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lunes, 29 de octubre de 2012

El Islam, la nueva religión

Esta entrada se centra en la génesis y nacimiento del Islam. El surgimiento de esta religión, cuya vida se ha prolongado hasta nuestros días, no fue espontáneo. Fueron necesarios una serie de condicionantes físicos, económicos, sociológicos y culturales y la personalidad característica del Profeta para dar forma a una de las religiones mayoritarias del mundo actual. Estos caracteres especiales, que profundamente marcaron la configuración de la religión islámica, son el motivo de esta entrada.
 LAS BASES DEL ISLAM  

A lo largo de los primeros siglos del Islam, la religión musulmana adquirió los rasgos distintivos que la configuraron como una religión con caracteres propios. Contrariamente a lo que pudiera suponerse en primera instancia, éste fue un proceso largo  y complejo que ha generado intensos debates, muchos de ellos aún no resueltos.

El Islam es una religión basada en un monoteísmo absoluto. La profesión de fe musulmana (sahada) acentúa este principio: «No hay más dios que Allah y Mahoma es su profeta». Esta declaración entraña el reconocimiento de la omnipotencia divina y la sumisión a sus mandatos. La propia palabra «Islam» viene a significar «sumisión (a Dios)». Esto hace referencia a la actitud que debe mostrar el musulmán: el hombre se pone voluntariamente en manos de Allah por estar convencido de su justicia y de que ése es su medio de seguridad y de salvación. Además, la profesión de fe también supone la aceptación de Mahoma como mensajero divino. La misión profética de Mahoma no ha sido única, pues ha tenido varios predecesores: Noé, Abraham, David, Zacarías, Jesús,… todos ellos han dado testimonio del Dios único.


Saliendo de la mezquita, por Jean-Léon Gerôme (1903)
Fuente: Flickr / Carlos César Álvarez / CC-BY-NC-SA 2.0

Situado frente al judaísmo y al cristianismo, el Islam se presenta como la restauración de la auténtica fe de Abraham. No es, solamente, una religión sino que constituye un modo de vida. Esto ha sido así desde su misma concepción a través de las palabras de Mahoma. En efecto, el Islam establece una unión directa y personal entre Dios y el hombre. Dios es el Creador y el Omnipotente, pero el papel del hombre, sin embargo, es activo. Está inmerso en el contexto de una comunidad: es un ser social, no insolidario, y tiene, por tanto, normas y comportamientos que ha de seguir.

El musulmán encuentra su código de valores y de comportamiento en su existencia social. De esta forma, descubre el significado del bien y del mal, de la libertad, la justicia, la hermandad o el respeto a los débiles. Su vida ha de regirse por esos principios. Estos simples principios fueron objeto de una notable elaboración dogmática y este dogma sirvió de base para la creación de una comunidad de creyentes (umma) que tiene como seña de identidad la creencia en la revelación divina confiada a Mahoma. El núcleo de esta revelación se encuentra en el Corán.

 EL CORÁN  

El Corán es considerado como el libro que recoge literalmente la revelación de Allah a Mahoma y constituye, por tanto, la base del Islam. Mahoma es rasúl (mensajero o enviado). Se trata de un texto "dictado" y "descendido" de los cielos mediante la cadena de transmisión Allah - Mahoma - escriba. No fue compuesto por nadie; sencillamente, es la palabra de Dios. Su lectura está destinada a ser recitada (Quran significa recitación) en voz alta.

Según la tradición, tras recibir cada revelación el Profeta habría compartido el contenido de la misma con sus seguidores y algunos las apuntarían por escrito sobre pedazos de cuero, omóplatos de camello o algún otro soporte. Como consecuencia de dicho proceso de transmisión, a la muerte del Profeta existían diversas versiones del texto coránico. La tradición musulmana atribuye al califa Utmán (644-656) la decisión de establecer un texto único que abrogara cualquier discrepancia y fuera aceptado unánimemente. A pesar de las discrepancias ante el texto final, especialmente por parte de los partidarios del califa Alí (primo y yerno de Mahoma), esta recopilación acabó imponiéndose como el texto canónico.

Formalmente, el Libro se compone de 114 capítulos (azoras o suras), y éstos están formados por un número variable de versículos (aleyas), en total, unos 6.200, de extensión muy variable. Al comienzo de todas las azoras existe una frase ritual, que se traduce tradicionalmente como "En el nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso". El texto mezcla de forma vaga pasajes de las misiones de profetas anteriores a Mahoma con prescripciones legales sobre temas concretos y con temas religiosos y otras referencias, sin seguir un desarrollo lineal. Muchas veces, la comprensión del Corán exige, por parte del lector occidental, un conocimiento previo de los textos bíblicos (ya que son frecuentes las referencias a personajes del Antiguo Testamento) que para el musulmán se da por supuesto. Es comprensible, pues, que ya existieran comentarios (tafsir) desde el siglo VIII para hacer más accesible el texto.


Imagen de El Corán
Fuente: Wikimedia Commons

La investigación arabista ha realizado importantes trabajos para establecer la cronología de las azoras vinculando su contenido con sucesos concretos de la vida del Profeta. Existe una división entre las azoras mequíes (reveladas durante la estancia de Mahoma en La Meca) y las medinenses si bien los resultados no son siempre concluyentes. En la ordenación se han producido variantes pues no existe un acuerdo entre los distintos autores. Para el musulmán, el Corán es sagrado y por ello no admite la menor modificación. Su concepción del radical carácter divino del Corán ha influido en las interpretaciones realizadas sobre el texto. La tradición insiste en que en su redacción no ha intervenido la mano del hombre. Por ello, desde un punto de vista ortodoxo la crítica textual está fuera de lugar en el caso del Corán y se rechaza buena parte de los resultados a los que ha llegado la hermenéutica occidental (ciencia encargada de interpretar el significado de los textos), que trata de fijar una periodización del texto. Sí podemos señalar la fijación del texto definitivo a través de tres fases sucesivas: en vida del Profeta, a lo largo del mandato de los tres primeros "califas ortodoxos", y la refundición final en época del omeya Abd al-Malik (685-705).



