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miércoles, 17 de diciembre de 2014

Los totalitarismos hipernacionalistas: el nacionalsocialismo alemán

La Primera Guerra Mundial supone un triunfo para la democracia moderna. Sin embargo, la situación económica y social en una difícil posguerra permite el ascenso de los movimientos fascistas e hipernacionalistas. La llegada al poder de dichos movimientos implicará la aparición de las dictaduras y los regímenes totalitarios. El culmen de este proceso se da en Alemania; donde elementos como el nacionalismo, el militarismo y el racismo se unen para formar una de las más crueles ideologías que ha concebido el ser humano. El nazismo implantará una maquinaria alimentada por el odio de tales porporciones que, una vez en marcha, sólo podía ser detenida mediante una guerra de dimensiones globales.  

Enlaces relacionados:
Crisis económica en el período de entreguerras: el Crack de 1929.
La Primera Guerra Mundial: los Tratados de Paz y las consecuencias a largo plazo.
Los totalitarismos hipernacionalistas: Características de los fascismos.
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 ADOLF HITLER Y EL ASCENSO DEL NACIONALSOCIALISMO

Nacido en Austria en 1889, Adolf Hitler no era un intelec­tual y nunca fue socialista. Se consideraba a sí mismo como un germano puro y ya en su juventud se mostró violentamente antisemita. Hijo de un agente de aduanas y nacido en los alrededores de Linz, fue rechazado por la Academia de Bellas Artes de Viena y en 1913 se trasladó a Baviera, donde estuvo hasta que sirvió en la I Guerra Mundial, en el ejército alemán. Ya en aquella época, hablaba en contra de judíos y marxistas, a los que acusaba de robar a la nación y no cumplir con sus deberes patrióticos. De hecho, la creencia popular era que el ejército alemán terminó la guerra invicto pero que fue traicionado por políticos socialistas que presionaron para firmar un armisticio donde fueron humillados.

Adolf Hitler durante un desfile nazi en Weimar, por Georg Pahl (1930)
Fuente: Wikimedia commons / Bundesarchiv, Bild 102-10541 / CC BY-SA 3.0

Tras la guerra, regresó a Baviera. Ésta constituía un importante foco de la ofensiva comunista en Europa Central. Pero esta "amenaza comunista" hizo de Baviera un activo centro de todo tipo de agitación contrarrevolucionaria. Allí pululaban las sociedades secretas capitaneadas por oficiales del ejército descontentos o por otros individuos a quienes resultaba difícil adaptarse al nuevo régimen. Un pequeño grupo se llamaba Partido de los Obreros Alemanes, del que Hitler fue uno de los primeros miembros. En 1920 pasó a denominarse Partido Nacional Socialista de los Obreros Alemanes (Partido Nazi).

Asamblea del partido nazi en Munich, por Heinrich Hoffmann (1923)
Fuente: Wikimedia commons / Bundesarchiv, Bild 146-1978-004-12A / CC BY-SA 3.0
Es evidente que en la Alemania de la posguerra la situación económica era difícil. Satisfacer las cláusulas del Tratado de Versalles en las condiciones que éste imponía se antojaba imposible y en 1923, al no recibir los pagos de las reparaciones, el ejército francés ocupó el Ruhr, una de las regiones industriales más prósperas de la nación. Esto suponía un ataque directo a la economía germana. Un clamor de indignación nacional se levantó en todo el país, el hipernacionalismo ganaba adeptos. Hitler y los nacionalsocialistas, que habían conseguido muchos seguidores, denunciaron al gobierno de Weimar por su vergonzosa sumisión a los franceses. Consideraron que era el momento oportuno para tomar el poder y, a finales de 1923, imitando la Marcha de Mussolini sobre Roma, los Camisas Pardas del partido Nazi llevaron a cabo el “Putsch de la cervecería” en Munich. Un fallido golpe de Estado. La policía terminó dominando el disturbio y Hitler fue condenado a 5 años de cárcel, aunque se le puso en libertad antes de un año. En la cárcel escribió un libro, «Mein Kampf» (Mi Lucha), un turbio relato de recuerdos personales, racismo, nacionalismo, teorías de la historia, acoso a los judíos y comentarios políticos.

