Esta entrada se centra en la génesis y nacimiento del Islam. El surgimiento de esta religión, cuya vida se ha prolongado hasta nuestros días, no fue espontáneo. Fueron necesarios una serie de condicionantes y la personalidad característica del Profeta y sus sucesores para dar forma a una de las religiones mayoritarias del mundo actual. La propia dinámica histórica acaecida tras la muerte de Mahoma y que terminó de moldear estos mismos caracteres especiales es el motivo de esta entrada.
Mahoma murió en el año 632. A su muerte, la mayor parte de la península arábiga estaba ya bajo su control, había obtenido el poder en Medina y se había extendido a La Meca. De esta forma, construyó un estado en el Hiyaz supeditado a ambas ciudades que antes no existía y en el cual el Profeta va a detentar el poder político.
La superioridad musulmana en el mundo arábigo provoca que la mayoría de las tribus árabes quieran pactar con Mahoma, ya que el Islam es el gran poder emergente de la región, y se van a ver obligadas a someterse a su autoridad. Estas tribus tendrán que adoptar los principios de la religión islámica para poder integrarse en la umma o comunidad. Sin embargo, hay que tener en cuenta que aunque la mayoría aceptaran estos principios, lo habían hecho sólo de palabra, es decir, nominalmente o de forma tan sólo superficial. En el fondo, la palabra «Islam» aún no tenía ningún significado para ellos. Por tanto, su sometimiento era, en realidad, político y el dominio que tenía Mahoma en el año 632 era un dominio circunstancial.
La muerte del Profeta dejó sin resolver un grave problema: la sucesión. Establecer a quién debería corresponder su herencia religiosa y política se convirtió en una cuestión conflictiva pues no le sobrevivían hijos varones. Este tema marcó durante largo tiempo la política interna de la comunidad. Al morir Mahoma, los miembros principales de Medina intentaron solucionar el problema decidiendo la creación de una nueva figura: el califa, al que se considera sucesor de Mahoma y que va a intentar compensar las atribuciones políticas y religiosas que tenía éste al frente de la umma, con la diferencia de que el califa no era profeta. Sin embargo, a pesar de dirigir la comunidad musulmana, el poder de los primeros califas no es absoluto y aunque tomen decisiones políticas debían apoyarse en la propia comunidad. Para ello, se crea una especie de asamblea o consejo, la sura, que les asiste en esta labor. De este modo, el califa es elegido por la sura y tiene que llevar a cabo las decisiones tomadas en ella por consenso.
Durante algo más de veinticinco años, pudieron establecerse, no sin tensiones, compromisos que permitieron acceder al poder a los llamados cuatro «Califas Perfectos». Estos cuatro califas que se suceden después de Mahoma, fueron elegidos por la sura. Esto tendrá lugar entre el año 632 y el 661, y será durante este tiempo cuando tenga lugar la primera expansión del Islam fuera de la península arábiga. Sin embargo, la táctica empleada ahora no será sólo el pacto con otros pueblos (como se hizo en la mayor parte de Arabia) sino también conquistando tierras mediante la fuerza, para lo que se reclutó un ejército bien armado para tal efecto. De esta forma; Abu Bakr (632-634), Umar (634-644), Utmán (644-656) y Alí (656-661) se sucederían como los primeros califas del Islam, todos ellos conocieron y mantuvieron relación con Mahoma. En la última parte de este período, las disensiones latentes dieron lugar a una guerra abierta entre los pretendientes a la dignidad califal.
La organización de las campañas de conquista era relativamente sencilla: el califa reunía a los jefes de cada tribu, así se coordinaban éstas y se decidía a atacar las tierras, Siria al norte y Mesopotamia al este. La intención de expandir el Islam fuera de Arabia no era el objetivo principal de la conquista, es decir, la idea de expansión de los Califas Perfectos era puramente económica, ya que se estaba constituyendo el estado y se necesitaban recursos. Antes de la época de Mahoma, las tribus se veían obligadas a luchar entre sí para obtenerlos pero la llegada del Islam cambió esa dinámica y estar en paz internamente se convierte en una necesidad. Por eso, para obtener recursos, se decide atacar las zonas limítrofes con Arabia, que en aquella época pertenecían al Imperio Bizantino (Siria y Palestina) y al Imperio Persa Sasánida (Mesopotamia).
