lunes, 27 de agosto de 2012

Ideología y partidos políticos en la España contemporánea. - Parte 13

En los artículos referentes a este epígrafe se intentará realizar un análisis dirigido al surgimiento y evolución de los partidos políticos en España hasta la configuración actual de los mismos. En este artículo veremos cómo la finalización de la dictadura impuesta por el general Franco dará lugar a una intensa remodelación de la estructura política en España durante el período de la Transición. Dicha remodelación deberá llevarse a cabo incluyendo a todas las facciones políticas de la España del momento en una etapa presidida por un débil equilibrio que podría en cualquier momento truncarse dando lugar a la disolución del proceso democrático recién iniciado.

Enlaces relacionados:
- La dictadura franquista.



 EL SISTEMA DE PARTIDOS EN LA TRANSICIÓN POLÍTICA (1975-82)  

El 20 de noviembre de 1975 el general Franco muere y, aplicando la Ley de Sucesión de 1969, el príncipe Juan Carlos I, nieto de Alfonso XIII, es proclamado Rey de España por las Cortes franquistas. En el discurso del nuevo jefe de Estado se aprecia una voluntad de cambio hacia un sistema más plural. Se da paso así a un período histórico por el que se deja atrás el régimen dictatorial en favor de otro de carácter democrático. Una prueba de la complejidad de este proceso estriba en el hecho de que no exista acuerdo entre historiadores y politólogos acerca del comienzo y el final de la Transición. Unos sitúan sus inicios en la muerte de Carrero Blanco, el 20 de diciembre de 1973, porque hizo imposible un “franquismo sin Franco”, otros prefieren el 20 de noviembre de 1975, cuando muere el propio Franco y, finalmente, otros prefieren arrancar la Transición el 3 de julio de 1976, cuando el Rey nombra a Adolfo Suárez presidente del Gobierno, en sustitución del franquista Arias Navarro, y el proceso de democratización se convierte en irreversible.

La reina Sofía y el rey Juan Carlos I en la XV Cumbre Iberoamericana, por Claudio Vaz (2005)
Fuente: XV Cimeira Ibero-Americana / CC-BY 2.0

Respecto a su final, la opinión más compartida es la que la sitúa en el 28 de octubre de 1982, cuando el PSOE gana las elecciones por mayoría absoluta. Según Mario Caciagli, esto suponía:

1. Que la coalición dominante del poder durante la Transición (UCD) es alejada del poder.
2. Que un partido excluido del poder y de la oposición antifranquista había ganado las elecciones con mayoría absoluta.
3. Que el régimen democrático se consolida porque se demuestra que es posible el principio de la alternancia.

Politólogos como Juan Linz, por el contrario, creen que el final de la Transición se produce cuando se aprueba la Constitución, a finales de 1978, porque es el momento en el que se deroga toda la legislación política procedente del franquismo, mientras que otros autores la llevan a mediados de 1985, cuando España se adhiere formalmente a las Comunidades Europeas.

 LOS PROYECTOS POLÍTICOS PARA LA TRANSICIÓN  

Desde el primer gobierno de la monarquía se produjeron momentos de tensión que van a condicionar el proceso de Transición, al plantearse el enfrentamiento entre los diversos proyectos políticos existentes, cada uno de los cuales estaba respaldado por unas concretas fuerzas política y sociales. Se pueden detectar hasta cuatro proyectos políticos definidos, aunque en ocasiones las fronteras entre ellos son confusas, lo que conduce a equívocos y a cambios en las trayectorias políticas individuales, legítimas en todos los casos, pero tan sólo explicables por la confusa situación en la que se vivía y la irrefrenable tendencia a limpiar conciencias y comportamientos anteriores.

1. Proyecto INMOVILISTA. Se encontraba en línea con el pasado y trataba de prolongar el régimen franquista sin Franco. La dificultad del mismo era transformar la mentalidad que había caracterizado el franquismo en ideología y controlar las instituciones. Dicho proyecto era apoyado por sectores militares y de la antigua clase política, aunque tenía escaso apoyo entre los ciudadanos. Su actividad, en algunos momentos muy próxima al Gobierno, se centró en señalar los riesgos de una supuesta amenaza revolucionaria; en cambio, en otros provocó el bloqueo del Ejecutivo de Arias Navarro.

