En los artículos referentes a este epígrafe se intentará realizar un análisis dirigido al surgimiento y evolución de los partidos políticos en España hasta la configuración actual de los mismos. En este artículo veremos cómo la Guerra Civil con la que se cierra el período anterior da lugar a un nuevo marco acotado por los límites impuestos por Franco. El general establecerá una dictadura de carácter personal próxima a los regímenes fascistas en boga en la Europa del momento, en las proximidades de la Segunda Guerra Mundial. La esfera política se caracteriza por la inexistencia de pluralismo aunque no por ello está exenta de grupos con una evidente carga política.
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FRANCO Y LA CONCENTRACIÓN DEL PODER
El 1 de abril de 1939 el último parte de
guerra de las tropas sublevadas tres años antes clausuraba las operaciones
militares certificando la derrota del ejército republicano. Se abría así una
larga etapa de la historia reciente de España que se prolongaría hasta la
muerte del general Franco en 1975. Un régimen político
asociado a la figura del dictador que se desarticuló, en
términos políticos e institucionales, poco tiempo después de su muerte, pero
que se había mantenido casi cuatro décadas en el poder.
Los orígenes de este régimen, construido
sobre las ascuas de la guerra civil, no se remiten a la
finalización de las operaciones militares, sino que tienen sus fundamentos en
el mismo año del comienzo del conflicto y su articulación fue dibujada
paralelamente y en conexión con la propia guerra. Las piezas maestras de la
edificación del Estado y del funcionamiento del régimen político, en términos
de dictadura personal, se habían ido levantando desde 1936, por lo que cuando
se divulgó el último parte de guerra no quedaba nada sujeto a improvisaciones
siguiendo la inercia inaugurada con la guerra.
A lo largo de ésta, el poder personal del
general Franco se fue consolidando paulatinamente. Una concentración
del poder, que había comenzado con el decreto firmado en Burgos el 29 de
septiembre de 1936 por el que la Junta de Defensa Nacional nombraba
a Francisco Franco Bahamonde «Generalísimo de los Ejércitos» y «Jefe del
Gobierno del Estado español». El 30 de enero de 1938, la ley de administración
central del Estado establecía, en su artículo 17, que correspondía al jefe del
Estado «la suprema potestad de dictar normas jurídicas de carácter general». En
la inmediata posguerra, la ley de reorganización de la administración central
del Estado de 8 de agosto de 1939, matizaba que la potestad de dictar las
normas jurídicas no tenía por qué ir precedida de la deliberación del Consejo
de Ministros, cuando lo aconsejaran razones de urgencia.
Franco dando un discurso en Eibar, por Indalecio Ojanguren (1949) Fuente: GipuzkoaKultura / CC-BY-SA 3.0 |
La cronología es, en este aspecto,
elocuente. Pero no lo es tanto la definición de los contenidos del régimen, ni
las razones de su dilatada permanencia, sobre todo cuando se huye de
simplificaciones. Existe un debate abierto sobre la naturaleza política de
la dictadura de Franco que va más allá de un complicado juego de términos:
¿fascismo? ¿dictadura militar?, ¿nacionalismo autoritario?, ¿dictadura no
totalitaria?, ¿solución bonapartista?, para acabar siendo definido a través de
la especificidad del modelo: «franquismo», que recogería diversos
ingredientes de las fórmulas expresadas y atravesándolas en distintos tiempos,
para desembocar en la singularidad de un régimen con extraordinaria capacidad
de adaptación a las circunstancias y con el sello invariable de la figura del
dictador.
Otros dictadores contemporáneos
representaban la expresión de un modelo político -nazismo, fascismo, dictaduras
militares- con unas pautas marcadas que los hacían definibles más allá de la
figura, eso sí importante, de los propios dictadores. Pero el caso del
«franquismo» es difícilmente homologable -aunque tuviera rasgos comunes con
otros modelos de dictadura-, sobre todo a través de los tiempos en que se
mantuvo, y, en su conjunto, supuso una experiencia histórica sin parangón, e
imposible sin la figura misma de Franco. Mientras el fascismo italiano o el
nazismo alemán, e incluso las dictaduras militares en sentido estricto,
tuvieron un concepto preconcebido de Estado basado en formulaciones ideológicas
con señas de identidad propias, el franquismo aglutinó en sus orígenes a un
heterogéneo combinado defensivo anudado por su negación al reformismo
republicano: falangistas, católicos, tradicionalistas, conservadores,
etcétera, que compartían la idea del poder personal del dictador pero mantenían
posiciones políticas dispares aglutinadas solamente por su oposición a la
democracia republicana.