 LA TRADICIÓN MUSULMANA 

Otro de los elementos básicos de la religión musulmana es la propia figura del profeta Mahoma. Como receptor de la revelación divina, su vida y sus actos habrían estado también inspirados por Allah. Bajo esta idea subyace otra, que las palabras y las actuaciones del Profeta, por minúsculas que fueran, tuvieron una trascendental importancia y deben perdurar en el recuerdo por lo que fueron transmitidas oralmente.

Así surge, además del Corán, otra fuente del dogma musulmán distinto del texto coránico. Esta es la sunna al-nabí, que viene a significar concretamente "costumbre del Profeta". La sunna se configura a partir de la literatura de los hadits, que se refieren a los actos, dichos, y pequeñas anécdotas relativas a Mahoma. Todo ello constituye una auténtica ciencia de la tradición que actúa como complemento y aclaración del texto coránico. El número de temas sobre los que Mahoma opinó y aprobó o desaprobó es inmenso. Por ello, es comprensible que la sunna y el Corán constituyeran un modelo de conducta al que debiera de aspirar todo buen musulmán y que, por tanto, desembocaran en la formulación de una ley religiosa, la sharia.

Una partida interesante, por Frederick Arthur Bridgman (1881)
Fuente: Wikimedia Commons

La garantía que avala la veracidad de los hadits reside en el isnad, cadena de transmisión que asegura la fidelidad de la referencia o testimonio inicial. En la cadena de transmisores, la última persona que aparece es la que, aparentemente estuvo junto al profeta en ese momento y transmitió el episodio después. Esta transmisión se realiza de forma oral hasta que alguien la recoge por escrito. Varios autores se dedicaron a esta tarea de recoger todos los hadits que circulaban, ya en época relativamente temprana, durante el siglo VIII, aunque es durante los dos siguientes cuando llega definitivamente a constituirse, especialmente en el siglo X. El resultado es una serie de monumentales compilaciones con múltiples variantes, por lo que era inevitable el surgimiento de una ciencia específica destinada a averiguar cuáles eran las tradiciones proféticas fiables y la eliminación de las que no lo eran, de ahí la importancia del isnad.

Los hadits tenidos por verdaderos han pasado a constituir un corpus de tradiciones que las distintas escuelas aceptan como auténticos. La importancia del hadit reside en que se ha convertido en la principal fuente para la elaboración de la ley religiosa (sharia) y por la enorme aplicación que del género se ha hecho a través de la educación islámica, pues en consonancia con él se ha conformado el ideal del musulmán.



 LOS PILARES DEL ISLAM 

La expresión «pilares del Islam» hace referencia a los cinco preceptos o actos rituales que, junto a la profesión de fe, recogen básicamente el contenido dogmático islámico. El cumplimiento de dichos preceptos es básico y constituye el marco dentro del cual se mueve la vida de todo buen musulmán.

Como se la comentado, la base del Islam es la sahada que constituye su profesión de fe, la creencia en que «no hay más dios que Dios (Alláh) y que Mahoma es su Profeta». El testimonio sincero de esta creencia ante de dos testigos, convierte al creyente legalmente en musulmán.

La oración o salat es el segundo de estos cinco preceptos y constituye un lazo directo entre el hombre y Dios ya que no hay una autoridad jerárquica ni sacerdotes que actúen como intermediarios en el Islam. El musulmán está obligado a hacer la oración ritual cinco veces al día: al alba, al mediodía, a comienzos de la tarde, al crepúsculo, y por la noche. Previamente se debe cumplir con las abluciones y debe llevarse a cabo descalzo y sobre una alfombrilla en dirección a La Meca y la Kaaba. La oración colectiva del viernes tiene especial significado, por el carácter comunitario del Islam. Formalmente, sin embargo, no es distinta del resto salvo que cuenta con el añadido de la prédica. En ese caso y en fechas señaladas, la mezquita como lugar de oración adquiere una mayor importancia, aunque cualquier lugar de la tierra es sagrado y apto para la oración. La llamada a la misma se realiza a viva voz desde el alminar de la mezquita.


Muezzin llamando a la oración, por Jean-Léon Gerôme (1879)
Fuente: Flickr / Carlos César Álvarez/ CC-BY-NC-SA 2.0

La limosna o zakat es un precepto islámico y por tanto tiene un carácter obligatorio, aunque también se puede hacer una limosna voluntaria. Si bien idealmente constituye aproximadamente un 2,5 % de los ahorros de todo musulmán, en realidad, está planteada en términos más bien elásticos y subjetivos, directamente enlazados con la capacidad y la intención personal, pues consiste en que el rico dé al pobre, anualmente, una parte de lo que tiene. Las finalidades de la zakat son purificar el alma y ayudar a los necesitados. Los beneficiarios son aquellas personas incapaces de subsistir y demás necesitados.