2. Proyecto REFORMISTA. Era al que estaban vinculados algunos ministros del primer Gobierno de la Monarquía. Dicho proyecto pretendía combinar ciertas instituciones políticas propias del autoritarismo (democracia orgánica) con las del sistema democrático, a través de la puesta en marcha de reformas parciales. Su objetivo era lograr una democracia limitada. El teórico fue Manuel Fraga, y el ejecutor, Carlos Arias. Su fuerza radicaba en el control del Gobierno y en el apoyo de un sector influyente de la antigua clase política, sobre todo la ligada con el pensamiento tecnocrático. Inicialmente contó con el apoyo del Rey, pero ante su incapacidad para modificar la situación política y el peligro de radicalizar los enfrentamientos en el seno del propio Gobierno y con los “rupturistas”, el monarca optó por abandonarlo. Su talante y discurso autoritario les llevó en ocasiones a ser confundidos con los continuístas, lo que les valió un escaso apoyo electoral en las elecciones de 1977 (Alianza Popular es el partido que los representa).

Adolfo Suárez durante su visita a Argentina (1981)
Fuente: Wikimedia Commons / CC-BY-SA 3.0
El proyecto político reformista fue constituyéndose de forma lenta y su puesta en práctica tuvo un alto nivel de improvisación. Surge como resultado del fracaso de la «eficacia transformadora del sistema», al ser incapaz de fundar bases sólidas para el desarrollo de las libertades públicas y de evitar un enfrentamiento frontal con los rupturistas. Responde al «principio de seguridad mutua», que se establece cuando el precio de la represión supera el precio de la tolerancia, en la que los sectores detentadores del poder hegemónico se sienten inclinados a transigir con sus oponentes y, en este caso, a instaurar un régimen representativo. Sus bases teóricas se encuentran diseñadas en diversos escritos de la época, entre los que destacan los de Miguel Herrero de Miñón, que creía necesario abandonar el centralismo uniformista y reconocer la diversidad «de las Españas», establecer un parlamento democrático, elegido por sufragio universal, en el que el Gobierno estuviese sujeto a responsabilidad política, legalizar «todos» los partidos políticos y establecer «la real y eficaz vigencia y garantía de los derechos ciudadanos». La mayor parte de sus componentes procedían de la última generación de políticos del régimen anterior, a la que se sumaban técnicos de los escalones superiores de la Administración y algunos miembros de la llamada semioposición. Con el tiempo contaron con el apoyo del Rey, y tuvieron la ventaja de que sus ataduras con el pasado eran más débiles que sus compromisos con el futuro.

3. El proyecto RUPTURISTA recogía en su seno a los partidos de la oposición al franquismo, básicamente al PSOE y al Partido Comunista, junto a otros pequeños grupos y personalidades aisladas. Su objetivo era abrir un proceso “constituyente” que derogara todo el aparato legal del franquismo, mediante la elaboración de una nueva Constitución.

4. El proyecto REVOLUCIONARIO. Lo lideraron pequeños grupos de extrema izquierda (GRAPO y FRAP), con escasa influencia entre los ciudadanos y que trataban de crear una situación revolucionaria, con métodos violentos, que terminaría en la implantación de un régimen de corte comunista.

Aunque finalmente se impuso el proyecto reformista, cuando el Rey decidió encargarle a Adolfo Suárez la formación de un nuevo Gobierno en el verano de 1976, los resultados de las primeras elecciones democráticas celebradas el 15 de junio de 1977 y la falta de mayoría absoluta por parte de la UCD, terminó convalidando las tesis “rupturistas” al plantearse ya como una necesidad de elaborar una nueva Constitución, lo que ocurriría a finales de 1978.

Esquema de las características de la democracia española

 LOS PARTIDOS POLÍTICOS  

La constitución y consolidación de partidos era seguramente más fácil, en principio, para la izquierda, con señas de identidad delimitadas y perfiladas por una larga oposición al régimen de Franco, e incluso para lo que empezaba a perfilarse ya como «centrismo», donde confluyen muy diversas fuerzas procedentes de la oposición moderada. La construcción de partidos en la zona de la derecha democrática, por el contrario, tenía otras dificultades, entre las que la más evidente era cómo distinguir una nueva derecha de la pura herencia del franquismo que por sí mismo representaba la más extrema y antidemocrática reacción derechista. Por ello, en todo este periodo la inestabiliidad política afectó bastante más a la derecha y al centro que a la antigua izquierda de tradición obrera.