Acusados del Putsch de Munich, por Heinrich Hoffmann (1924)
Fuente: Wikimedia commons / Bundesarchiv, Bild 102-00344A / CC BY-SA 3.0

 LA LLEGADA AL PODER

A comienzos de 1924, con los franceses fuera del Ruhr, concertadas las reparaciones y obtenidos préstamos de países extranjeros, Alemania empezó a disfrutar de una asombrosa recuperación. El nacionalsocialismo perdía su atractivo, el partido perdía miembros, Hitler era considerado un charlatán, y sus seguidores una partida de lunáticos. Pero entonces, llegó la gran depresión de 1929. Ningún país sufrió más que Alemania a causa de la crisis económica mundial. Los préstamos extranjeros cesaron o fueron revocados, las fábricas pararon, el número de desempleados llegó a 6 millones. Los votos comunistas aumentaban constantemente, pero las grandes clases medias, que no querían el comunismo, buscaban desesperadamente a alguien que las salvase del bolchevismo. La depresión también agravó el general aborreci­miento alemán del abusivo Tratado de Versalles. Muchos alemanes explicaban la ruina de Alemania por el trato que hablan recibido de los aliados tras la guerra: la reducción de sus territorios, la pérdida de sus colonias, de sus mercados, de su marina mercante y de las inversiones extranjeras, las reparaciones, la ocupación del Ruhr, la inflación...

Esquema sobre las características básicas de los fascismos

Hitler atizó todos aquellos sentimientos con su propaganda. Denunció el Tratado de Versalles como una humillación nacional. Denunció la democracia de Weimar por producir lucha de clases, división, debilidad y charlatanería. Lanzó duros ataques contra los marxistas, los bolcheviques, los comunistas y los socialis­tas. Atacaba los ingresos que no eran producto del trabajo, las ganancias de la guerra, el poder de los grandes trusts y de las cadenas de almacenes, los impuestos injustos. Y sobre todo, denunciaba a los judíos.

Apocalipsis - El ascenso de Hitler: La amenaza
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Tras las elecciones de 1928, en que sólo habían obtenido 12 escaños; en 1930 los nazis consiguieron 107 escaños en el Reichstag (constituyéndose como la segunda fuerza política del país); en julio de 1932 aumentaron a 230, aunque seguían sin poder formar gobierno debido a la negativa de Hitler a formar coaliciones que no conllevaran su nombramiento como canciller. Finalmente, en noviembre bajaron a 196. Tras este retroceso, Hitler temió que su momento estaba pasando. Pero determinados elementos conservadores, nacionalistas y antirrepublicanos habían concebido la idea de que Hitler podía serles útil y estar controlado por lo que convencieron al presidente Hindenburg de que la única forma de dar estabilidad al país pasaba por nombrar a Hitler canciller de un gobierno de coalición. El 30 de enero de 1933, por medios totalmente legales, Adolf Hitler pasó a ser canciller de la República Alemana.

Primer gabinete de Hitler en enero de 1933
Fuente: Wikimedia commons / Bundesarchiv, Bild 183-H28422 / CC BY-SA 3.0
Hitler no contento con ser canciller de un gobierno de coalición que pretendía controlarle, convocó otras elecciones contando esta vez con el respaldo del poder. Una semana antes de la fecha en que habían de celebrarse, se incendió el edificio del Reichstag. Si bien se desconoce la autoría de este hecho, los nazis, ya en el poder y sin prueba alguna, aprovecharon esta coyuntura para culpar a los comunistas (muchos de sus dirigentes fueron enviados a campos de concentración). Levantaron una terrible alarma roja, suspendieron la libertad de expresión y de prensa, y utilizaron a los Camisas Pardas para que amedrantasen a los electores. Tras las elec­ciones; en las que obtuvieron sólo el 44% de los votos, Hitler, con el pretexto de una emergencia nacional, hizo que un dócil Reichstag le concediese poderes dictatoriales. Empezaba la revolución nazi.