El ayuno (sawm), consiste en la abstinencia de comer, beber y realizar todo acto sexual desde la salida a la puesta del sol a lo largo de los treinta días del mes de Ramadán. El ayuno modifica claramente la vida de los musulmanes durante dicho mes. Este precepto esencial tiene, sin embargo, exenciones y facilitaciones que atañen preferentemente a enfermos, ancianos, niños hasta cierta edad y viajeros; es decir es obligatorio para todo aquel que pueda realizarlo.

La peregrinación a La Meca o Hayy constituye el quinto pilar sobre el que se asienta la religión islámica. Debe realizarse durante el mes de Dú-I-Hiyya, dos meses después de Ramadán. Para los musulmanes que tienen salud y posibilidades económicas de llevarla a cabo, es obligatoria realizarla al menos una vez en la vida. Anualmente, en la ciudad santa, el peregrino participa en diversas actividades rituales en torno al santuario de la Kaaba, de profundo sentido social y comunitario. Este peregrinaje constituye un viaje espiritual donde el peregrino busca la paz interior.

Peregrino orando en La Meca durante el Hayy, por Ali Mansuri (2003)
Fuente: Wikimedia Commons / CC-BY-SA 2.5

Por último, y aunque no ocupa el estatus de pilar del Islam, el creyente está también obligado a practicar la yihad. La palabra se traduce por «esfuerzo», en el sentido del esfuerzo que debe realizar el creyente para vivir su vida en la fe musulmana, para construir una buena sociedad y para propagar el Islam. Sin embargo, el término ha sido traducido errónea y comúnmente como «Guerra Santa» ya fuera por ignorancia o malicia, y desde fuera o dentro de la propia comunidad islámica.



 LA HETERODOXIA EN EL ISLAM 

Sunna y shiia constituyen las dos principales corrientes en que se subdivide la comunidad islámica, habitualmente se considera la sunna como la ortodoxia del Islam. Hasta aquí hemos visto las características de la elaboración religiosa dentro del Islam ortodoxo o sunní, que aún hoy es mayoritario en los países musulmanes. Sin embargo, existen otras corrientes dentro del Islam que suelen recibir el calificativo de heterodoxas. La shiia o corriente shií es la más importante de ellas.

La shiia se define a sí misma como «partido», en referencia a los partidarios de Alí, primo y yerno del Profeta y cuarto califa, en el curso de las primeras luchas que desgarraron a la primitiva comunidad musulmana. Nace al negarse a admitir la legitimidad de la dinastía Omeya. Este hecho adquiere especial gravedad tras la muerte y decapitación de al-Husayn, hijo de Alí y de Fátima, la hija del Profeta. A las diferencias políticas iniciales se suman a lo largo del tiempo, diferencias religiosas.

La base de su teoría político-religiosa está en la defensa de la idea del imanato frente a la ortodoxa del Califato. Según esta doctrina, el imam es el infalible dirigente máximo de la comunidad, el cargo ha de ser desempeñado por un descendiente de Alí y de su hijo al-Husayn, designado e inspirado por Allah, sirve de guía a la comunidad.

Oración en El Cairo, por Jean-Leon Gerôme (1865)
Fuente: Wikimedia Commons

Una característica del dogma shií ha sido también la fragua de creencias de corte mesiánico que llega a ocupar un papel central en su doctrina teológica. Según estas creencias, al final de los tiempos aparecería un guía de la comunidad, de la familia del Profeta, enviado por Dios y encargado de traer la igualdad y la justicia. Esta es la figura del Mahdi, un redentor que habría de instaurar el ideal islámico.

Al igual que el resto de los musulmanes, los shiíes aceptaron el carácter sagrado del Corán aunque criticaron las recopilaciones elaboradas por doctores sunníes, a los que acusaron de eliminar deliberadamente pasajes en los que se hacía referencia a la figura de Alí, si bien la shiia nunca desarrolló un texto sagrado propio. En cambio, sí que se elaboró un sistema de tradiciones distinto del que preponderaba en el Islam sunní.

El jariyismo tiene unas connotaciones muy distintas de la shiia si bien su origen está enlazado con dicha corriente. Los jariyíes componen un grupo cismático que originariamente estaba integrado por aquellos partidarios de Alí que echaron en cara a éste el haber aceptado el arbitraje convenido tras la batalla de Siffin. Su decisión fue la de desertar de sus filas proclamando que «no había otro arbitraje que el de Dios». Como en el caso de la shiia, a las motivaciones de carácter político siguió una tendencia religiosa con señas de identidad propias.

El principal rasgo que caracterizó a los jariyíes fue su exacerbado carácter pietista pues el hombre tenía muy poco que decir ante el hecho incontestable de que Dios hubiera realizado una revelación. De ahí, la creencia de que todo juicio o arbitraje debía de corresponder a Dios. Esta idea chocaba con las pretensiones califales de imponer sus propias decisiones. Por ello, es fácil comprender por qué el mensaje jariyí encontraba su principal caldo de cultivo en medios tribales, reacios a aceptar la imposición de una autoridad central (caso de los bereberes y de las tribus mesopotámicas). Las revueltas tribales que tuvieron que hacer frente omeyas y abbasíes tuvieron en el jariyismo su soporte doctrinal.

La elaboración doctrinaria jariyí dio especial importancia al hecho de que el cargo de dirigente de la comunidad pudiera recaer en cualquier persona, sin atender a raza o a orígenes con tal de que fuera un buen cumplidor de los preceptos religiosos. En este sentido, el jariyismo insistió en el hecho de que para ser musulmán no bastaba con creer en el carácter único de Dios y en la misión profética de Mahoma sino que esta fe debía de ir acompañada de unas obras rectas.