En realidad, los orígenes de los partidos que surgirían de ese magma común de la oposición moderada y de los reformismos dentro del franquismo se encuentran ya en el verano de 1976. Políticos como Manuel Fraga, Pío Cabanillas, José María de Areilza, entre otros muchos, comenzaron a constituir grupos políticos. En el entorno del propio Suárez se movían otros personajes como el ministro Alfonso Osorio o Landelino Lavilla que procedían en general de los grupos democristianos. Cabanillas y Areilza constituyen en noviembre de 1976 el Partido Popular, que celebraría su primer congreso en febrero de 1976, Fraga evolucionaría muy nítidamente hacia la derecha con su proyecto de Alianza Popular. Se constituyen la Federación de Partidos Demócratas y Liberales y el núcleo de la socialdemocracia es más complejo y disperso y Francisco Fernández Ordoñez fundaba un Partido Socialdemócrata.

Los partidos de tipo centrista irán estrechado cada vez sus contactos con el equipo del gobierno persiguiendo la estrategia de componer una coalición que pudiese prosperar al amparo del poder. Los contactos con el Palacio de la Moncloa, que se había convertido en la residencia oficial del jefe del Gobierno, tomarían cuerpo en marzo de 1977. El primer intento fue la creación de un “Centro Democrático”.

A Suárez se le acercaron también partidos de ámbito regional, en un heterogéneo conjunto de grupos políticos, de ideologías con alcance social y regional diversos, a los que no unía de hecho sino un tinte general de «centrismo», entre los que se incluirían los socialdemócratas de Fernández Ordóñez. Todos estos grupos acabaron constituyendo una federación de partidos, la Unión de Centro Democrático, en la última decena de marzo de 1977, que sólo más tarde se transformaría formalmente en un partido político. UCD recogió entre sus militantes y votantes una buena parte del franquismo sociológico.

Bandera de la España democrática (conocida como la rojigualda)
Fuente: Wikimedia Commons / CC0 1.0

La construcción de grupos políticos de la derecha más militante se vertebró en torno a un proyecto que empezó llamándose Alianza Popular y acabaría en este periodo con el nombre de Coalición Popular, habiendo pasado por el de Coalición Democrática. El hombre clave en esta empresa fue el veterano y destacado político franquista Manuel Fraga. El 10 de octubre aparecen en público unidos los «siete magníficos» (Fraga y seis conocidos franquistas, entre los que estaban López Rodó, Silva Muñoz, Fernández de la Mora y Licinio de la Fuente), que el día 21 de octubre se presentaron como el grupo «Alianza Popular» en un hotel de Madrid. Incluso más aún que Adolfo Suárez, Fraga representa la reconversión de la clase dirigente del franquismo a un nuevo modelo de supervivencia sociológica y política.

El conglomerado de fuerzas de la derecha que se aglutinaron en torno a Fraga podría interpretarse como el resultado del conservadurismo heredero del franquismo que había captado con claridad ahora la necesidad de acomodación al nuevo juego político de la democracia. Esto es lo que representó AP durante la mayor parte del tiempo de su existencia: el vehículo de adaptación a nuevos tiempos de aspiraciones y contenidos ideológicos, políticos y sociales, de gente realmente comprometida en su apoyo al franquismo. Sociológicamente, ésta era su diferencia esencial con la UCD, que, a su vez, representaba más bien la herencia del moderado reformismo nacido también dentro del régimen.

En el espectro general de la izquierda, que en estas fechas se identificaba sobre todo con los partidos de tradición obrerista y de inspiración más o menos inmediata en el marxismo, destacaban dos partidos históricos, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y el Partido Comunista de España (PCE). Pero en los años 60 habían aparecido en España una importante constelación de grupos y grupúsculos que pretendían una renovación del marxismo desde influencias notables del maoísmo y de las luchas anticoloniales en zonas del tercer mundo y que representaban un rechazo de los grupos históricos de la izquierda. Constituían lo que se llamaría una «nueva izquierda», producto de las nuevas condiciones españolas y de las transformaciones en los movimientos marxistas, leninistas y maoístas en el mundo. Las trayectoria de estos grupos en España sería muy problemática.

El viejo Partido Socialista español llegó a una encrucijada de su historia reciente en el comienzo de los años 60 en que se produciría la renovación de las viejas estructuras heredadas de los años 30, algunos de cuyos líderes de entonces vivían aún. En el partido se iba a operar un profundo cambio generacional y un paso al primer plano de la dirección de la militancia del interior de España frente al exilio, a costa de una escisión. En el XII Congreso en el exilio, en 1972, se puso en marcha la renovación nombrando una dirección colegiada. La Internacional socialista apoyó a esa fracción de los renovadores, frente al viejo dirigente Rodolfo Llopis. En el XIII Congreso del PSOE en el exilio, celebrado en Suresnes (París), en octubre de 1974, fue donde se produjo la elección de un nuevo secretario general, puesto para el que se pensaba, en principio, en Nicolás Redondo, el sindicalista, pero ante su negativa, las expectativas se dirigieron hacia Felipe González Márquez, un joven político que formaba justamente parte del «grupo sevillano» del socialismo clandestino en España, que fue elegido finalmente secretario general.