Abu Bakr fue proclamado califa casi inmediatamente después de que se conociera la noticia de la muerte de Mahoma. Sus credenciales eran impresionantes pues fue uno de los primeros mequíes en seguir la causa del Profeta, había realizado con él la Hégira, y había gozado de su entera confianza hasta el día de su muerte. Además, era su suegro, pues tras la muerte de Jadiya, Mahoma había casado en varias ocasiones, una de ellas con Aisa, su favorita e hija del primer califa. Es a partir de ese mismo año de 632, cuando se inicia la expansión del Islam fuera del mundo árabe; en el que el Islam aún constituye un elemento novedoso.
Ya bajo el mandato del nuevo califa Umar (quien también era suegro de Mahoma y se contaba entre sus primeros seguidores), se completa la conquista de la región de Siria y Palestina y, por otro lado, se va a iniciar la apertura de un segundo frente en Mesopotamia. Los triunfos fueron espectaculares y la resistencia de ambos poderes se vino abajo. El éxito fue tal que los árabes ocuparon sin apenas resistencia la capital del Imperio Persa, que era entonces Ctesifonte. Los nuevos territorios fueron incorporados a la naciente potencia árabe. Las poblaciones que habitaban estas tierras eran sobre todo cristianas, judías y zoroastras; las que posteriormente serán denominadas como «gente del Libro». En ningún caso se pidió a estas poblaciones la conversión al Islam.
Egipto fue la otra región anexionada por los árabes en aquella época. Animados por las anteriores conquistas, los árabes vencieron a las fuerzas bizantinas en Heliópolis (640) y, más tarde, en Alejandría (642). Tras la construcción de Fustat y dueños ya de Alejandría y del valle del Nilo, los árabes se convirtieron en los señores de Egipto.
Se han intentado formular hipótesis que explicaran el por qué de una expansión tan súbita y triunfal y aunque ninguna de ella es plenamente satisfactoria. Sea como fuere, lo que está claro es que la aparición de un fuerte poder político en el Hiyaz sirvió para aunar el potencial guerrero de las tribus árabes, hasta entonces desunidas. La expansión se vio además beneficiada de una coyuntura muy favorable propiciada por la debilidad de los imperios bizantino y sasánida.
Controlar y mantener la paz sobre la gran extensión de los nuevos territorios conquistados parecía una empresa harto difícil para los habitantes del desierto de Arabia, que no compartían con los habitantes de los territorios conquistados ni religión, ni lengua, ni costumbres, ni intereses. Sin embargo, los árabes hicieron gala un gran pragmatismo y sentido común en lo referente a la organización del creciente imperio.
Los califas adaptaron el siguiente criterio: la llegada del ejército islámico permitió a los musulmanes asentarse en los territorios y ciudades aprovechando el abandono de la élite local. La aristocracia y la población indígena se mantuvieron en sus tierras si decidían quedarse y aceptar a sus nuevos señores. No hubo ningún intento de proselitismo religioso y la ya mencionada «gente del Libro» (ahí al-kitab) recibía el estatus de dimmí «protegido», por el que un no musulmán tenía que ser respetado por los que sí eran musulmanes. Esto no excluía que todos los no musulmanes que vivieran en un territorio dominado por el Islam, tuvieran que pagar impuestos por el mero hecho de su religión. De esta forma, pagando esos impuestos, las costumbres de los no musulmanes debían ser respetadas.
Al éxito económico que reportaron las conquistas contribuyó la paz interna de estos recién conquistados territorios. Para el mantenimiento de dicha paz era esencial el respeto por las formas culturales, entre ellas la religiosa (como se ha comentado antes), y el alto grado de entendimiento que alcanzaron los árabes con las élites locales, a las que incluso llegaron a utilizar como intermediarios entre los campesinos y los nuevos señores, permitiendo el mantenimiento de los anteriores sistemas de recaudación de impuestos en manos de funcionarios locales (de esta forma sólo cambiaba quien percibía el montante final de los tributos).
En cuanto al sistema impositivo, se intentaron respetar las singularidades regionales por lo que se modificaron los impuestos respecto al sistema arábigo. Por ello, los tributos cambian su concepción jurídica en este momento a imagen del sistema persa que luego fue exportado:
A pesar de tener este simple sistema, en la práctica se exigieron tributos de muy variada índole y todos los restantes impuestos eran considerados no canónicos. Con el paso del tiempo y debido a la propia dinámica histórica y social, estas distinciones fueron perdiendo sentido y hubo sucesivas reformas en los sistemas tributarios.