Islam: El legado del profeta Muhammad,
subido por Abdelahceuta a https://www.youtube.com


El Califato Perfecto u Ortodoxo

Esta entrada se centra en la génesis y nacimiento del Islam. El surgimiento de esta religión, cuya vida se ha prolongado hasta nuestros días, no fue espontáneo. Fueron necesarios una serie de condicionantes y la personalidad característica del Profeta y sus sucesores para dar forma a una de las religiones mayoritarias del mundo actual. La propia dinámica histórica acaecida tras la muerte de Mahoma y que terminó de moldear estos mismos caracteres especiales es el motivo de esta entrada.


 LOS PROBLEMAS SUCESORIOS A LA MUERTE DE MAHOMA   

Mahoma murió en el año 632. A su muerte, la mayor parte de la península arábiga estaba ya bajo su control, había obtenido el poder en Medina y se había extendido a La Meca. De esta forma, construyó un estado en el Hiyaz supeditado a ambas ciudades que antes no existía y en el cual el Profeta va a detentar el poder político.

La superioridad musulmana en el mundo arábigo provoca que la mayoría de las tribus árabes quieran pactar con Mahoma, ya que el Islam es el gran poder emergente de la región, y se van a ver obligadas a someterse a su autoridad. Estas tribus tendrán que adoptar los principios de la religión islámica para poder integrarse en la umma o comunidad. Sin embargo, hay que tener en cuenta que aunque la mayoría aceptaran estos principios, lo habían hecho sólo de palabra, es decir, nominalmente o de forma tan sólo superficial. En el fondo, la palabra «Islam» aún no tenía ningún significado para ellos. Por tanto, su sometimiento era, en realidad, político y el dominio que tenía Mahoma en el año 632 era un dominio circunstancial.


La parada de los camellos, por Carles-Théodore Frère (1850 aprox.)
Fuente: Wikimedia Commons

La muerte del Profeta dejó sin resolver un grave problema: la sucesión. Establecer a quién debería corresponder su herencia religiosa y política se convirtió en una cuestión conflictiva pues no le sobrevivían hijos varones. Este tema marcó durante largo tiempo la política interna de la comunidad. Al morir Mahoma, los miembros principales de Medina intentaron solucionar el problema decidiendo la creación de una nueva figura: el califa, al que se considera sucesor de Mahoma y que va a intentar compensar las atribuciones políticas y religiosas que tenía éste al frente de la umma, con la diferencia de que el califa no era profeta. Sin embargo, a pesar de dirigir la comunidad musulmana, el poder de los primeros califas no es absoluto y aunque tomen decisiones políticas debían apoyarse en la propia comunidad. Para ello, se crea una especie de asamblea o consejo, la sura, que les asiste en esta labor. De este modo, el califa es elegido por la sura y tiene que llevar a cabo las decisiones tomadas en ella por consenso.

Durante algo más de veinticinco años, pudieron establecerse, no sin tensiones, compromisos que permitieron acceder al poder a los llamados cuatro «Califas Perfectos». Estos cuatro califas que se suceden después de Mahoma, fueron elegidos por la sura. Esto tendrá lugar entre el año 632 y el 661, y será durante este tiempo cuando tenga lugar la primera expansión del Islam fuera de la península arábiga. Sin embargo, la táctica empleada ahora no será sólo el pacto con otros pueblos (como se hizo en la mayor parte de Arabia) sino también conquistando tierras mediante la fuerza, para lo que se reclutó un ejército bien armado para tal efecto. De esta forma; Abu Bakr (632-634), Umar (634-644), Utmán (644-656) y Alí (656-661) se sucederían como los primeros califas del Islam, todos ellos conocieron y mantuvieron relación con Mahoma. En la última parte de este período, las disensiones latentes dieron lugar a una guerra abierta entre los pretendientes a la dignidad califal.


Mahoma (en el centro, con velo) y los cuatro califas perfectos, del Subhat al-Akhbar
Fuente: Wikimedia Commons

La organización de las campañas de conquista era relativamente sencilla: el califa reunía a los jefes de cada tribu, así se coordinaban éstas y se decidía a atacar las tierras, Siria al norte y Mesopotamia al este. La intención de expandir el Islam fuera de Arabia no era el objetivo principal de la conquista, es decir, la idea de expansión de los Califas Perfectos era puramente económica, ya que se estaba constituyendo el estado y se necesitaban recursos. Antes de la época de Mahoma, las tribus se veían obligadas a luchar entre sí para obtenerlos pero la llegada del Islam cambió esa dinámica y estar en paz internamente se convierte en una necesidad. Por eso, para obtener recursos, se decide atacar las zonas limítrofes con Arabia, que en aquella época pertenecían al Imperio Bizantino (Siria y Palestina) y al Imperio Persa Sasánida (Mesopotamia).

Abu Bakr fue proclamado califa casi inmediatamente después de que se conociera la noticia de la muerte de Mahoma. Sus credenciales eran impresionantes pues fue uno de los primeros mequíes en seguir la causa del Profeta, había realizado con él la Hégira, y había gozado de su entera confianza hasta el día de su muerte. Además, era su suegro, pues tras la muerte de Jadiya, Mahoma había casado en varias ocasiones, una de ellas con Aisa, su favorita e hija del primer califa. Es a partir de ese mismo año de 632, cuando se inicia la expansión del Islam fuera del mundo árabe; en el que el Islam aún constituye un elemento novedoso.