Felipe González, por Alfredo Pérez Rubalcaba (2012)
Fuente: Flickr / CC-BY 2.0

El PSOE renovado era en el año 1977 una pieza esencial para culminar la Transición. Le fue permitido celebrar de forma subrepticia su XXVII Congreso, en 1976, el primero en tierra española después de 45 años. El nuevo partido nacido en Suresnes se presentó en principio con un lenguaje radical y hasta «revolucionario». Sus dirigentes, Felipe González, Alfonso Guerra, Nicolás Redondo, Enrique Múgica, Pablo Castellano, Luis Gómez Llorente y otros, pertenecían a la generación de 1968 y sabían bien el papel que el socialismo democrático podría y debería representar en el nuevo régimen como encarnación o poco menos de la izquierda clásica.

Mientras el PSOE se había mantenido en un plano más secundario en la oposición al franquismo desde los años 50, por el alejamiento de su dirección en el exilio de la nueva clase obrera que se estaba formando en el país, el verdadero bastión de ella había sido toda la organización clandestina del PCE, a la que la policía franquista persiguió con mayor intensidad. Por ello, la opinión general era que la fortaleza de la organización de este partido no tenía rival. Pero la ideología del PCE y también su significación en la década de los años 30 y en la guerra civil, la persistencia de la imagen de su dependencia de la política del la URSS y otros tópicos históricamente muy arraigados, hacía que el reformismo general inspirador de la transición mediante la reforma pactada viera muy difícil, cuando no rechazara abiertamente, la participación del comunismo en el proceso hacia la democracia. Otras fuerzas, sin embargo, y entre ellas se contaba el propio Adolfo Suárez, veían que el camino de la legitimación del nuevo régimen, que debería culminarse en las urnas, no era válido ni posible sin la concurrencia de todos los partidos, y en ese punto el PCE era inevitable.

Santiago Carrillo, por Claude Truong-Ngoc (1979)
Fuente: © Claude Truong-Ngoc / Wikimedia Commons / CC-BY-SA 3.0

El problema del PCE en los años decisivos de la transición era de hecho de otra índole. Estribaba, más bien, en su persistencia en una trayectoria interna inversa a la del PSOE: en él no se produjo un relevo generacional de ningún tipo. Sus dirigentes eran exactamente los mismos de los años 30 o fieles continuadores de ellos, como Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri “La Pasionaria”.

La prueba de fuego para los más de doscientos grupos políticos que existían en la primavera de 1977 serían las elecciones convocadas para el día 15 de junio.

Resultados de las elecciones de 1977

La campaña electoral (la primera después de 40 años de dictadura) comenzaba el 24 de mayo, sin apenas dar tiempo a los partidos de la izquierda comunista para montar sus estructuras después de los problemas por la legalización. Y aunque los mítines más concurridos fueron los del PCE, el líder más ocupado fue Felipe González, con tres actos públicos por día, mientras que Suárez prefirió los actos en locales cerrados porque contó con todo el apoyo de los medios de comunicación dependientes del Gobierno (televisión, prensa y emisoras de radio).

Ningún partido obtuvo finalmente la mayoría absoluta. El más votado fue la UCD, con 6 millones de votos y 166 escaños. Le siguió el PSOE con 5,2 millones de votos y 118 escaños. Fracasaba la neofranquista Alianza Popular, que se quedaba en 1,5 millones de votos y 16 de escaños, mientras que también eran discretos los resultados del PCE: 1,6 millones de votos y 19 diputados. Se dibujaba así un mapa político claramente bipartidista, dominado por la UCD y el PSOE, pero con correcciones en nacionalidades históricas como Cataluña y el País Vasco, por la fuerte implantación en ambas del nacionalismo moderado representado por Convergencia i Unió y el PNV respectivamente.


Esquema sobre la política de la España democrática hasta 2012


La Transición democrática (1975-1979),
subido por maraldi 40 a https://www.youtube.com

La España democrática (1979-2004),
subido por maraldi 40 a https://www.youtube.com