Esta situación, sin embargo, se mantendría durante el primer siglo del Islam ya que el proceso de islamización fue lento y la población de los nuevos territorios no fue mayoritariamente islámica hasta pasados tres siglos de la conquista.
El califa Umar murió a manos de un esclavo por lo que rápidamente se convocó a la sura para elegir a un sucesor. Ésta era una cuestión difícil por la existencia de dos candidaturas: la de Alí, primo y yerno de Mahoma, y la de Utmán, otro qurayshí que había seguido al profeta desde época temprana y que pertenecía al clan Omeya. Finalmente, los electores se decidieron por Utmán, que se proclamaría como nuevo califa, en un ambiente enrarecido por los defensores de la otra candidatura.
Utmán pronto se hizo acreedor de acusaciones de nepotismo al encomendar el gobierno de provincias a miembros de su clan. Por otro lado, la oposición contra el califa aumentó por parte de jefes tribales que se habían visto desfavorecidos por aquellos a quienes consideraban inferiores y que, procedentes de Arabia, habían participado en las conquistas de Mesopotamia y ahora se desplazaban a los nuevos territorios. Hay que tener en cuenta que el anterior califa estableció un registro de todos los que habían participado en las conquistas y que no todos recibían en estipendio la misma cantidad, ya que ésta se establecía en función de la antigüedad en la fecha de la conversión al Islam y en la participación en las conquistas, independientemente de su estatus y de que fueran jefes o no. Un grupo de estos descontentos marchó a Medina para plantear sus demandas ante el califa. Según la tradición musulmana, el episodio acabó con el asesinato de Utmán mientras se encontraba rezando. El suceso puso en marcha una cadena de acontecimientos que acabaron con la fractura de la comunidad islámica y cuyas repercusiones aún hoy se vislumbran.
Alí, el antiguo rival de Utmán, se encontraba en la ciudad y fue proclamado califa de inmediato. El conflicto era inevitable: el clan Omeya había sido beneficiado por el anterior califa y disfrutaban de posiciones de poder que ahora peligraban, los qurayshíes no Omeyas se aglutinaron en torno a la figura de Aisha, esposa de Mahoma, también en contra de Alí; al tiempo que los críticos hacia éste último no dudaban en hacerle blanco de acusaciones que le implicaban en el asesinato de su predecesor.
Tras su victoria en la batalla del Camello (656), todo parecía indicar que la autoridad de Alí sería finalmente reconocida. Sin embargo, Muawiya, gobernador de Siria, decidió exigir venganza por la muerte de su primo, el califa Utmán, respaldado por la fuerza de su clan y el potencial militar sirio. La lucha desembocó en la batalla de Siffin en 657, que acabó con un arbitraje inspirado por la divinidad. El arbitraje, que iba a resolverse un año después, pretendía discutir la posible implicación de Alí en el asesinato de Utmán y la posible legitimidad de las reclamaciones omeyas.
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LOS PROBLEMAS SUCESORIOS A LA MUERTE DE MAHOMA
Mahoma murió en el año 632. A su muerte, la mayor parte de la península arábiga estaba ya bajo su control, había obtenido el poder en Medina y se había extendido a La Meca. De esta forma, construyó un estado en el Hiyaz supeditado a ambas ciudades que antes no existía y en el cual el Profeta va a detentar el poder político.
La superioridad musulmana en el mundo arábigo provoca que la mayoría de las tribus árabes quieran pactar con Mahoma, ya que el Islam es el gran poder emergente de la región, y se van a ver obligadas a someterse a su autoridad. Estas tribus tendrán que adoptar los principios de la religión islámica para poder integrarse en la umma o comunidad. Sin embargo, hay que tener en cuenta que aunque la mayoría aceptaran estos principios, lo habían hecho sólo de palabra, es decir, nominalmente o de forma tan sólo superficial. En el fondo, la palabra «Islam» aún no tenía ningún significado para ellos. Por tanto, su sometimiento era, en realidad, político y el dominio que tenía Mahoma en el año 632 era un dominio circunstancial.
