualquier forma de contrato, es también una mercancía, por lo que se encarece cuando la demanda es grande y la oferta del mismo pequeña.”

Martín de Azpilcueta
Fuente: Wikimedia Commons

Ahora bien, como se ha comentado, todas estas circunstancias que influían en la determinación del precio de las cosas y del valor de los bienes son estudiadas por los doctores escolásticos dentro de un contexto moral que tiene que ver con esa distinción aristotélica entre economía y crematística. De esta distinción, cabe señalar varias cuestiones claves.

El carácter ilimitado, que se asigna a la búsqueda y adquisición crematística de la riqueza; opuesto al limitado que caracteriza la búsqueda y adquisición económica de esa misma riqueza. La riqueza económica tenía un carácter natural, mientras que la riqueza crematística tenía un carácter artificial. La primera, económica, busca la satisfacción de las necesidades humanas y la segunda, en cambio, busca aumentar la cantidad de valor acumulado sin que dicha acumulación tenga límite alguno, por tanto, es antinatu­ral pues de la simple satisfacción de las necesidades humanas o de la acumulación creciente y sin límite de la riqueza deriva una distinción clave: entre lo que llaman valores de uso y valores de cambio.

En todo bien que se intercambia y en el proceso mismo de la transacción se pueden advertir ambos valores: el valor de uso y el valor de cambio. Cuando se da un intercambio económico, el bien intercambiado se considerará valor de uso si lo que se pretende con la transacción es únicamente facilitar la satisfacción de las necesidades humanas. En cam­bio, será un intercambio crematístico y el bien intercambiado se estimará como un valor de cambio si se pretende aumentar el volumen de riqueza acumulado, y es el caso del dinero.

El concepto de mercancía aparece en el pensamiento escolás­tico español vinculado a una evolución a un progreso económico: el paso del sistema del trueque al de la compra-venta. Cuando no existía el dinero, la tran­sacción económica (trueque) únicamente presentaba dos términos, dos bienes que se intercambiaban el uno por el otro. Y ambos bienes eran meros valores de uso. Cuando se introduce el dinero pasamos a la econo­mía de compra-venta o economía monetaria. Pero entonces la transacción económica cambia su estructura con relación a lo anterior, porque en este caso, en lugar de dos elementos aparece un tercer elemento, el dinero, actuando como intermediario entre los bienes; y con él, el concepto de compra-venta.

Es en este último contexto económico, cuando los escolásti­cos españoles emplean el concepto de mercancía con los bienes que se intercambian. La aparición del dine­ro en la economía provoca la creación de un sistema más complejo. En él, se empieza a diferenciar las funciones que los bienes desempeñan en la transacción económica por­que, desde ese momento, los bienes no entran en la operación de intercambio en un plano de igualdad como sucedía con el trueque, sino que ahora cada uno desem­peña su propio papel o función.

Los bienes son llamados mercancías mientras que el dinero que se interpone entre ambas mercancías se conceptúa como precio. Pero no sólo los bienes desempeñan funciones diferentes en las transacciones económicas, también los sujetos o individuos, que en consecuencia, verán la transacción desde perspectivas diferentes; uno será el comprador y el otro el vendedor. El primero verá el intercambio como compra y el vendedor como venta.

La teoría escolástica sobre la forma­ción de los precios se refiere única y exclusivamente a una economía monetaria. Ahora bien, saber que el pensamiento escolástico del siglo XVI se refiere sólo a la economía monetaria no es suficiente para ave­riguar si la operación de compra-venta está impulsada por la exigencia de satisfacer necesidades humanas naturales o si está impulsada por un deseo crematístico ilimitado. Es decir, que no se nos dice si esta mercancía es considerada como valores de uso o como valores de cambio. Para deshacer esa ambigüedad se hace necesario plantearse uno de los problemas claves en la historia del pensamiento económico: es la función que desempeña el beneficio o plusvalía como locomotora o impulsora de la actividad económica.

Sobre esta cuestión los doctores españoles reconocían tres formas de practicar la compra-venta de las cuales su licitud moral y conveniencia social no ofrecía duda alguna:

  • Aquella compra-venta motivada por la necesidad de sus­tentarse a uno y a su familia. 
  • Aquella que practicaban las personas que compra­ban determinados bienes para luego trabajarlos y modificarlos de algu­na manera, lo cual les añadía un valor. 
  • Aquella en la que las condiciones espacio-temporales de la economía venían a justificar una diferencia entre el valor de la compra y el valor de la venta.

La razón que justificaba la primera clase de compra-venta era su finalidad estrictamente natural: satisfacer las necesidades hu­manas. La segunda puede calificarse como adquisición de recursos y de factores productivos que conducen a una transformación intrínseca del producto. Y, por último, la diferencia de valor y precio en la tercera clase de compra-venta se justificaba por la transformación extrínseca del bien en cuestión. Por la transformación extrínseca se entiende aque­lla en la que sin que necesariamente tenga lugar un cambio en las cuali­dades físicas del bien si que cambian las circunstancias externas que lo rodean, es decir, son las condiciones del mercado: la es­casez o la abundancia.

Estas tres modalidades de compra-venta fueron aceptadas por los doctores españoles porque las mercancías siempre se consideraban como valores de uso que satisfacían una necesidad natural, es decir, que tales compra-ventas suponían una conducta económica, nunca crematís­tica. Sin embargo, se plantea un problema: ¿quiere esto decir que los doctores españoles fueron contrarios al beneficio como incentivo de la actividad económica? La respuesta a esta pregunta es negativa.