Ya bajo el mandato del nuevo califa Umar (quien también era suegro de Mahoma y se contaba entre sus primeros seguidores), se completa la conquista de la región de Siria y Palestina y, por otro lado, se va a iniciar la apertura de un segundo frente en Mesopotamia. Los triunfos fueron espectaculares y la resistencia de ambos poderes se vino abajo. El éxito fue tal que los árabes ocuparon sin apenas resistencia la capital del Imperio Persa, que era entonces Ctesifonte. Los nuevos territorios fueron incorporados a la naciente potencia árabe. Las poblaciones que habitaban estas tierras eran sobre todo cristianas, judías y zoroastras; las que posteriormente serán denominadas como «gente del Libro». En ningún caso se pidió a estas poblaciones la conversión al Islam.

Egipto fue la otra región anexionada por los árabes en aquella época. Animados por las anteriores conquistas, los árabes vencieron a las fuerzas bizantinas en Heliópolis (640) y, más tarde, en Alejandría (642). Tras la construcción de Fustat y dueños ya de Alejandría y del valle del Nilo, los árabes se convirtieron en los señores de Egipto.

Conquistas musulmanas hasta 661 d. c.

Se han intentado formular hipótesis que explicaran el por qué de una expansión tan súbita y triunfal y aunque ninguna de ella es plenamente satisfactoria. Sea como fuere, lo que está claro es que la aparición de un fuerte poder político en el Hiyaz sirvió para aunar el potencial guerrero de las tribus árabes, hasta entonces desunidas. La expansión se vio además beneficiada  de una coyuntura muy favorable propiciada por la debilidad de los imperios bizantino y sasánida.



 ORGANIZACIÓN DE LAS TIERRAS CONQUISTADAS 

Controlar y mantener la paz sobre la gran extensión de los nuevos territorios conquistados parecía una empresa harto difícil para los habitantes del desierto de Arabia, que no compartían con los habitantes de los territorios conquistados ni religión, ni lengua, ni costumbres, ni intereses. Sin embargo, los árabes hicieron gala un gran pragmatismo y sentido común en lo referente a la organización del creciente imperio.

Los califas adaptaron el siguiente criterio: la llegada del ejército islámico permitió a los musulmanes asentarse en los territorios y ciudades aprovechando el abandono de la élite local. La aristocracia y la población indígena se mantuvieron en sus tierras si decidían quedarse y aceptar a sus nuevos señores. No hubo ningún intento de proselitismo religioso y la ya mencionada «gente del Libro» (ahí al-kitab) recibía el estatus de dimmí «protegido», por el que un no musulmán tenía que ser respetado por los que sí eran musulmanes. Esto no excluía que todos los no musulmanes que vivieran en un territorio dominado por el Islam, tuvieran que pagar impuestos por el mero hecho de su religión. De esta forma, pagando esos impuestos, las costumbres de los no musulmanes debían ser respetadas.

Calle de Argelia, por Frederick Arthur Bridgeman
Fuente: Wikimedia Commons

Al éxito económico que reportaron las conquistas contribuyó la paz interna de estos recién conquistados territorios. Para el mantenimiento de dicha paz era esencial el respeto por las formas culturales, entre ellas la religiosa (como se ha comentado antes), y el alto grado de entendimiento que alcanzaron los árabes con las élites locales, a las que incluso llegaron a utilizar como intermediarios entre los campesinos y los nuevos señores, permitiendo el mantenimiento de los anteriores sistemas de recaudación de impuestos en manos de funcionarios locales (de esta forma sólo cambiaba quien percibía el montante final de los tributos).

En cuanto al sistema impositivo, se intentaron respetar las singularidades regionales por lo que se modificaron los impuestos respecto al sistema arábigo. Por ello, los tributos cambian su concepción jurídica en este momento a imagen del sistema persa que luego fue exportado:

-     Los no musulmanes estaban obligados a pagar un impuesto territorial (jaray); que gravaba las posesiones rurales y era el impuesto más importante económicamente, y otro de capitación, la yizya. Éste último era fundamental pues era el impuesto de protección, que les permitía mantener sus costumbres y su religión.
-       Los  musulmanes por su parte,  únicamente estaban obligados a pagar un diezmo (usr) de sus propiedades.

A pesar de tener este simple sistema, en la práctica se exigieron tributos de muy variada índole y todos los restantes impuestos eran considerados no canónicos. Con el paso del tiempo y debido a la propia dinámica histórica y social, estas distinciones fueron perdiendo sentido y hubo sucesivas reformas en los sistemas tributarios.

Esta situación, sin embargo, se mantendría durante el primer siglo del Islam ya que el proceso de islamización fue lento y la población de los nuevos territorios no fue mayoritariamente islámica hasta pasados tres siglos de la conquista.



 ENFRENTAMIENTO Y DIVISIÓN DEL CALIFATO 

El califa Umar murió a manos de un esclavo por lo que rápidamente se convocó a la sura para elegir a un sucesor. Ésta era una cuestión difícil por la existencia de dos candidaturas: la de Alí, primo y yerno de Mahoma, y la de Utmán, otro qurayshí que había seguido al profeta desde época temprana y que pertenecía al clan Omeya. Finalmente, los electores se decidieron por Utmán, que se proclamaría como nuevo califa, en un ambiente enrarecido por los defensores de la otra candidatura.