La parada de los camellos, por Carles-Théodore Frère (1850 aprox.) Fuente: Wikimedia Commons |
La muerte del Profeta dejó sin resolver un grave problema: la sucesión. Establecer a quién debería corresponder su herencia religiosa y política se convirtió en una cuestión conflictiva pues no le sobrevivían hijos varones. Este tema marcó durante largo tiempo la política interna de la comunidad. Al morir Mahoma, los miembros principales de Medina intentaron solucionar el problema decidiendo la creación de una nueva figura: el califa, al que se considera sucesor de Mahoma y que va a intentar compensar las atribuciones políticas y religiosas que tenía éste al frente de la umma, con la diferencia de que el califa no era profeta. Sin embargo, a pesar de dirigir la comunidad musulmana, el poder de los primeros califas no es absoluto y aunque tomen decisiones políticas debían apoyarse en la propia comunidad. Para ello, se crea una especie de asamblea o consejo, la sura, que les asiste en esta labor. De este modo, el califa es elegido por la sura y tiene que llevar a cabo las decisiones tomadas en ella por consenso.
Durante algo más de veinticinco años, pudieron establecerse, no sin tensiones, compromisos que permitieron acceder al poder a los llamados cuatro «Califas Perfectos». Estos cuatro califas que se suceden después de Mahoma, fueron elegidos por la sura. Esto tendrá lugar entre el año 632 y el 661, y será durante este tiempo cuando tenga lugar la primera expansión del Islam fuera de la península arábiga. Sin embargo, la táctica empleada ahora no será sólo el pacto con otros pueblos (como se hizo en la mayor parte de Arabia) sino también conquistando tierras mediante la fuerza, para lo que se reclutó un ejército bien armado para tal efecto. De esta forma; Abu Bakr (632-634), Umar (634-644), Utmán (644-656) y Alí (656-661) se sucederían como los primeros califas del Islam, todos ellos conocieron y mantuvieron relación con Mahoma. En la última parte de este período, las disensiones latentes dieron lugar a una guerra abierta entre los pretendientes a la dignidad califal.
Mahoma (en el centro, con velo) y los cuatro califas perfectos, del Subhat al-Akhbar Fuente: Wikimedia Commons |
La organización de las campañas de conquista era relativamente sencilla: el califa reunía a los jefes de cada tribu, así se coordinaban éstas y se decidía a atacar las tierras, Siria al norte y Mesopotamia al este. La intención de expandir el Islam fuera de Arabia no era el objetivo principal de la conquista, es decir, la idea de expansión de los Califas Perfectos era puramente económica, ya que se estaba constituyendo el estado y se necesitaban recursos. Antes de la época de Mahoma, las tribus se veían obligadas a luchar entre sí para obtenerlos pero la llegada del Islam cambió esa dinámica y estar en paz internamente se convierte en una necesidad. Por eso, para obtener recursos, se decide atacar las zonas limítrofes con Arabia, que en aquella época pertenecían al Imperio Bizantino (Siria y Palestina) y al Imperio Persa Sasánida (Mesopotamia).
Abu Bakr fue proclamado califa casi inmediatamente después de que se conociera la noticia de la muerte de Mahoma. Sus credenciales eran impresionantes pues fue uno de los primeros mequíes en seguir la causa del Profeta, había realizado con él la Hégira, y había gozado de su entera confianza hasta el día de su muerte. Además, era su suegro, pues tras la muerte de Jadiya, Mahoma había casado en varias ocasiones, una de ellas con Aisa, su favorita e hija del primer califa. Es a partir de ese mismo año de 632, cuando se inicia la expansión del Islam fuera del mundo árabe; en el que el Islam aún constituye un elemento novedoso.
Ya bajo el mandato del nuevo califa Umar (quien también era suegro de Mahoma y se contaba entre sus primeros seguidores), se completa la conquista de la región de Siria y Palestina y, por otro lado, se va a iniciar la apertura de un segundo frente en Mesopotamia. Los triunfos fueron espectaculares y la resistencia de ambos poderes se vino abajo. El éxito fue tal que los árabes ocuparon sin apenas resistencia la capital del Imperio Persa, que era entonces Ctesifonte. Los nuevos territorios fueron incorporados a la naciente potencia árabe. Las poblaciones que habitaban estas tierras eran sobre todo cristianas, judías y zoroastras; las que posteriormente serán denominadas como «gente del Libro». En ningún caso se pidió a estas poblaciones la conversión al Islam.