Heinrich Himmler junto a Francisco Franco (1940) Fuente: Bundesarchiv, Bild 183-L15327 / CC-BY-SA |
En esta ambientación, una vez resueltos
los problemas del liderazgo militar, personajes como el germanófilo Serrano
Suñer elaboraron un cuerpo doctrinal mínimo, justificativo
del poder unipersonal de Franco, a base de presupuestos falangistas, del
conservadurismo antiparlamentario y del catolicismo tradicional. Con esta
orientación, los militares sublevados, con su cúspide en Franco, habían ido
soldando las piezas para construir durante tres años de guerra el primer
basamento del Estado coincidente con otros regímenes contemporáneos en su
carácter totalitario. Los propios discursos oficiales de la época se refieren
con prolijidad al término «Estado totalitario», que lo asociaba con otras
experiencias del momento con las que el régimen se consideraba próximo, al
menos vocacionalmente.
Mientras el conjunto de la legislación
republicana era desarticulada en todos los terrenos, la configuración del nuevo
Estado fue adquiriendo un ropaje corporativista al abrigo de
otros Estados totalitarios europeos y del inicial empuje que éstos
protagonizaron con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial en 1939, hasta que
en 1943 empiece a adaptarse a otras realidades marcadas por el trasunto del
conflicto mundial. Entre 1945 y 1951 esa adaptación a las nuevas situaciones
provocadas por el contexto exterior no alteraron el poder de
Franco, que reorientó el rumbo del régimen sin alterar sus fundamentos. Así, el
periodo 1945-1951 puede entenderse como la época en la que el régimen cambio su
corteza política y sus matices proclives a las potencias del Eje, comprendiendo
lo que suponía la derrota de éstas, pero sin transformar el núcleo del propio
régimen. Las formas fascistas se abandonaron desde 1945 porque convenía a la
reproducción del sistema, con una querencia mayor para dotarse de barnices
aportados por los católicos, mientras la autarquía económica pasaría
a mejor vida cuando las condiciones de la política internacional permitieron su
sustitución.
LA CAPACIDAD DE ADPTACIÓN A LOS TIEMPOS
Esta camaleónica capacidad de
adaptación a los tiempos hizo que el régimen, sobre todo en los años
40, evolucionara más al calor de las variables exteriores que en función de los
acontecimientos internos. La evolución institucional del régimen desde 1939
formó parte de la lógica inaugurada ya en 1936, con su origen en una
sublevación militar contra la República, momento en que no estaba
prefigurada una idea de Estado, sino de planteamientos negativos vertebrados en
el derrocamiento del gobierno del Frente Popular (era
anticomunista, antiparlamentario, antiliberal, etc.).
A medida que se hizo visible el fracaso
del golpe de Estado en el verano de 1936 y su conversión en
una guerra civil, los sublevados empezaron a tejer una alternativa
institucional a la República, amparada, -más en la forma que en los contenidos-
en los presupuestos fascistas que se habían extendido por Europa, bajo la
retórica de un grupo hasta entonces marginal como era Falange Española.
Pero la evolución institucional del régimen también debe
entenderse en el papel que desempeñó el propio Franco como dictador en busca de
la consolidación de su poder unipersonal por encima, no ya de elementos
civiles, sino de sus compañeros de armas, además de que los avatares
internacionales posibilitaron que el entramado institucional del régimen
pudiera perpetuarse, hecho bien visible sobre todo a finales de la década.
Hasta 1942 el régimen surgido de la guerra
estuvo empapado de la retórica fascista, y su actuación estuvo
presidida por una sistemática e inflexible represión de
cualquier tipo de disidencias en el interior y por una política exterior
vinculada al Eje. Fueron los «años azules», más ligados al formulario
fascista. Pero durante 1943, los virajes en la Segunda Guerra Mundial, junto a
las tensiones en las cúspides del poder, contribuyeron a que se hicieran menos
visibles las proclividades fascistas, al mismo tiempo que empezó el
distanciamiento, sin abandonar la colaboración, respecto a las potencias del
Eje. Con la victoria aliada de 1945 se intensificó esta
evolución hacia el poder unipersonal hasta consolidarse con la Ley de Sucesión
de junio de 1947, creando una estructura duradera de poder, ambiguamente
definida en una institucionalización que no sería completada hasta la Ley
Orgánica de 1967, pero que tenía en el poder unipersonal de Franco la línea de
continuidad entre las aparentes mutaciones del régimen.
El Valle de los Caídos, por Sebastian Dubiel (2008) Fuente: de.wikipedia / CC-BY-SA |
Mientras que en los regímenes fascistas,
Estado y partido, habían quedado confundidos, temiéndose una red de militancia
y encuadramiento articulada en los engranajes mismos del Estado, el partido
pretendidamente unificador en el régimen distó mucho de confundirse con el
Estado, y la heterogeneidad ideológica y política fue una característica
permanente. En abril de 1937, el nacimiento de FET de las JONS (Falange
Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional
Sindicalista), tenía la vocación, al menos sobre el papel, de proporcionar
cobertura política unificada al régimen, aglutinando en torno a Falange las
distintas fuerzas políticas de apoyo, bajo la jefatura de Franco. A pesar de la
hegemonía formal y externa de Falange, el resto de organizaciones no
falangistas nunca llegaron a quedar sujetas a las directrices de Falange. Esa
heterogeneidad calculada dotaba al régimen de Franco de su especificidad: la
diversidad nunca se diluyó, pero el cordón umbilical que daba coherencia al
conjunto era el propio dictador actuando como el referente inmutable, y
dominando el haz de intereses vinculados a su figura para culminar con la
sumisión de la heterogeneidad de fuerzas en las que se apoyaba.