El mensajero, por Frederick Arthur Bridgman (1879) 

Utmán pronto se hizo acreedor de acusaciones de nepotismo al encomendar el gobierno de provincias a miembros de su clan. Por otro lado, la oposición contra el califa aumentó por parte de jefes tribales que se habían visto desfavorecidos por aquellos a quienes consideraban inferiores y que, procedentes de Arabia, habían participado en las conquistas de Mesopotamia y ahora se desplazaban a los nuevos territorios. Hay que tener en cuenta que el anterior califa estableció un registro de todos los que habían participado en las conquistas y que no todos recibían en estipendio la misma cantidad, ya que ésta se establecía en función de la antigüedad en la fecha de la conversión al Islam y en la participación en las conquistas, independientemente de su estatus y de que fueran jefes o no. Un grupo de estos descontentos marchó a Medina para plantear sus demandas ante el califa. Según la tradición musulmana, el episodio acabó con el asesinato de Utmán mientras se encontraba rezando. El suceso puso en marcha una cadena de acontecimientos que acabaron con la fractura de la comunidad islámica y cuyas repercusiones aún hoy se vislumbran.

Alí, el antiguo rival de Utmán, se encontraba en la ciudad y fue proclamado califa de inmediato. El conflicto era inevitable: el clan Omeya había sido beneficiado por el anterior califa y disfrutaban de posiciones de poder que ahora peligraban, los qurayshíes no Omeyas se aglutinaron en torno a la figura de Aisha, esposa de Mahoma, también en contra de Alí; al tiempo que los críticos hacia éste último no dudaban en hacerle blanco de acusaciones que le implicaban en el asesinato de su predecesor.

Tras su victoria en la batalla del Camello (656), todo parecía indicar que la autoridad de Alí sería finalmente reconocida. Sin embargo, Muawiya, gobernador de Siria, decidió exigir venganza por la muerte de su primo, el califa Utmán, respaldado por la fuerza de su clan y el potencial militar sirio. La lucha desembocó en la batalla de Siffin en 657, que acabó con un arbitraje inspirado por la divinidad. El arbitraje, que iba a resolverse un año después, pretendía discutir la posible implicación de Alí en el asesinato de Utmán y la posible legitimidad de las reclamaciones omeyas.

La Batalla de Siffin, por Tcherkes Aghâ Yûsuf Pâshâ (s. XVII) 
Fuente: Wikimedia Commons
Las repercusiones de la batalla de Siffin aún tienen resonancia hoy día. Los distintos grupos políticos terminaron derivar en dos tendencias religiosas que perduran hoy en día y que mantienen ritos diferentes, aunque los dos respeten el Corán y los principios del Islam:

- Los que se oponen a Alí, que con el tiempo se convertirán en la comunidad islámica sunní, son considerados como la ortodoxia dentro del Islam. Este grupo actualmente engloba al 90% de los musulmanes.
- Los partidarios de Alí, que se van a convertir en la comunidad islámica shií, constituyen un Islam heterodoxo que actualmente conforma el 9% de la población musulmana.

La aceptación del arbitraje por parte del califa implicó la desintegración de sus apoyos. Un grupo echó en cara esta actuación y le abandonó por lo que Alí se vio forzado a combatirles en la batalla de Nahrawán. Este grupo fue conocido desde entonces por el nombre de jariyíes, «los que han salido». Con el paso del tiempo, su actuación política derivó en un movimiento religioso de carácter radical. A la salida de los jariyíes se sumaron las pérdidas de otros apoyos con los que contaba el califa. En 661, éste fue asesinado por un jariyí que buscaba venganza por Nahrawán. Sin apenas resistencia, Muawiya se hizo proclamar califa siendo reconocido en todos los territorios del imperio.

Con la muerte de Alí se van a producir modificaciones importantes, como que los siguientes califas que accedan a tal dignidad ya no serán elegidos por la Sura sino que serán designados por sucesión, es decir, el cargo se convertirá en hereditario permitiendo la creación de una dinastía. Además, Muawiya decide trasladar la capital de Medina a Damasco en Siria y La Meca se convierte en la capital espiritual con lo que Medina quedará en un segundo plano. Este fue el comienzo del Califato Omeya.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Mahoma, el Mensajero de Dios

Esta entrada se centra en la génesis y nacimiento del Islam. El surgimiento de esta religión, cuya vida se ha prolongado hasta nuestros días, no fue espontáneo. Fueron necesarios una serie de condicionantes físicos, económicos, sociológicos y culturales y la personalidad característica del Profeta para dar forma a una de las religiones mayoritarias del mundo actual. Estos caracteres especiales, que fueron decisivos en la configuración de la religión islámica, son el motivo de esta entrada.
 FUENTES PARA EL ESTUDIO DE LA FIGURA DE MAHOMA  

De todas las religiones del mundo, el Islam es una de las que presenta unos perfiles históricos más claros. La predicación del fundador, Muhammad (transliterado desde hace años como Mahoma en castellano), tuvo lugar en la primera mitad del siglo VII d. c. en un territorio con unas condiciones específicas. La Arabia tribal de la época y sus circunstancias históricas determinaron de forma decisiva la actividad política del profeta. La vida de Mahoma es muy conocida gracias a la existencia de fuentes muy precisas, aunque poco numerosas. Por ello, se considera a Mahoma como uno de los fundadores de religiones con una historicidad más sólida en comparación con otros fundadores como Buda, Confucio o Cristo, cuya biografía completa es más difícil de reconstruir. Conocemos su figura esencialmente a través de tres fuentes:

1.    El Corán (Quran) es el libro sagrado que contiene la revelación que Allah hizo a Mahoma a lo largo de su vida. De hecho, los musulmanes la consideran como la revelación de Dios recitada (éste es el sentido de la palabra) por su Profeta. Su valor como fuente histórica es muy escaso, pues es un libro fundamentalmente religioso. En realidad, el libro no fue puesto por escrito, tal y como nosotros lo conocemos, hasta después de la muerte del Profeta, organizándose con un orden de capítulos (Suras) e incluso de versículos (aleyas), que no es el mismo en el que fueron enunciados por Mahoma.