Egipto fue la otra región anexionada por los árabes en aquella época. Animados por las anteriores conquistas, los árabes vencieron a las fuerzas bizantinas en Heliópolis (640) y, más tarde, en Alejandría (642). Tras la construcción de Fustat y dueños ya de Alejandría y del valle del Nilo, los árabes se convirtieron en los señores de Egipto.
Conquistas musulmanas hasta 661 d. c. |
Se han intentado formular hipótesis que explicaran el por qué de una expansión tan súbita y triunfal y aunque ninguna de ella es plenamente satisfactoria. Sea como fuere, lo que está claro es que la aparición de un fuerte poder político en el Hiyaz sirvió para aunar el potencial guerrero de las tribus árabes, hasta entonces desunidas. La expansión se vio además beneficiada de una coyuntura muy favorable propiciada por la debilidad de los imperios bizantino y sasánida.
ORGANIZACIÓN DE LAS TIERRAS CONQUISTADAS
Controlar y mantener la paz sobre la gran extensión de los nuevos territorios conquistados parecía una empresa harto difícil para los habitantes del desierto de Arabia, que no compartían con los habitantes de los territorios conquistados ni religión, ni lengua, ni costumbres, ni intereses. Sin embargo, los árabes hicieron gala un gran pragmatismo y sentido común en lo referente a la organización del creciente imperio.
Los califas adaptaron el siguiente criterio: la llegada del ejército islámico permitió a los musulmanes asentarse en los territorios y ciudades aprovechando el abandono de la élite local. La aristocracia y la población indígena se mantuvieron en sus tierras si decidían quedarse y aceptar a sus nuevos señores. No hubo ningún intento de proselitismo religioso y la ya mencionada «gente del Libro» (ahí al-kitab) recibía el estatus de dimmí «protegido», por el que un no musulmán tenía que ser respetado por los que sí eran musulmanes. Esto no excluía que todos los no musulmanes que vivieran en un territorio dominado por el Islam, tuvieran que pagar impuestos por el mero hecho de su religión. De esta forma, pagando esos impuestos, las costumbres de los no musulmanes debían ser respetadas.
Calle de Argelia, por Frederick Arthur Bridgeman Fuente: Wikimedia Commons |
Al éxito económico que reportaron las conquistas contribuyó la paz interna de estos recién conquistados territorios. Para el mantenimiento de dicha paz era esencial el respeto por las formas culturales, entre ellas la religiosa (como se ha comentado antes), y el alto grado de entendimiento que alcanzaron los árabes con las élites locales, a las que incluso llegaron a utilizar como intermediarios entre los campesinos y los nuevos señores, permitiendo el mantenimiento de los anteriores sistemas de recaudación de impuestos en manos de funcionarios locales (de esta forma sólo cambiaba quien percibía el montante final de los tributos).
En cuanto al sistema impositivo, se intentaron respetar las singularidades regionales por lo que se modificaron los impuestos respecto al sistema arábigo. Por ello, los tributos cambian su concepción jurídica en este momento a imagen del sistema persa que luego fue exportado:
- Los no musulmanes estaban obligados a pagar un impuesto
territorial (jaray); que gravaba las
posesiones rurales y era el impuesto más importante económicamente, y otro de
capitación, la yizya. Éste último era
fundamental pues era el impuesto de protección, que les permitía mantener sus
costumbres y su religión.
- Los musulmanes por su
parte, únicamente estaban obligados a
pagar un diezmo (usr) de sus propiedades.
A pesar de tener este simple sistema, en la práctica se exigieron tributos de muy variada índole y todos los restantes impuestos eran considerados no canónicos. Con el paso del tiempo y debido a la propia dinámica histórica y social, estas distinciones fueron perdiendo sentido y hubo sucesivas reformas en los sistemas tributarios.
Esta situación, sin embargo, se mantendría durante el primer siglo del Islam ya que el proceso de islamización fue lento y la población de los nuevos territorios no fue mayoritariamente islámica hasta pasados tres siglos de la conquista.
ENFRENTAMIENTO Y DIVISIÓN DEL CALIFATO
El califa Umar murió a manos de un esclavo por lo que rápidamente se convocó a la sura para elegir a un sucesor. Ésta era una cuestión difícil por la existencia de dos candidaturas: la de Alí, primo y yerno de Mahoma, y la de Utmán, otro qurayshí que había seguido al profeta desde época temprana y que pertenecía al clan Omeya. Finalmente, los electores se decidieron por Utmán, que se proclamaría como nuevo califa, en un ambiente enrarecido por los defensores de la otra candidatura.