Recurrimos a Melchor de Soria para ilustrar esta respuesta y lo citamos en lo referente a la compra-venta del trigo. Recurrimos al año de 1619 en el que Felipe III dicta una orden o pragmática real en virtud de la cual, los labra­dores (de trigo) quedan libres de una obligación que hasta entonces se les venía imponiendo en Castilla: vender el trigo a 18 reales la fanega; esto es denominado "tasa". Con respecto a la interpretación que da Melchor de Soria, éste vio con agrado tal medida, porque entendía que cons­tituía un estímulo a la producción agraria. Decía que "era una golosina que despierta una sabrosa codicia en el pecho de los labradores para que siembren mucho y habiendo más abundancia de pan lo comprará la Repúbli­ca más barato y con más comodidad". Sin embargo, esta visión es relativa. Del reconocimiento expreso de la función incentivadora ejemplificada con el trigo no debe deducirse, de forma absoluta, que los doctores escolásticos fuesen plenamente partidarios de maximizar los beneficios y las plusvalías sin límite alguno. Esto  hubiera supuesto que estos doctores escolásticos españoles eran firmes creyentes de la con­ducta crematística.

Entonces, aunque los doctores escolásticos no alabaran la conducta crematística sin límites, sí que admitieron lo que denominaron la "sabrosa codicia". En la historia del pensamiento económico se distingue muy bien entre esa “sabrosa codicia” y lo que los economistas de hoy llaman “maximización de la utilidad”. Esa diferenciación es uno de los rasgos sustanciales que marcan la sustitución del marco económico de los doctores escolásticos españoles por los autores de la economía clásica (de Adam Smith en adelante), ya que estos últimos defendían la economía crematística sin límites.

Dentro de ese concepto de la "sabrosa codicia" (ganancias limitadas) se incluye otra teoría en los doctores escolásticos españo­les en general y de la escuela de Salamanca en particular; es la del justo precio.

 ESENCIA DEL PRECIO JUSTO:  

Es el postulado de la equivalencia que consiste en que los bienes intercambiados tienen que ser bienes cuyo valor económico resulte equivalente. De hecho, ese postulado afirma que el valor de lo que se entrega en la venta ha de coincidir con el valor de lo que se recibe en la compra; es decir, que tiene que ser conforme con el principio moral de la justicia conmutativa. Los docto­res españoles escolásticos se refieren al postulado de la equivalencia desde tres ópticas distintas y, por ello, representan tres tipos de análisis distintos. El primer tipo de análisis es el que tiene que ver con lo que es la esencia o definición teórica de precio justo. El segun­do con su aplicación práctica. Y el tercero con la obligatoriedad de tener que cumplir los postulados teóricos acerca del precio justo.

Estos tres niveles de análisis pueden resumirse de la si­guiente forma:

1. Perspectiva empírica: Consiste en que si se cumple o no el postulado de la equivalencia.
2.   Perspectiva racional: En qué consiste el postulado del precio justo.
3.   Perspectiva moral: Por qué debe respetarse la doctrina del precio justo.

El cambista y su mujer, Quentin Massys,1514
Fuente: The Yorck Project / Wikimedia Commons

Con referencia a la perspectiva racional, según los doctores escolásticos el precio justo consiste en la equivalencia entre lo entregado y lo recibido; y ese sería el precio justo. Por otro lado, el precio injusto es el que no se ajusta a dicho postulado. Pero claro, de la perspectiva racional o lo que es igual, esta definición del precio justo como equivalencia entre lo entregado y lo recibido obligaba a in­vestigar dos realidades diferentes. Una, si se cumplía o no la equivalen­cia, y la segunda, suponiendo que no se cumpliese dicha equivalencia, averiguar el proceso por el que los sujetos económicos ajustaban las diferencias hasta lograr la equivalencia. Esto último tenía lugar mediante el regateo. 

Como ejemplo, Melchor de Soria nos dibuja dos escenarios distintos en el comercio de trigo que son posibles: Uno es que solamente cuando los años son fértiles y hay abundancia de trigo podía esperarse que el proceso de regateo desembocase en la equivalencia. El segundo ocurre en los años precarios o malos, cuando hay escasez; entonces el regateo se practicaba desde dos posiciones muy distintas, tan desequilibradas, que no podía esperarse la consecución de la equivalencia, es decir, el precio justo. Melchor de Soria explica que este precio no es natural, sino violento (por la violencia que hacen los vendedores y la que reciben los que compran) debido a que comprador y vende­dor se hallaban en situaciones de desequilibrio. Por lo tanto, en situaciones de precariedad era la parte vendedora la que marcaba el precio. Aquí, en este contexto de escasez, es donde resulta imposible alcanzar el postulado de equivalencia a través del regateo y donde Melchor de Soria y otros escolásticos españoles fundamentan la intervención del Estado para establecer los precios máximos de los distintos artículos de consumo; como en este caso, el trigo. Y aquí, es donde Melchor de Soria justifica la existencia de la tasa antes mencionada.

La Escuela de Salamanca. Martín de Azpilcueta. Tomás de Mercado.
Curso de Economía de Jesús Huerta de Soto. 
por josemanuelgonzalezg en www.anarcocapitalista.com


La Escuela de Salamanca. Jesuitas.
Curso de Economía de Jesús Huerta de Soto. 
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