2.    La biografía (Sira) de Mahoma fue compuesta a mediados del siglo VIII por Ibn Ishaq, que pretendía recoger la historia de la salvación del hombre desde la creación hasta la muerte del Profeta (632). De este escrito, redactado más de cien años después de la muerte de Mahoma, tan sólo nos ha llegado una versión redactada por Ibn Hisam, quien habría editado partes del texto original. Por esta razón, sabemos que en la transmisión de la Sira ha existido una cierta elaboración y que hay que ser cautos en su uso como fuente histórica.

Imagen de El Corán
Fuente: Wikimedia Commons

3.    La tradición (Hadit) se trata de palabras o hechos relativos al Profeta en determinadas circunstancias y que quedaron en la memoria y fueron transmitidos oralmente por sus discípulos a sus sucesores. Durante el siglo IX fueron puestos por escrito. Algunos hadits completan o interpretan las enseñanzas del Corán; otros dan cuenta de anécdotas y acontecimientos sobresalientes de la vida del Profeta para servir a modo de ejemplo. Un elemento fundamental de todo hadit es la cadena de transmisión oral (el isnad) ya que la fiabilidad de los personajes que avalan la narración es clave para su veracidad. Con miles de hadits que ofrecen información sobre el Islam y el profeta, estos se convirtieron en fuente de derecho. De hecho, dio lugar al nacimiento de una ciencia para analizar la autenticidad de los hadits ya que muchos fueron modificados y fragmentados durante los primeros siglos del Islam.

En conjunto, todas estas fuentes suponen una impresionante cantidad de datos sobre la figura de Mahoma y el comienzo del Islam, aunque éstos deban manejarse con cuidado.


 EL MERCADER 

Según la tradición musulmana, Mahoma nació en La Meca y era qurayshí (tribu que dominaba la ciudad y controlaba el santuario mequí), del clan de los Banu Hasim, un clan de poca importancia y que estaba encargado del reparto de agua entre los peregrinos que llegaban a La Meca, y de velar porque la fuente estuviera siempre en buen estado. Su familia, por tanto, había quedado relegada a un segundo plano dentro de la tribu. Es posible que Mahoma naciera entre el 569 y el 571 y tuvo que sufrir la desgracia de ser huérfano de padre (un mercader que traficaba en Siria y que había muerto poco antes de que su mujer diera a luz), y de madre siete años después.

Por esta razón, el clan se convirtió en su protector y se hizo cargo de él su tío paterno, Abu Talib. A esta época se remonta su convivencia fraterna con su primo Alí, un nombre importante para comprender sucesos futuros. Siguiendo los pasos de su padre, el joven Mahoma se dedicó al comercio caravanero, lo que le permitió realizar viajes hasta Siria. Gracias a esta circunstancia, debió de tener contactos con cristianos que le mostraron los principios de su religión.

Caravana atravesando el desierto, por Charles-Théodore Frère
Fuente: Wikimedia Commons / Ji-Elle / CC-BY-SA 3.0

Sus dotes para el comercio y su honradez le convirtieron en el hombre de confianza de una rica viuda, Jadiya, cuya fortuna se debía también a la actividad comercial y para la que empezó a trabajar a los veinticinco años y que acabó casándose con él, a pesar de llevarle muchos años. Con ella llegó a tener varios hijos, aunque la mayoría perecieron a edad temprana, de los que destaca su hija Fátima, quien tendría gran importancia en la historia futura del Islam.

La holgada posición de Jadiya, que había heredado los bienes de su marido, le permitió a Mahoma desentenderse de su labor de mercader y dedicarse con mayor plenitud a la meditación. Parece ser que fue en una cueva en el monte Hira donde, por medio del arcángel Gabriel, recibió la revelación a la edad de cuarenta años. Esta primera revelación hacía referencia a la existencia de un único Dios, un hecho realmente novedoso entre los beduinos, pues la mayoría de los árabes eran politeístas. Según el Corán, al principio empezó a tener serias dudas acerca de este hecho y creía sufrir alucinaciones o estar poseído por el demonio por lo que se negaba a oír estas voces.

Inicialmente sólo comparte sus visiones con su entorno más cercano, su mujer, su primo Alí y sus íntimos amigos. Tres años después, Mahoma considera necesario dar testimonio de las revelaciones que está recibiendo, iniciándose los conflictos y problemas que le acompañarán hasta su muerte. Al principio sus palabras sólo encontraron eco entre jóvenes desempleados y los marginados, y pocos eran los seguidores que se encontraban entre los ricos y poderosos. De hecho, entre estos últimos solamente destaca un acomodado mercader llamado Abu Bakr que tendría un importante papel en la comunidad.

Las revelaciones predicadas por Mahoma eran diametralmente opuestas a la situación imperante en La Meca y a los intereses de la clase dominante. Por ello, empezó a ser blanco de las críticas de los mequenses más influyentes. El rígido monoteísmo impuesto por Allah provocaba el temor en los qurayshíes a que cesaran las peregrinaciones. Es fácilmente entendible que el ataque a las prácticas idólatras que suponía el Islam implicaba que peligraran los beneficios que reportaba el culto a la Kaaba. Además, en el mensaje de Mahoma subyacía la crítica contra el poder político de los qurayshíes; quienes no podían aceptar que Dios hubiera buscado, para confiar su revelación, a un individuo de poca relevancia dentro de la tribu y no a un miembro de los clanes influyentes. Esta era otra de las causas de una oposición cada vez más radical por parte de los dirigentes de la ciudad.