El mensajero, por Frederick Arthur Bridgman (1879) |
Utmán pronto se hizo acreedor de acusaciones de nepotismo al encomendar el gobierno de provincias a miembros de su clan. Por otro lado, la oposición contra el califa aumentó por parte de jefes tribales que se habían visto desfavorecidos por aquellos a quienes consideraban inferiores y que, procedentes de Arabia, habían participado en las conquistas de Mesopotamia y ahora se desplazaban a los nuevos territorios. Hay que tener en cuenta que el anterior califa estableció un registro de todos los que habían participado en las conquistas y que no todos recibían en estipendio la misma cantidad, ya que ésta se establecía en función de la antigüedad en la fecha de la conversión al Islam y en la participación en las conquistas, independientemente de su estatus y de que fueran jefes o no. Un grupo de estos descontentos marchó a Medina para plantear sus demandas ante el califa. Según la tradición musulmana, el episodio acabó con el asesinato de Utmán mientras se encontraba rezando. El suceso puso en marcha una cadena de acontecimientos que acabaron con la fractura de la comunidad islámica y cuyas repercusiones aún hoy se vislumbran.
Alí, el antiguo rival de Utmán, se encontraba en la ciudad y fue proclamado califa de inmediato. El conflicto era inevitable: el clan Omeya había sido beneficiado por el anterior califa y disfrutaban de posiciones de poder que ahora peligraban, los qurayshíes no Omeyas se aglutinaron en torno a la figura de Aisha, esposa de Mahoma, también en contra de Alí; al tiempo que los críticos hacia éste último no dudaban en hacerle blanco de acusaciones que le implicaban en el asesinato de su predecesor.
Tras su victoria en la batalla del Camello (656), todo parecía indicar que la autoridad de Alí sería finalmente reconocida. Sin embargo, Muawiya, gobernador de Siria, decidió exigir venganza por la muerte de su primo, el califa Utmán, respaldado por la fuerza de su clan y el potencial militar sirio. La lucha desembocó en la batalla de Siffin en 657, que acabó con un arbitraje inspirado por la divinidad. El arbitraje, que iba a resolverse un año después, pretendía discutir la posible implicación de Alí en el asesinato de Utmán y la posible legitimidad de las reclamaciones omeyas.
La Batalla de Siffin, por Tcherkes Aghâ Yûsuf Pâshâ (s. XVII) Fuente: Wikimedia Commons |
Las repercusiones de la batalla de Siffin aún tienen resonancia
hoy día. Los distintos grupos políticos terminaron derivar en dos tendencias
religiosas que perduran hoy en día y que mantienen ritos diferentes, aunque los
dos respeten el Corán y los principios del Islam:
- Los que se oponen a Alí,
que con el tiempo se convertirán en la comunidad islámica sunní, son considerados como la ortodoxia dentro del Islam. Este
grupo actualmente engloba al 90% de los musulmanes.
- Los partidarios de Alí,
que se van a convertir en la comunidad islámica shií, constituyen un Islam heterodoxo que actualmente conforma el
9% de la población musulmana.
La aceptación del arbitraje por parte del califa implicó la
desintegración de sus apoyos. Un grupo echó en cara esta actuación y le
abandonó por lo que Alí se vio forzado a combatirles en la batalla de Nahrawán.
Este grupo fue conocido desde entonces por el nombre de jariyíes, «los que han salido». Con el paso del tiempo, su
actuación política derivó en un movimiento religioso de carácter radical. A la
salida de los jariyíes se sumaron las
pérdidas de otros apoyos con los que contaba el califa. En 661, éste fue
asesinado por un jariyí que buscaba
venganza por Nahrawán. Sin apenas resistencia, Muawiya se hizo proclamar califa
siendo reconocido en todos los territorios del imperio.
Con la muerte de Alí se van a producir modificaciones
importantes, como que los siguientes califas que accedan a tal dignidad ya no
serán elegidos por la Sura sino que serán designados por sucesión, es decir, el cargo se convertirá en hereditario
permitiendo la creación de una dinastía. Además, Muawiya
decide trasladar la capital de Medina a Damasco en Siria y La Meca se convierte
en la capital espiritual con lo que Medina quedará en un segundo plano. Este
fue el comienzo del Califato Omeya.