De hecho, las «familias políticas»
-término convencional que hace referencia al parentesco político para definir
el modelo de grupos que apoyaron a la dictadura alejados del concepto de unos
partidos políticos inexistentes- eran el reflejo del conglomerado de fuerzas e
intereses diversos que se habían sublevado contra la República. Y de ello, los
gobiernos. Hasta 1945, en consonancia con la trayectoria del régimen, el
predominio correspondió a los falangistas, mientras que desde esta fecha
existió una mayor proclividad hacia el sector católico, sin que Falange
perdiese peso específico y sin que se alterasen los equilibrios marcados por el
dictador, con la presencia de otros grupos y, sobre todo, con los militares
leales a Franco.
Hay que tener en cuenta que el “nacionalcatolicismo”
venía a corregir los excesos verbales de la retórica falangista para intentar
presentar al exterior, sobre todo, desde 1945, un discurso más aceptable.
La Iglesia, que había colaborado activamente durante la Guerra
Civil, acuñando un trasfondo de guerra de religión para la sublevación militar,
se sintió enormemente aliviada por el triunfo final de las tropas de Franco, ya
que suponía apartar el espectro republicano definitivamente, además de recibir
la compensación económica que supuso el restablecimiento del presupuesto del
clero en octubre de 1939. Una Iglesia que consolidaría sus relaciones con el
Régimen a través de la firma del Concordato de 1953, pero que
supo ir distanciándose poco a poco del mismo, en los años finales de la
Dictadura, cuando ésta volvió a acentuar sus rasgos represivos y su descomposición
iba incrementándose de forma paralela al propio deterioro físico del dictador.
Franco junto al presidente estadounidense Eisenhower en Madrid (1959) Fuente: Wikimedia Commons |
LOS COMPONENTES IDEOLÓGICOS DE LAS “FAMILIAS” DEL FRANQUISMO
Aunque se ha escrito que el franquismo
fue, más que una ideología, una forma de ejercer el poder, dentro de los grupos
políticos que apoyaron el movimiento militar que liquidó a la República
-carlistas, monárquicos alfonsinos, falangistas y católicos- había una
coincidencia básica en determinados planteamientos ideológicos:
Ø La defensa de la confesionalidad católica del Estado.
Ø El ejercicio autoritario del poder político, con la
consiguiente negación del liberalismo multipartidista.
Ø Un nacionalismo español que excluía a cualquier otro que
pretendiera derechos políticos propios dentro del estado unitario y
centralizado.
Ø En el orden social, la defensa de la familia y de la propiedad
privada.
Junto a estas características comunes,
existían también unos rasgos ideológicos específicos y
diferenciados para cada uno de estos grupos o “familias” políticas del
franquismo. Los carlistas, por ejemplo, propugnaban una monarquía
católica, tradicional y autoritaria, de corte corporativista y una cierta
descentralización administrativa. De ideología similar (autoritarios y
monárquicos), aunque decididamente centralistas, y con don Juan de Borbón como
candidato al trono estaban los monárquicos vinculados a la
revista “Acción Española”.
Los falangistas constituían
el tercer grupo y se presentaban como la versión española de los movimientos
fascistas. Sin embargo, la desaparición de su fundador en plena Guerra Civil,
los dejó en una posición de clara sumisión a Franco, que siempre primó sobre
cualquier afirmación ideológica de principios.
Por último, estaban los sectores católicos
vinculados, primero, a la Asociación Católica Nacional de
Propagandistas (ACNP) y en las dos últimas décadas del Régimen
al Opus Dei, que compartían su apoyo a Franco y a sus formas
autoritarias de gobierno con la defensa de los intereses de la Iglesia y de una
“modernización” económica que no necesariamente tenía que estar acompañada de
una apertura política.
Esquema sobre las familias políticas del régimen franquista |
Junto a estos grupos, también hubo en el régimen franquista otros
sectores profesionales y sociales que colaboraron con él, en cuanto que
aceptaron sin fisuras el autoritarismo, el antiliberalismo, el anticomunismo y,
sobre todo, la autoridad de Franco. Entre éstos, quizá el caso más
significativo sea el de los militares, que aportarían a la ideología franquista
una concepción jerárquica de las relaciones sociales y el poder que estuvo
vigente desde el principio al final de la Dictadura. No olvidemos, que en
realidad, para Franco lo de gobernar era lo mismo que dirigir un cuartel.
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