Peregrinos yendo a La Meca, por León Belly (1861)
Fuente: Wikimedia Commons

En el 615 se inicia una persecución contra sus seguidores y la situación de Mahoma fue deteriorándose. En esta tesitura, el apoyo de su tío Abu Talib fue un refugio al que agarrarse pues le proporcionaba al Profeta la protección del clan, si bien nunca llegó a convertirse a la nueva religión. La situación empeoraría poco después a la muerte de Abu Talib, en la misma época en que pierde a su mujer Jadiya. Ahora, su propio clan dejará de prestarle apoyo y se volverá contra él. La hostilidad de los qurayshíes estalló contra quien se autoproclamaba profeta y a quien acusaban de estar poseído por espíritus malignos.


 EL APÓSTOL DE ALLAH 

Las dificultades y peligros con los que Mahoma se encuentra en La Meca hacen que considere la posibilidad de abandonarla y buscar un lugar más propicio, iniciando contactos con otro grupo de árabes que residían en Yatrib, un enclave situado en un cercano oasis. Esta ciudad rivalizaba con la Meca por adueñarse del comercio caravanero, pero en su seno existía una tensa disputa entre dos tribus rivales. Los dirigentes de Yatrib negociaron con Mahoma, que en la Meca se había proclamado enviado de Dios, con el fin de que se estableciera en la ciudad y arbitrara en sus querellas internas.

Los tratos de Mahoma con los habitantes de Yatrib tuvieron éxito y tomó la decisión política más importante de su vida emprendiendo la marcha hacia allí junto con sus seguidores. Así, en el año 622, se inicia la partida hacia Yatrib. Este hecho fundamental se denominará Hégira (emigración) y, a partir de ella, se inicia el calendario musulmán. Para regular las relaciones de los recién llegados con los antiguos moradores y que no aparecieran conflictos, se establecieron unas normas. A partir de entonces, Yatrib fue denominada Madinat al-Nabí (Medina), «la ciudad del profeta». Básicamente, los pactos establecen una nueva confederación tribal que se define a sí misma como una comunidad (umma) que acoge y da protección a todo aquel que se convierta en musulmán.

Con el apoyo de la comunidad, Mahoma inicia su ajuste de cuentas con La Meca. Sus seguidores empezaron a dedicarse al saqueo de las caravanas, continuando el tradicional pillaje de los beduinos y obteniendo así un medio con el que sustentarse. El descontento en La Meca por las pérdidas que sufrían sus caravanas era cada vez mayor, lo que originó enfrentamientos como el combate en Badr (624) donde se alcanzó una victoria total. Desde este momento, Mahoma fue gozando cada vez una mayor autoridad.

Escena de la Batalla de Badr, por Rashid al-Din
Fuente: Jami al Tawarikh de la Colección Khalili / Wikimedia Commons 

En los años que siguieron, el número de seguidores de Mahoma aumentó a la par que continuaba la lucha contra los mequíes, con resultados alternos. Muchas tribus beduinas fueron adscribiéndose a la nueva religión. La  ofensiva islámica llegó a su punto culminante cuando, en el 628, el Profeta decide dar un golpe de efecto y hacer la peregrinación a La Meca en son de paz. Los qurayshíes, para evitar el peligro que suponía la llegada de éste acompañado de sus fieles, se vieron obligados a elegir entre continuar la guerra o acordar una tregua. El éxito diplomático del llamado Pacto de Hudaybiya permitió que al año siguiente, los mequíes abandonaran La Meca durante tres días cuando Mahoma llegó con sus fieles. El éxito del Profeta fue absoluto, cada vez eran más las voces que clamaban un acuerdo permanente con Mahoma e incluso algunos clanes qurayshíes decidieron integrarse en las filas musulmanas.

En el 630, prácticamente todo el Hiyaz seguía ya a Mahoma. Era el momento definitivo, por lo que decide presentarse ante las puertas de La Meca acompañado de un ejército de 10.000 hombres. La ciudad se rindió y aceptó sus exigencias, permitiéndole la entrada. En Ramadán del año 8 (enero del 630), el Profeta hizo su entrada triunfal con gran fastuosidad en la ciudad de la que había tenido que huir pocos años antes. La Kaaba fue limpiada de todos los ídolos que en ella se guardaban quedando únicamente la Piedra Negra como objeto de culto. Las represalias fueron escasas, de hecho, los qurayshíes fueron perdonados a pesar de haber encarnado a sus enemigos e incluso pasaron a convertirse en piezas fundamentales del nuevo orden creado por Mahoma.

Los dos últimos años de su vida, Mahoma los dedica a expandir el Islam por toda la península. El momento era el apropiado: el Imperio Sasánida estaba en declive y las tribus del interior y del sur de Arabia no tardaron en enviar delegaciones al nuevo señor del Hiyaz y en realizar contribuciones y limosnas a Medina. Gracias a su actividad diplomática, Mahoma consiguió imponer su autoridad y la de su Dios en buena parte de Arabia. En 632, Mahoma, sintiéndose ya enfermo, se encaminará a La Meca por última vez, en la llamada “Peregrinación del adiós”. Allí realizó todos los ritos y toma una última serie de medidas de todo tipo, religiosas y prácticas. Finalmente, de vuelta a Medina, Mahoma cayó gravemente enfermo y murió el 8 de junio de 632.

Documental "Mahoma, el profeta del Islam"
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