miércoles, 4 de septiembre de 2013

La Revolución Francesa: El dominio y ocaso de Napoleón

Uno de los cambios más profundos del modo de vida de la humanidad es el que se inició en Europa bajo el impacto de la Revolución Francesa. Dicho impacto se traduce en una Europa que pasa de tener una sociedad anclada en características y valores casi medievales (Antiguo Régimen) a otra más moderna (Nuevo Régimen) que constituye el germen de la sociedad actual. Curiosamente, una de las últimas consecuencias de este proceso es el surgimiento del personaje de Napoleón quien se abriga bajo el amparo de la manta del Nuevo Régimen para revestirse de características absolutistas propias del Antiguo que cristalizarán en su coronación como emperador. Su obra tendrá una enorme influencia en la Europa del siglo XIX.

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- La Revolución Francesa: La radicalización y la llegada de Bonaparte.
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 EL DOMINIO MILITAR NAPOLEÓNICO 

El genio militar de Napoleón no tenía paragón en la Europa de fines del siglo XVIII y principios del XIX, cuando obtuvo la victoria sobre la Segunda Coalición, al derrotar a Austria y hacer la paz con Inglaterra. En marzo de 1802, Francia y el Reino Unido acordaron poner fin a las hostilidades con la Paz de Amiens, gracias a la cual toda Europa parecía estar en paz por primera vez en diez años. Sin embargo, esta paz no era más que una vana ilusión y ambos bandos parecían tener claro que no iba a ser más que una tregua en medio del amplio derrotero bélico que enfrentaba a ambas potencias. Cuando en 1803, empezó de nuevo el conflicto entre Francia e Inglaterra, y a ello se sumó la reacción realista, se planteó la necesidad de reforzar el poder ejecutivo. La consecuencia de esto hubiera sido impensable algunos años antes: Napoleón fue coronado emperador.

Napoleón en su trono imperial, de Jean Ausguste Dominique Ingres (1806)
Fuente: Wikimedia Commons

En mayo de 1803, el Reino Unido le declaró la guerra a Francia y en diciembre de 1804 un acuerdo anglo-sueco llevó a la creación de la Tercera Coalición. En abril de 1805, Gran Bretaña y Rusia firmaron una alianza. Habiendo sido derrotados dos veces en tiempos recientes por Francia, Austria se unió a la coalición unos meses después. La semilla para una gran guerra que recorriera el continente estaba germinando.

En diciembre de ese mismo año, Francia y Austria se enfrentaban en Austerlitz, en las cercanías de Viena. Austerlitz supuso una victoria en toda regla: Napoleón se arriesgó allí como nunca, y su ambición se vio recompensada. Al día siguiente de la batalla, el emperador de Austria en persona acudía a proponer un armisticio y negociar la paz.

Sometida Austria, aún quedaban en pie sus aliadas Prusia y Rusia, derrotadas en las batallas de Jena y Friedland, respectivamente. Esta última, permitió el Tratado de Tilsit entre Napoleón y el zar Alejandro I, donde además de un reparto de territorios centroeuropeos se estableció una alianza franco-rusa con el objetivo de bloquear económicamente a Inglaterra, la única nación que aún se resistía a hacer la paz.

Este bloqueo constituía un cambio de planes con respecto a una posible invasión que se estaba preparando. En esta decisión, pudo influir la noticia del desastre de la batalla de Trafalgar, donde el almirante Nelson obtuvo una aplastante victoria sobre las flotas francesa y española, que el emperador recibió en el mismo campo de batalla de Austerlitz. Si bien la invasión no parecía posible sin una flota potente y de garantías, aún podía estrangular la economía inglesa imposibilitando su comercio gracias al cierre de todos los puertos europeos. El plan era viable debido al control que ejercía sobre la práctica totalidad de los territorios europeos. Sólo Portugal escapaba a su control. Para interrumpir el comercio inglés por dicha vía, Napoleón preparó la invasión de Portugal.


La Europa de Napoleón en 1812

La vía de contacto más segura con Portugal era a través de España, un aliado que podía resultar muy útil en estas circunstancias. A pesar de ello, el esperpento propiciado por el episodio de las abdicaciones de Bayona mostró que los ocupantes del trono español eran tan débiles e indignos que no merecían ni siquiera la posición de aliados, por lo que se tomó la decisión de nombrar como nuevo rey de España a José I Bonaparte, hermano mayor de Napoleón. Sin embargo, el pueblo, incapaz de reconocer las deficiencias de sus anteriores gobernantes, luchó tenazmente por los que consideraban sus señores legítimos, por indignos que fueran. Esta circunstancia fue aprovechada por el ejército inglés para ofrecer ayuda a quienes se oponían al régimen bonapartista. De este modo, lo que parecía una ocupación relativamente sencilla para el emperador, en pleno apogeo de su poder, se convirtió en una auténtica pesadilla: sorprendentemente las campañas en la península ibérica fueron desastrosas para Bonaparte y no sólo perdió ejércitos sino también prestigio.


La carga de los mamelucos o El dos de mayo, de Francisco de Goya (1814)
Fuente: Wikimedia Commons / The Yorck Project / GNU FDL 

Mientras en España las campañas contra los opositores al poder central no terminaban, los lazos atados en Centroeuropa comenzaban a desatarse lentamente. Una rápida campaña (Wagram) volvió a someter a Austria, que nuevamente se había rebelado, y aunque el emperador austriaco consintió en casar a Napoleón con una de sus hijas, María Luisa de Habsburgo-Lorena, parecía flotar en el aire la idea de que el conflicto austriaco estaba lejos de solucionarse por fin.