Hitler llamó a su nuevo orden el Tercer Reich. Declaraba que, siguiendo al Primer Reich o Sacro Imperio Romano, y al Segundo Reich o imperio fundado por Bismarck, el Tercer Reich continuaba el proceso de la verdadera historia de Alemania.

Congreso nazi en Núremberg (1934) 
Fuente: Wikimedia commons / Bundesarchiv, Bild 102-04062A / CC BY-SA 3.0
Hitler adoptó el título de Führer, y pretendía representar la absoluta soberanía del pueblo alemán. Los judíos eran considera­dos antialemanes. La nueva ciencia racial, cuyo sumo sacerdote era Rosenberg, clasificaba a los judíos como no arios y conside­raba como judío a cualquiera que tuviese un abuelo judío. Las leyes de Núremberg de 1935 privaban a los judíos de todos los derechos ciudadanos y prohibían los matrimonios entre judíos y no judÍos. Los judíos eran golpeados, cazados, expulsados de los cargos públicos, arruinados en sus negocios privados, multados como comunidad, ejecutados. El antisemitismo anunciaba el exterminio físico, durante la guerra, de millones de judíos.

Alemania dejó de ser federal; todos los antiguos estados fueron abolidos, de modo que se proseguía el proceso histórico de la unificación alemana. Todos los partidos políticos fueron disueltos, excepto el nacionalsocialista. Incluso el partido nazi fue violentamente purgado en la noche del 30 de junio de 1934 (la “Noche de los cuchillos largos”), cuando muchos de los antiguos jefes de los Camisas Pardas fueron acusados de conspirar contra Hitler y sumariamente pasados por las armas.

Una policía política secreta, la Gestapo; juntamente con las SS (la guardia personal de Hitler, de amplios poderes y con capacidad para actuar impunemente por encima de la ley) y los Tribunales del Pueblo; y con un sistema de campos de concentración permanentes en los que se retenía a miles de personas sin proceso ni sentencia, suprimieron todas las ideas que discrepasen de las del Führer. Las iglesias, tanto la protestante como la católica, fueron coordinadas con el nuevo régimen, prohibiéndose a sus cleros que criticasen las activida­des nazis. Un Movimiento de la Juventud Nazi, así como las escuelas y las universidades instruían a la nueva generación en los nuevos conceptos. Los sindicatos fueron coordinados también, siendo sustitui­dos por un Frente Nacional del Trabajo. Se prohibieron las huelgas. Bajo el "principio de dirección", se instituyó a los empresarios como pequeños führers en sus fábricas e industrias.

Características generales de los regímenes totalitarios
Se lanzó un gran programa de obras públicas, se organizaron proyectos de repoblación forestal y de saneamiento de zonas pantanosas, se construyeron viviendas y carreteras. Un extenso programa de rearme absorbió a los parados. El gobierno asumía crecientes controles sobre la industria. En 1936, adoptó un plan cuatrienal de desarrollo económico. Alemania se benefició de su situación como principal mercado del que dependían los europeo-orientales. Mezclando las amenazas políticas con los negocios corrientes, los nazis intercambiaban trigo polaco, madera húngara o petróleo rumano, entregando en compensación artículos de los que a Alemania le convenía desprenderse, en lugar de los que los europeo-orientales necesitaban. Para solucionar el problema de las restricciones aduaneras y de las diferencias de monedas, los nazis pretendían la creación de una red de acuerdos bilaterales que asegurarían a todos los pueblos vecinos una salida para sus productos. Pero era una solución en la que los alemanes serán los más industrializados, los más poderosos y los más ricos, y los otros países europeos quedarían relegados a un estatus perpetuamente inferior. Y lo que no pudiera conseguirse mediante los acuerdos comerciales y la penetración económica se conseguiría mediante la conquista y la guerra.

Apocalipsis - El ascenso de Hitler: El Führer
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Pocos años después de 1933, la revolución nazi había convertido a Alemania en una gigantesca y disciplinada máquina de guerra, había liquidado o silenciado a sus adversarios internos, mientras sus hipnotizadas masas bramaban su aprobación en manifestaciones asombrosas.

Esquema sobre algunas características básicas de la subida al poder
del nacionalsocialismo alemán