 LA CAÍDA DE NAPOLEÓN 

Si bien la celebración del Congreso de Erfurt (1808) suponía la reafirmación de la alianza entre los aliados bonapartistas, tres años más tarde el ambiente internacional de los aliados era distinto. A la campaña austriaca y a la inacabable guerra en España había que añadir el distanciamiento de quienes se abrazaron en Tilsit.

El zar se estaba distanciando de Napoleón, quien parecía mostrar cierta simpatía hacia los partidarios de la independencia de Polonia, y la presión que Alejandro I sufría por quienes consideraban que era el momento de recuperar estos territorios se manifestó en el movimiento de tropas en la frontera ruso-polaca. Parecía el paso previo a una invasión y Napoleón decidió adelantarse.

Efectivamente, en 1812 Napoleón ya estaba en guerra con Rusia. Con un ejército en el que había acumulado a las tropas que no habían sido desplazadas a España, iba a lanzarse hacia el corazón de las estepas. Los rusos retrocedían vencidos a cada empuje francés y la desierta ciudad de Moscú no tardó en arder. La táctica rusa de la tierra quemada permitía el retroceso de la práctica totalidad de los ejércitos rusos mientras que, a su vez, obligaba al francés a malvivir sin poder abastecerse pues éste se aprovisionaba de requisas sobre el terreno. Entonces llegó el invierno. El ejército francés ante las duras condiciones invernales y ante un ejército ruso prácticamente intacto se ve obligado a plantearse la retirada.

Napoleón retirándose de Moscú, de Adolph Northen
Fuente: Wikimedia Commons

La retirada de las desoladas tierras rusas le costó cara a la Grande Armée. Murieron cientos de miles de soldados y el fracaso en Rusia y España se tradujo en un desprestigio tal, que Bonaparte se encontró a toda Europa unida contra él. Se amplió la Coalición contra Francia y a Inglaterra, Rusia, Prusia, España y Portugal pronto se unieron Austria y Suecia. A pesar de sufrir los aliados algunas derrotas ante el genio militar de Napoleón, éste no pudo vencer en la decisiva batalla de Leipzig en octubre de 1813.

Ante la superioridad numérica del enemigo y viendo a Francia invadida por primera vez desde 1795, Napoleón consintió en abdicar.


 EL IMPERIO DE LOS CIEN DÍAS 

El 11 de abril de 1814 se establecía el Tratado de Fontainebleau, por el que el emperador renunciaba a la soberanía de Francia y consentía en exiliarse y ser nombrado rey de la isla de Elba, una pequeña isla frente a la Toscana manteniendo su título de emperador.

Abicación de Napoleón en Fontainebleau, de Paul Delaroche (1845)
Fuente: Wikimedia Commons

Allí vivió diez meses en soledad, muerta Josefina y abandonado por su mujer, María Luisa, quien se llevó a su hijo (ambos bajo la custodia del emperador austríaco) y a los que no volvió a ver nunca. Mientras, en Europa, el Congreso de Viena intentaba reordenar el mapa europeo bajo las directrices del absolutismo y en Francia la corona era ofrecida a Luis XVIII.

Consciente de las maniobras políticas inglesas, que amenazaban con un destierro mucho más ingrato, y del rechazo del pueblo francés a la Restauración borbónica ofrecida en el Congreso de Viena, Napoleón opta por escaparse de la isla de Elba en el bergantín Inconstant, el 26 de febrero de 1815. Estaba dispuesto a recuperar Francia y aclamado por el pueblo y apoyado por los soldados y veteranos reconstruyó un ejército casi de inmediato. Esto le permitió tomar París sin disparar una sola bala.

El enfrentamiento contra los aliados no se hizo esperar. En la campaña de Bélgica se podía apreciar que sus fuerzas no eran suficientes para vencer. La derrota en la batalla de Waterloo, en junio de 1815, resultó decisiva. Napoleón se vio obligado a capitular y abdicar.

Bonaparte fue encarcelado y desterrado a la isla de Santa Elena, en el océano Atlántico, con la esperanza de no volver a oír de él. Murió en mayo de 1821 a la edad de 51 años.

Napoleón en Santa Elena, de François-Joseph Sandmann
Fuente: Wikimedia Commons

Pero la obra de Napoleón se va a prolongar más allá de la vida de éste. En primer lugar, la administración del país siguió en gran parte su legado (más allá de las consideraciones políticas) y la división territorial de Francia en departamentos aportó a la nación una gran estabilidad. Por su parte, el Código Napoleónico constituye una prueba de su gran labor de legislador y servirá de pauta a todos los códigos civiles redactados en la Europa del siglo XIX. A pesar de su posición política (especialmente tras coronarse emperador), contribuyó a la difusión de las ideas liberales de la Revolución Francesa por todo el continente. Además, sus acciones tendrán como efecto un movimiento contrario por parte de la Europa de los Congresos, que dominará la primera parte del siglo XIX y que intentará restablecer el Antiguo Régimen. Por último, los movimientos de fronteras que provocarían sus acciones militares tendrán una honda trascendencia en la Europa del siglo XIX, de la que es heredera la actual.


Esquema-resumen de la etapa napoleónica


Imperios - Napoleón (4/4) - El fin,
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